Ian Gibson. Foto: Domènec Umbert

Premio Fernando Lara. Planeta. Barcelona, 2012. 448 pp., 21 euros, ebook: 14'05

La encomiable preocupación moral y política de Gibson no se corresponde con resultados literarios afortunados. A la novela le falta fuerza y creatividad

En 1870 unos pistoleros asesinaron en Madrid dentro de su berlina al Presidente del gobierno, Juan Prim. Nada concluyente se sabe hoy sobre los responsables materiales y los inspiradores del magnicidio. Fue víctima, en todo caso, de una tupida red de intereses y malquerencias: acaso de republicanos exaltados, del ansia por ocupar el trono del duque de Montpensier, cuñado de la destronada Isabel II, del Regente Serrano o de conspiradores a favor de la restauración borbónica. El asesinato privó de su principal sostén al rey Amadeo I poco antes de que desembarcara en España. Fue, pues, un suceso de trascendencia histórica.



El prolífico Ian Gibson, conocido estudioso de Lorca, Antonio Machado o Dalí, encomienda desentrañar tan espeso enigma al protagonista de La berlina de Prim, el periodista Patrick Boyd, joven irlandés hijo de un liberal fusilado junto al general Torrijos por las fuerzas de Fernando VII en Málaga. El valeroso Boyd emprende sus peligrosas pesquisas en Sevilla contando con la ayuda inicial del abuelo y del padre de Machado y las extiende por Madrid y Francia. Las averiguaciones constituyen una novela histórica sustentada en amplia documentación y amenizada con variados apuntes de costumbrismo social, ideológico o urbano.



Otro modelo la sostiene: un relato policiaco, de acción, suspense, intriga y aventuras. Además, en un plano complementario aparecen una trama de exotismo ornitológico que cuenta una excusión a Doñana para presenciar el espectáculo de nubes de ánsares comiendo arena y otra trama sentimental, los amores locos entre el periodista y una andaluza de almanaque. En suma, Gibson hace una novela mestiza descaradamente tributaria de la moda.



Este modelo de literatura popular de consumo no está abocado, sin embargo, al entretenimiento evasivo. El autor afronta la historia como magister vitae y la pone al servicio de la defensa de la libertad y de la denuncia de las fuerzas reaccionarias. Lo advierte Boyd: "La historia es la ciencia del pasado para ejemplo del presente". Y lo corrobora Gibson por su propia boca: "Hay quienes dicen que este país es amnésico y reacio a afrontar su historia. Quizás no se equivocan". La novela manifiesta incluso explícitas inquietudes acerca del peligro latente en el conservadurismo español.



Esta encomiable preocupación moral y política de Gibson no se corresponde, sin embargo, con resultados literarios afortunados. El estilo de la novela es plano y fríamente funcional e incurre en latiguillos anacrónicos (repite "como no podía ser de otra manera"). La forma responde a una construcción demasiado convencional, una narración en tercera persona que se alterna con un diario e interpolaciones epistolares. Los personajes tienden al estereotipo y a la simplificación maniquea. La historia de amor resulta en extremo simplista; el desenlace, efectista; el didactismo, obvio en exceso. En fin, a la novela le falta la creatividad y la fuerza de un narrador genuino capaz de recrear con plasticidad aquella época crucial de nuestro pasado.