Antonio Gamoneda. Foto: Inma Chacón. Foto: ICAL
Entre la inexistencia y la inexistencia, como en un lapsus, el tiempo de la vida. Tal es la concepción de la existencia que sustenta la palabra poética de Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), aunque hay que añadir que la significación de los términos no es demasiado estable, al menos si se atiende a, por ejemplo, estos versos: "Mi / existencia o / mi inexistencia. / Es / indiferente." Si se habla así es porque "Todo es incomprensible" y es ésta una afirmación que se lee en Canción errónea y que se leía ya en Arden las pérdidas (2003) y antes aún en lo que era casi el final de Descripción de la mentira (1977): "Este relato incomprensible es lo que queda de nosotros". No hay respuesta para la pregunta que plantea el porqué de la vida y, no habiéndola para ella, cualquier otra interrogación habrá de obtener una respuesta semejante. Los poemas de Gamoneda serían la respuesta a todas las preguntas aunque formulada como la imposibilidad misma de la respuesta y es de ahí, y de una conciencia que casi puede denominarse vivencia de la muerte -la poesía es arte de la memoria en la perspectiva de la muerte" escribió el poeta en uno de sus ensayos-, de donde nace su grandeza.En 2004 se publicó Cecilia y también el volumen recopilatorio Esta luz. Ese tiempo de silencio, interrumpido por la publicación del libro de memorias Un armario lleno de sombras, viene a clausurarlo ahora Canción errónea, libro excelente, emocionante, como el conjunto de su obra, poeta como muy pocos.
Se puede hablar de existencialismo en el que late la emoción de vivir, de un canto que es al tiempo una extensa elegía, y no hay contradicción en ello. El sujeto de estos poemas rompe a hablar ante la contemplación de unas moreras, ante la presencia de la nieta, siente que la luz le acaricia, puede decir "Amo mi cuerpo", pero no se deja arrastrar a una celebración entusiasta, sino que, en una especie de mirada doble o de pulsión sabia, ve, siente, etc., sabe y dice la fugacidad de todo, cómo al recuerdo le acompaña indefectiblemente el olvido, a la presencia la ausencia, a la inminencia de lo vivo la sentencia de muerte que no deja de ser pronunciada sobre todas las cosas. Así es esta palabra, la dicha desde ese desconcierto del conocimiento de la cara y envés, o de intentar decirlo, pues el saber que atraviesa estos poemas es a la vez un no-saber, un no-saber que tiene, entre otros, el gran precedente de San Juan de la Cruz y más en general la literatura mística.
Ahora bien, pese a lo dicho, hay que señalar que la poesía de Gamoneda no encuentra antecedentes de estilo, escuela, etc., en la poesía española. Su peculiar modo poético se ha forjado a sí mismo tras unos primeros libros no, por cierto, faltos de interés. Pero ya con Descripción de la mentira y Lápidas quedó diseñada una peculiar poética. Además de lo ya apuntado ha de mencionarse su singular disposición del poema que, rehuyendo las estructuras versificatorias tradicionales, se acerca, sin serlo, al versículo o al poema en prosa, como si se buscara la fusión de las nociones de verso y prosa en una nueva forma de dicción, en cualquier caso, el resultado es el de una forma de ritmo nueva, singular. Y de singularidad hay que calificar la convicción del poeta de que todo es símbolo, lo que se plasma en la escritura en una densidad sémica que es patrimonio de muy pocos poetas. Uno de esos muy pocos, Antonio Gamoneda.
Poema
Un desconocido habita en mí. Agoniza y, para agonizar, utiliza mi corazón.Pienso en mi padre enloquecido por la visión de frutos muy frescos, pienso en el amor y en la morfina. No. No es mi padre. Pero, entonces, ¿quién
agoniza en mi?
Cabe que yo mismo sea el desconocido y que mi corazón no sea mío aunque yo ponga en él sus latidos. Cabe.
En realidad no hay problema. En cualquier caso, yo voy a ser, ya estoy siendo,
huérfano de mí mismo.