Han tenido que pasar sesenta años para que Barbarella, el personaje de historieta creado por el artista y escritor Jean-Claude Forest en 1962 para la peculiar revista francesa V Magazine, llegue a nuestro país en su formato original y natural: las viñetas.
Por supuesto, su gemela (pero no melliza) cinematográfica lo había hecho mucho antes, amada y odiada a partes desiguales por cinéfilos y cinéfagos de varias generaciones. Pero que uno de los clásicos fundacionales, fundamentales y seminales (nunca mejor dicho) del tebeo para adultos moderno siguiera ausente de nuestras librerías tras más de medio siglo es un fenómeno tan indigno como digno de atención.
Por fortuna, Barbarella ha llegado en una magnífica edición, publicada por la editorial Dolmen, que reproduce el formato, portada y diseño del libro que, en 1964, publicara recopiladas las primeras ocho historietas del personaje, base de la película, y que, gracias al descaro de su editor francés, el pícaro Eric Losfeld, especie de Maurice Girodias del cómic erótico, se convirtió de inmediato en best-seller.
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Con una introducción y sendos apéndices a cargo del experto en historieta y cultura popular Ángel de la Calle, cabeza visible de la Semana Negra de Gijón y magnífico autor de novela gráfica él mismo (con obras tan premiadas e imprescindibles como Tina Modotti o Pinturas de guerra), esta primera publicación de Barbarella en nuestro país incluye también el segundo álbum del personaje, el superior, desopilante y exquisito Las cóleras del Devoraminutos, de 1968, que lleva a su heroína al pleno terreno del surrealismo y la ciencia ficción patafísica, confirmando la peculiar poética sicalíptica, absurdista y culterana del genial Forest.
Lejos de ser solo un mero juguete erótico producto de la calenturienta imaginación de su creador y del periodo irrepetible de la revolución sexual, Barbarella, cómic y personaje, es una cumbre de la más sutil y sofisticada narrativa gráfica de todos los tiempos.
Sus aventuras en un mundo galáctico de fantasía exótica, plagado de criaturas imposibles, alienígenas hermosos y malditos, androides satisfechos e ingeniosos ecosistemas y exobiologías fantásticas, recogen ecos que van de Las metamorfosis de Ovidio y las peripecias de Ulises a la literatura libertina de Restif de la Bretonne, los imaginarios viajes de Gulliver o la ironía del Voltaire orientalista, hasta llegar al territorio del Dadá y el Surrealismo, los malabarismos verbales de Lewis Carroll y Raymond Quenau y la ciencia ficción más vanguardista y pop de su tiempo, el de revistas como New Worlds y autores como Ballard, Moorcock, Farmer o Kurt Vonnegut.
Escritor tanto o más que artista gráfico, Forest tiene sin embargo la maestría, que se va afirmando a lo largo de las páginas del libro según madura su estilo, del perfecto dibujante realista al tiempo que elegantemente imaginativo, curtido en la escuela del tebeo franco-belga pero también en la de los clásicos estadounidenses como Milton Caniff o Alex Raymond.
De trazo aparentemente fácil y ágil, siempre al borde de una fingida improvisación —Forest era en realidad un perfeccionista obsesivo, que retocaba una y otra vez cada nueva edición de sus obras—, sus viñetas combinan lo evanescente, con líneas que a veces casi parecen desvanecerse en el aire, con un barroquismo conceptual que pasa grácilmente inadvertido, en alas de su engañosa ligereza.
Integrando el texto y el dibujo orgánicamente, usando e incluso abusando con ingenio de la elipsis y las licencias propias de la narrativa gráfica más desprejuiciada, moderna y pop, Forest es todo un desafío para el traductor, del que ha salido triunfante Lorenzo Díaz, quien ha conseguido respetar el imparable torrente de juegos de palabras, neologismos y chistes privados del original, transmitiendo a la perfección toda su inventiva y frescura, en las varias acepciones del término.
Polémicas bárbaras
Es comprensible que Barbarella no llegara a España en su momento. Si, como detalla Ángel de la Calle en su estudio, ya el cómic tuvo sus problemas con la censura en Francia, donde su publicación se convertiría en punto de ruptura con el tebeo infantil y juvenil y de partida para una historieta dirigida al lector adulto, y no solo por su erotismo precisamente, era poco menos que imposible que fuera editado durante el franquismo, en pleno apogeo de la censura eclesiástica, con su moralismo nacionalcatólico y carpetovetónico.
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Más raro es que después, especialmente durante la añorada eclosión del cómic para adultos que tuviera lugar en la Transición y los años ochenta, jamás viera la luz poco más que algún episodio aislado, en el mejor de los casos.
Lo cierto es que Barbarella, tanto en su concepción original como historieta como en su versión cinematográfica, provocó ya en su día reacciones violentas, del entusiasmo a la reprobación.
A lo largo de los años, esta aventurera del espacio que utiliza sus armas de mujer para, precisamente, desarmar a sus enemigos, en defensa siempre de los más débiles, encarnando en su esbelto pero curvilíneo cuerpo, a menudo desnudo o semidesnudo, el axioma por excelencia de su tiempo: “haz el amor y no la guerra”, ha sido víctima de interpretaciones y sobreinterpretaciones opuestas y enfrentadas sin cuartel.
Para unos y unas es un artefacto más, particularmente insidioso, del heteropatriarcado y el machismo en su cosificiación de la mujer, su apropiación del cuerpo femenino y la cínica satisfacción de sus políticas de dominación y sumisión del sexo opuesto.
Para otros y otras, por el contrario, es símbolo pluscuamperfecto de la liberación sexual femenina: una mujer independiente, que en lugar de recurrir a las mismas estrategias del enemigo que combate utiliza aquellas que le son propias y entre las que destacan no solo su cuerpo sensual y su rostro de Brigitte Bardot, no solo la seducción sexual y el erotismo, sino la inteligencia, el humor, la astucia, la ironía y, cuando es necesario, también la violencia en su justa medida.
Pese a las apariencias, como nos recuerda Ángel de la Calle, “en 1964, fecha de la publicación del libro, Barbarella contó con la aquiescencia de los lectores amantes del erotismo y con el beneplácito del movimiento feminista de la época”. Sería sobre todo a raíz del éxito del filme de Vadim, en 1968, cuando comenzaran las diatribas radicales contra el personaje, hasta el punto de que la propia Jane Fonda, su nada desdeñable encarnación en la pantalla, se ha pasado la mitad de su vida arrepintiéndose de haberla interpretado y la otra mitad presumiendo de ello, saltando entre despreciarla y presentarse como víctima del salaz Vadim y del machismo de la época, a justificarla y defenderla plenamente como personaje y obra pionera del feminismo y la liberación de la mujer, según el día del mes que toque.
En realidad, como todas las genuinas obras de arte innovadoras y poderosas, Barbarella es una creación felizmente irreductible a las convenciones de ningún tiempo, ideología o posicionamiento moral concretos. Producto de los comienzos feraces y procaces de la “década prodigiosa”, procede de una época lejana en la que liberales —no en el sentido económico del término—, libertarios y libertinos caminaban juntos, poniendo todos su empeño en la lucha por una sociedad igualitaria, por la defensa de los derechos de la mujer, pero también de su especificidad, de su genuina independencia, progreso y libertad, no en detrimento del hombre sino del machismo.
En lúcidas palabras de Ángel de la Calle, Barbarella "...nunca fue mujer objeto (…), es un electrón libre. Dueña de su desnudez, de su deseo, de sus acciones, de sus amores y desamores. (…) En ningún momento fue superior ni inferior a los hombres, robots o seres diferentes, no humanos, con los que se cruzó, disputó o amó”.
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A diferencia del sospechoso modelo feminista o seudofeminista de la heroína de la cultura popular actual, Barbarella no emula el comportamiento de los héroes de acción masculinos, no imita los gestos y arrestos viriles del pistolero del wéstern o el espadachín cimerio, no pone a prueba nuestra suspensión de la incredulidad con hazañas físicas que si ya resultan más que dudosas en los Stallone, Van Damme o Schwarzenegger de antaño se nos antojan ridículas en la mayoría de sus réplicas femeninas actuales.
Para Barbarella, el empoderamiento no pasa por travestir su género falazmente ni por duplicar en réplica artificiosa pero vacua las estructuras de dominación, abuso, violencia sistémica y agresividad de las sociedades patriarcales. Consiste en ser atrevida, independiente y si acaso adquirir casi accidentalmente, más por la estupidez de sus enemigos que otra cosa, la merecida condición de primus inter pares. En la fantástica galaxia fluida, sin fronteras, onírica y psicodélica de Barbarella para ser una mujer emancipada no hace falta encarcelar los instintos, el humor, la sensualidad, los sueños ni la anarquía de los sentidos, sino todo lo contrario.
Para brillar como una estrella fugaz pero iluminadora, Barbarella no necesita estar rodeada de hombres malvados, idiotas, torpes, siempre violentos, siempre inferiores. Al contrario, sus amantes, sus socios en la aventura y la desventura son a menudo poetas, revolucionarios, ángeles caídos, artistas, personajes masculinos ambiguos, a veces divertidos, a veces amenazadores, pero siempre interesantes. Eso, cuando no son, claro, otras hembras peligrosas, como la fantástica Reina Negra, robots sensibles o jovencitas bipolares como la pequeña Lio (de nombre tan musical).
Recuerdos del futuro
Quizá no sea del todo casual que la primera edición en España de la original Barbarella de Forest haya coincidido prácticamente con el fallecimiento, con casi un siglo de edad, de otro genuino icono mod: Mary Quant, la “creadora” de la minifalda. Uno de los símbolos por excelencia de la liberación femenina y juvenil de los sesenta.
En cierta medida como la propia Barbarella, la minifalda sufrió en su día ataques de un lado y del otro, por representar desde “una invitación a la violación” hasta un insulto a la sagrada condición femenina. Por supuesto, fue y sigue siendo también un hito en la liberación sexual y la emancipación de la mujer.
Pero, una vez más como el personaje de Forest, no por medio de la violenta apropiación de modas o estilos masculinos, sino por la exhibición del poderío erótico propio de la condición femenina, sin ningún tipo de excusas ni coartadas. Seamos realistas: con contadas excepciones que no incluyen a la mayoría de highlanders, la minifalda nos queda fatal a los hombres. Pero a Brigitte Bardot o Jane Fonda les sentaba muy, pero que muy bien.
Hoy en día, a nadie en los países desarrollados (y no me refiero solo a desarrollo económico) se le ocurriría proscribir o censurar la publicación de Barbarella como tampoco prohibir o perseguir a las mujeres que llevan minifalda, aunque obviamente ambas cosas sean triste y trágicamente posibles en ciertas sociedades actuales ante cuyos abusos y excesos permanecemos notablemente impasibles en el ámbito internacional (¿ya saben que vuelve el velo en Irán bajo multas y penas de cárcel?
Prueben allí a vestir la minifalda o un modelo de Paco Rabanne para Barbarella).
Sin embargo, no sería raro que si intentáramos proyectar Barbarella pasado mañana en algún centro cultural institucional de nuestro país nos encontráramos con algunas reticencias. No faltarían a buen seguro ciertas voces que nos recordaran la visión de quienes siguen considerando película y personaje como manifestación del machismo, el heteropatriarcado y la alienación de la mujer, creyéndose además con derecho a exigir que su opinión sea más respetada y obedecida que la de quienes pensamos de forma bien distinta. Algo está pasando: también ha vuelto, sí, la minifalda en los 2000, pero casi siempre con leggins, medias o mallas, para no incomodar demasiado, ¿a quién?
Sumergirse en este Barbarella de Forest que acaba de editar Dolmen es sobre todo abrir una ventana a un futuro pasado que nos pasó por encima: el de la busca no de la utopía forzosa e imposible, sino de la aventura sin fin por ser individuos autónomos, independientes, con posibilidad de elección en la medida de lo justo y necesario.
Ser mujer, hombre, robot o alienígena pero, sobre todo, ser también sueño, deseo, pesadilla, locura, diferencia y libertad. Un sueño compartido por otros artistas y personajes de su tiempo, como las Jodelle y Pravda de Guy Pellaert, la Valentina de Guido Crepax, la Epoxy de Cuvelier y Van Hamme, la Scarlett Dream de Gigi y Moliterni o la Saga de Xam de Rollin y Devil, curiosamente también prácticamente inéditos en España, con excepción de la demasiado olvidada Valentina.
Barbarella hará muy bien en no regresar nunca ya a la Tierra, donde probablemente no sería hoy bien recibida ni por las beatas sor marías de antaño ni por las sororidades puritanas de hogaño. Pero nosotros haríamos mejor en recordar y secundar una de sus muchas perlas filosóficas, de las que no anda escaso el personaje de Forest: “¡Yo no tengo moral… pero sí principios!”.