En este orden o en otro, los dos primeros títulos de la lista constituyen el pódium más previsible de los últimos años. Buenas noticias: también es el más indiscutible. Por ejemplo, vale que cada libro de Javier Marías llega con un pan bajo el brazo en forma de atención mediática y vitola de lectura obligatoria; pero admitamos que, para cualquiera que ame la novela del siglo XX, ha sido difícil no disfrutar como bellaco con este Tomás Nevinson enérgico, autoconsciente, atrapante. Es todavía un libro propio de la madurez alargada (e irregular) del autor, sin nuevas preguntas ni curiosidad por alterar su estilo. Ahora bien, resulta poco tentador insistir en esas prevenciones cuando el resultado no desmerece en nada los mejores logros de Marías; y esto último significa que me lo pasé pipa.
En cuanto a La señora Potter no es exactamente Santa Claus, es la obra maestra de Laura Fernández y un lector cómplice del espíritu desbordante que lo rige solo puede gozar página tras página. Una catedral cómica edificada con minuciosidad de miniaturista que se revela de pronto tristísima y tierna, todo ello con hiperactividad referencial. Preguntándome si hay algo que vincule a estos dos libros, se me ocurren varias cosas: protagonismo del estilo, pervivencia de la hegemonía cultural anglosajona, ficción pura, y ausencia de “política” como no sea en su dimensión moral o atemporal (aunque no hay texto sin bambalina política, consciente o no).
Admitamos que ya sería demasiado aparatoso que este crítico se decorara inventando conexiones pintorescas entre El huerto de Emerson y Humo. Sobre el primero, baste decir que Luis Landero es presencia recurrente en estas panorámicas año tras año y que su segundo volumen de memorias alberga vibración de vida bajo cierta sobriedad conceptual. A propósito de José Ovejero y su texto ascético, Humo nos recuerda sin concesiones que un ser humano despojado de asideros materiales y espirituales sería una alegoría simbólica deslumbrante… Salvo porque un ser humano nunca es un símbolo, sino materia que sufre.
Los dos primeros libros del pódium comparten protagonismo del estilo, pervivencia de la hegemonía cultural anglosajona, ficción pura, y ausencia de “política”
Por otra parte, entre 1972 y 1978 nacieron Jesús Carrasco, Jon Bilbao, Jacobo Bergareche y Rosario Villajos. A efectos literarios es un dato irrelevante: no podrían parecerse menos. Pero tiene interés como tendencia de paradigma cultural. No solo están todos en su cuarta década, sino que ninguno tiene dimensión pública (quiero decir: mediática, institucional o digital) relevante más allá de sus libros. De hecho, dos de ellos ni siquiera estaban en el mapa hace medio lustro. Cabe concluir que esa generación se acerca a su momentum colectivo sin que su nómina o jerarquía estén tan consolidadas como parece.
Yendo a la literatura y dejando en paz su exoesqueleto crítico-industrial, digamos que Jesús Carrasco y Jon Bilbao han entregado obras estupendas y un tanto desconcertantes. Llévame a casa, por su giro al territorio de lo interior; Los extraños, por su estructura aparentemente irresuelta. Por su parte, Los días perfectos confirma que la herencia de Marías ha empezado a fructificar en autores como el debutante Jacobo Bergareche. La muela, de Rosario Villajos, es una segunda novela redonda, oportuna, feroz. Me encantó. También celebro que sea la primera embajadora del catálogo de la editorial Aristas Martínez en estas listas.
Otra presencia destacada, Huaco retrato de Gabriela Wiener, ha sido el texto de autoría latinoamericana más aplaudido (y, sobre todo, integrado en la conversación lectora) de 2021 en España. Con absoluto merecimiento, aunque esto no sirva para subsanar el déficit preocupante de presencias transoceánicas en la lista. Algunos contrastes con los triunfadores Marías y Fernández: en Wiener también es fundamental el estilo, solo que el suyo procede analíticamente, por descomposición y recomposición sucesivas; su marco cultural es la dialéctica colonias-Europa; el libro prolonga la pertinencia de la autoficción, siempre y cuando siga abriendo vetas; y en él no hay moral ni política posible sin explicitar la relación del texto con el presente. En este último sentido, su pareja de baile podría ser el gopeguísimo Existiríamos el mar, escrita por una Belén Gopegui dispuesta a hacer de la asamblea, estilo, y del estilo, herramienta.