“¿Una entrevista? Buffff...”. Carlos Giménez resopla al otro lado del teléfono. El dibujante y guionista, uno de los autores más importantes en la historia del cómic español, vive recluido en su casa de la madrileña calle Atocha desde hace tiempo, mucho antes de que estallara la pandemia. Tras pensárselo unos segundos, accede. “Hace ya unos años decidí no salir a la calle. Corté con algunos aspectos de lo que hasta ese momento había sido mi vida y desde entonces la calidad de mis días ha mejorado mucho. Naturalmente sigo teniendo contacto con mis amigos y con mis afectos. Me gusta la vida que hago”, explica el historietista.
Giménez (Madrid, 1941) reduce a lo imprescindible su contacto con el mundo exterior, aunque eso no significa que no le importen el pasado, el presente y el futuro del ser humano. Es el autor de la emblemática serie Paracuellos, unos de los primeros ejercicios de memoria histórica del franquismo en plena época del destape, cuando la mayoría de la gente prefería pasar página. En ella contó sus vivencias y las de otros compañeros en los internados del Auxilio Social, donde pasaban hambre y eran adoctrinados con mano de hierro. “Habrá partidarios de revisar la historia mientras haya tantos otros partidarios de evitar que se revise. Yo, como puede comprobarse por mis libros de historietas, soy partidario de contar lo que pasó y de no olvidar mientras haya gente tratando de impedir que se sepa la verdad”. En esa tarea sigue hoy, ocho volúmenes de Paracuellos después.
“Al principio ningún editor quiso publicarlo. Lo encontraban poco comercial, demasiado triste. Tuvo que ser un editor francés el que lo publicara primero, y precisamente en una revista de humor, Fluide Glacial. Después ya todo fue fácil”, recuerda. De hecho, la obra siempre ha tenido en Francia una gran acogida y en 2010 el prestigioso Festival de Angulema le concedió el Premio del Patrimonio, reservado para obras imprescindibles en la historia del noveno arte. Aquel imaginario interesó también al cineasta Guillermo del Toro. Para su película El espinazo del diablo, ambientada en uno de aquellos internados en el último año de la Guerra Civil, Giménez realizó storyboards y colaboró en la ambientación de los escenarios.
Un pasado gris, un futuro negro
“La lista de lo que me entristece o desagrada sería demasiado larga para enumerarla aquí. Digamos que, entre otras cosas, me gustaría que no existiese la censura, los racismos, las religiones, el fascismo, la desigualdad...”, afirma Giménez. Todas estas lacras las aborda, en clave de distopía, en Mientras el mundo agoniza, un libro con el triple de las páginas habituales y a color, con el que su editorial, Reservoir Books, celebra los 80 años que acaba de cumplir el dibujante. Es una historia de aventuras y venganza con la que Giménez regresa al género de la ciencia ficción y recupera a su personaje Dani Futuro, protagonista de la serie que desarrolló en los años 70 junto al guionista David Mora, creador de El Capitán Trueno.
"Mientras pueda seguir dibujando y escribiendo y tomándome mis cubatas, aceptaré cualquier propina que la vida me dé"
La trama es en este caso un pretexto para imaginar un planeta Tierra devastado ya por el cambio climático y en el que problemas actuales como la desigualdad social, la polarización ideológica, la desinformación, el maltrato a los migrantes, el terrorismo y el fanatismo religioso son llevados al extremo: los pobres se atrincheran en las alcantarillas por miedo a ser detenidos por la policía robótica tras el toque de queda; inmigrantes interplanetarios penetran en nuestra atmósfera con viejas mochilas propulsoras y se arriesgan a ser barridos por las frecuentes tormentas de fuego; las localidades costeras han desaparecido ya y los bosques se han convertido en desiertos; es casi imposible obtener información fidedigna de lo que pasa y varias religiones compiten para ganar adeptos sembrando el odio y el miedo en la gente. “Mi intención principal, además de contar historias, es la de opinar”, dice Giménez. No obstante, “la misión más importante de mi trabajo es entretener. Si aburres al lector, todo lo demás no sirve de nada”.
Ajuste de cuentas con la vida
Hace pocos meses, Giménez concluyó con Es hoy una trilogía protagonizada por su álter ego Pablo. Este último volumen, en el que hace balance de su vida mientras habla consigo mismo, acaba con la muerte del personaje. “La muerte la tengo muy asumida desde hace tiempo”, afirma Giménez. “Nunca pensé que llegaría a vivir después de los 70 años. Ese es el plazo que me concedía. Pero mientras esté lúcido, pueda valerme por mí mismo, pueda seguir dibujando y escribiendo y pueda seguir tomándome mis cubatas reglamentarios, estoy dispuesto a aceptar cualquier propina que la vida me dé”.
"En los años 50 y 60 las tiradas de los tebeos eran de varios cientos de miles de ejemplares. Ahora no pasan casi nunca de los dos mil"
Mientras tanto sigue dibujando sin parar. “El no salir de casa hace que tenga mucho más tiempo para dedicarlo a las cosas que realmente me importan. Y lo que más me interesa en estos momentos es poder seguir contando mis historias”.
La carrera de Giménez no ha sido un camino de rosas. Trabajos mal pagados, derechos de autor no cobrados, algún problema de autocensu- ra editorial... Gajes del oficio que reflejó en clave de humor en su serie Los profesionales. “La de los tebeos es una industria como cualquier otra. Y eso no ha cambiado con el tiempo. Los dibujantes nunca hemos pretendido que se nos tratara como a artistas. Con que se respeten nuestros derechos de autor ya tenemos bastante. Yo personalmente lo único que he pretendido ser es un buen profesional y un autor libre”.
Giménez también fue testigo de cómo lo que antes se consideraba un entretenimiento barato para niños y adolescentes dio paso al boom del cómic adulto en los años ochenta. Hoy se ha extendido el término “novela gráfica” y el noveno arte ha alcanzado el respeto del establishment cultural. Pero el autor considera que todo eso no son más que espejismos: “La realidad es que los tebeos han pasado de ser leídos por mucha gente a ser leídos por muy poca. En los años 50 y 60 las tiradas de los tebeos eran de varios cientos de miles de ejemplares. Eran un producto popular. En la actualidad las tiradas no pasan casi nunca de los dos mil ejemplares y a veces, con demasiada frecuencia, de apenas quinientos. Pero hay gente que se empeña en considerarlos un producto artístico. Cambiándoles el nombre, llamándolos ‘novelas gráficas’, creen que ya es arte. A mí me da igual cómo se les llame. Para mí son tebeos. Y a mucha honra”.