Rubén Darío Obras Completas I Poesía
Rubén Darío. Ed. Julio Ortega y Nicanor Vélez
24 enero, 2008 01:00Grau Santos
Repetir la lectura global de la poesía de Rubén Darío, tantos años después de las primeras impresiones que nos produjo, no sólo nos reconcilia sin reservas con este género y nos conduce al simple placer de leer, sino que nos sirve para aceptar sin titubeos su vigencia, aunque no sabemos, en los tiempos que corren, si hablamos de una vigencia provechosa para todos. Volver la vista atrás y valorar las primeras lecturas que hicimos de Darío supone rescatar el capricho fulgurante de Azul -obra llena de sorpresas, si el que la leía era un adolescente-, pero sobre todo hallar después la coherencia de un libro como Cantos de vida y esperanza, con el que se nos demostraba que existía otro Rubén Darío.Estas certezas nos las ejemplificó Vicente Aleixandre -maestro salvado cada día un poco más de los olvidos conscientes e inconscientes-, al cual oímos recitar el breve e intenso poema "Lo fatal". Sí, existía otro Rubén, que nada tenía que ver con el retórico y triunfal de los días escolares, en cuyos versos se tensaban una belleza y una verdad sonoras que sólo los grandes clásicos nos transmitían.
Seguimos avanzando en la lectura de esta hermosa edición de la Poesía globalmente reunida en su esencia y no en su totalidad, porque el cuidadoso preparador de la edición, el profesor Julio Ortega, con buen criterio, ha evitado "reproducir aquí los versos rimados que el poeta prodigó en ceremonias de ocasión o en salones mundanos". Aun así, el lector dispone de 1.300 páginas de poemas no sólo pertenecientes a los grandes libros canónicos y a las obras de transición, sino a la obra dispersa, pertenezca ésta a la etapa juvenil o a la póstuma. Avanzamos en nuestra lectura y reconocemos también el magisterio ejercido sobre los dos alumnos más ilustres de Rubén, los que serían a su vez maestros para varias generaciones: Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Fijar en estos dos grandes nombres las coordenadas de la poesía española del siglo XX supone reconocer el magisterio previo que encarnó Darío. Esta circunstancia se apoya en pruebas innumerables, pero hay una especialmente sugestiva: Darío le envía a Juan Ramón, para que los ordene en libro y los publique, los manuscritos, de sus Cantos de vida y esperanza (1905). La anécdota es una buena muestra de cómo la poesía de los grandes se adapta y difunde entre ellos con una admiración limpia y con un reconocimiento recíproco.
Nos sale al paso otro tema vivo al abordar esta edición: la musicalidad de los versos del poeta nicaragöense, la estirpe netamente órfica de su canto; música del verso, prioridad del ritmo, que a nosotros nos parece un tema superior a otros que suscita la rica obra de Darío, como las influencias francesas, la riqueza y la variedad de su métrica o el logrado afán de fundir clasicismo y modernidad, lo español con lo americano. El ritmo es la condición primordial del verso verdadero. Por ello es sobre todo grande la poesía de Darío y responde a la perfección a dos versos de Verlaine: "Busca la música primero[…] Verso sin música es muerte". Pero el proceso creador en Darío no fue una búsqueda, sino un hallazgo O mejor, un don profundamente natural.
Afirma Julio Ortega que "tal empresa editorial" -la de abordar en el pasado la obra copiosa de Darío- exigía mejor fortuna". Bien podemos decir que precisamente él lo ha logrado, siempre con la supervisión, inspirada y rigurosa, de Nicanor Vélez en este tipo de entregas. Avanzamos en la lectura y Darío no parece saciar nunca su "sed inagotable" de belleza, verdad y ritmo. La muerte llama a sus puertas, pero en poemas como "Aguas claras" o en las perfectas liras de "La plegaria", sigue brillando la rotundidad melodiosa que descubrimos en "Lo fatal". Buen momento el de la aparición de esta magna obra para remover y avivar las adormecidas aguas de nuestra lírica, para volver a saber de dónde nace la fuerza y el ejemplo de un poeta que no hizo otra cosa que avanzar, con su "sed", "hacia la fuente de noche y de olvido".