Amélie Nothomb (Bruselas, 1967) nació en Kobe, Japón, según sus biografías oficiales. Cierto que pasó su infancia y juventud en China y Japón, donde su padre era diplomático, pero en realidad nació en el elegante barrio de Etterbeek, en Bruselas. También cambió su distinguido nombre, Fabienne Claire, por el más popular de Amélie. Acaba de ganar el Premio Renaudot, 2021 por Premier sang, y con Sed, fue finalista del Premio Goncourt.
Aristócrata por familia y baronesa, Nothomb, en la cincuentena, conserva una ambigüedad infantil entre realidad y surrealidad, entre lo biográfico y la autoficción, entre inocencia y crueldad, entre lo burlón y lo profundo. En una de sus obras menciona una “higiene de infancia eterna”, y en esa ilusoria ingenuidad, llena de abismos más oscuros, reside parte de su fascinación. En Sed, su novela número veintiocho, se permite, en 123 páginas, meterse en la piel de Jesucristo. La pasión y la crucifixión contadas por Jesús, desde un irreal más allá.
Ya Saramago, Kazantzakis o Éric-Emmanuel Schmitt recrearon la humanidad de Cristo en la ficción. Con osadía, Nothomb se lanza a la Pasión de Jesús en un vuelo descabellado, salpicado de ironía. La autora belga no sólo enfatiza la encarnación de Cristo como hombre, con carne y pulsiones humanas, sino que lo convierte en “el chico de al lado”, el treintañero de hoy mismo, al que su Padre impulsó a sacrificarse y a morir con dolor por los pecadores.
Osada, original y provocadora, Amelie Nothomb en estado puro. Una de sus mejores novelas
En el monólogo interior del Jesús de Nothomb hay una mirada retrospectiva sobre el sufrimiento inútil, y un sutil arrepentimiento por haber soportado tan dura carga. “Al principio acepté ese proyecto demencial porque creía en la posibilidad de cambiar al hombre. Ya hemos visto cómo acabó todo”, dirá Jesús desde el más allá en las páginas finales de la novela.
El flujo de conciencia de este Cristo, su monólogo incesante en las horas que preceden a la cruz, es poderoso, cáustico y cercano. El pretendido anacronismo en el lenguaje y en los comentarios de Jesús viene al caso, porque el Salvador está ya de vuelta de todo, en un no-lugar próximo a nosotros: “A mí, que puedo acceder a las obras de arte del mundo entero [...] me gusta contemplar los descensos de la cruz. […] Me conmueven mucho las estatuas y los cuadros en los que veo mi cadáver en brazos de mi madre”.
Las mujeres del Jesús de Nothomb son contempladas desde un inmenso amor. El amor del hijo por la madre, y el amor del hombre por la compañera, la mujer deseada, Magdalena. “¡Cómo me gustaría pasar esta última noche con ella! Ella decía: ‘¡Durmamos con un amor loco!’”, recordará Jesucristo. Poncio Pilatos, los testigos de los milagros, Simón de Cirene, la Verónica, acercándole una tela que seca su rostro, Juan y Pedro, Judas el traidor, los dos ladrones crucificados en el Gólgota, el soldado que le ofrece la esponja con agua y vinagre, todos estos personajes secundarios cumplen su papel en la novela.
Sus apariciones son veloces, pero trascendentes, relatadas con corrosiva ironía por el Cristo narrador. La última súplica del hijo de Dios en la cruz no puede ser más humana: “Tengo sed”. Y, curiosamente, uno de los aspectos más sobresalientes de esta breve e inteligente novela es la seria reflexión sobre la sed que recorre e impregna toda la historia.
A la escritora le cuesta aceptar la idea de que Dios empujase a su hijo a un sufrimiento intolerable. El pensamiento de que Cristo una vez resucitado pudiese pedir cuentas a su padre, está en la intención de Nothomb. Lo presenta de carne, hueso, amor y perplejidad. La novelista retrata a Jesucristo con esa mezcla tan suya de ligereza y profundidad. Osada, original y provocadora, Amelie Nothomb en estado puro. Una de sus mejores novelas.