Pensión Leonardo
Rosa Ribas
17 julio, 2015 02:00Rosa Ribas. Foto: Roberto Cárdenas
En medio del proceso de creación de las exitosas novelas policíacas que Rosa Ribas (1963) escribe en coautoría con Sabine Hofmann (Don de lenguas y El gran frío, por el momento), esta barcelonesa residente en Fráncfort desde hace veinte años, publica un relato muy especial, con un cambio de registro absoluto, y como un respiro entre sus logros dentro del género en el que tiene hecho ya un lugar incuestionable. Pensión Leonardo es su título, sobrio, como el lugar que evoca, una pensión del Poble Sec, a mediados los años 60, regentada por un hombre que llegó desde Alicante a Barcelona, en el verano de 1945, "con un coche y una maleta llena de dinero, pero sin familia, sin varios dientes y sin un ojo", como tantos, como otros que alberga la pensión, huéspedes que han elegido el desarraigo como forma de vida, o han llegado hasta allí huyendo del hambre, o de otras miserias.Este es un relato diferente en el historial narrativo de la autora, crudo y tierno, defensor del placer de escuchar, de contar, de ordenar el mundo sirviéndose de la posibilidad de convertir en historia lo observado y lo vivido; cuidado y preciso en el lenguaje, un valor propio de escritos alimentados por el estilo con el que se va forjando la historia, el ambiente y unos personajes que ante el lector van llenando de realidad una composición deliciosa, alentada por la mirada de la narradora, Eulalia, a quien todos llaman Lali.
El "ángulo muerto" (posición con la que alude a su puesto en la familia, por ser tercera de cuatro hermanos), es la perspectiva adoptada, desde la que, a sus doce años, frente a un microcosmos donde los silencios están llenos de significado, puede mirar e interpretar lo que vive (el abandono de su amiga, la muerte "por accidente" del amigo, el miedo "a los humanos"...) y lo que ve, sin ser vista. Desde ese ángulo, Lali va superponiendo planos que desmadejan su historia de iniciación al mundo de los adultos en un universo pequeño, lleno de conjeturas que requieren de la colaboración de un lector paciente y receptivo, porque el ritmo es lento y lo que ofrece es lo que va dando: el registro de la vida entonces, dentro y fuera de esa pensión regentada por su familia, la historia de sus padres "antes" de la Pensión Leonardo, la razón de la ausencia de los abuelos en sus vidas, la trastienda de cada huésped, el significado de palabras nunca dichas del todo (frente del Ebro, guerra, dictadura, ...), los silencios obstinados ante su exigencia por conocer el principio de ese microcosmos necesitado de justificación. Ahí reside el motor de la acción, en su resistencia a aceptar "una historia mutilada"; la intriga vendrá dada por el afán de averiguar más, de rastrear preguntas que nunca obtienen respuesta, y si la tienen mostrarán una realidad "en crudo" y "fea".
Quizá no sean razones de peso para quienes gusten de aventuras trepidantes, pero sobrarán para quienes fueron (y son) sensibles receptores de lo que significó vivir en una época que enseñó a descubrir que el mundo estaba ahí, por más que lo callaran.