Con la publicación de
Los príncipes valientes (2007), Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besòs, Barcelona, 1965) reveló unas insólitas facultades narrativas que desbordaban el caudal de los trabajos periodísticos y de ensayo con que el escritor se había dado a conocer.
Todo lo que se llevó el diablo confirma esa capacidad para contar historias, a pesar del peligro que suponía embarcarse en la reconstrucción de una época que el autor no pudo vivir. Pérez Andújar ha escrito una novela centrada en las actividades de las Misiones Pedagógicas, aquella empresa de la Segunda República que, siguiendo las ideas y el impulso de la Institución Libre de Enseñanza, trató de llevar la cultura a los pueblos y dotar a los más apartados rincones de España de escuelas y bibliotecas. Recordar la historia de aquella ilusión que, por una vez, estuvo a punto de situar la educación española a la altura de los tiempos y que se desmoronó, como otras tantas empresas, en 1936, induce a la melancolía, y algo de esta sensación impregna las páginas de esta novela que, siendo una obra de ficción, respeta escrupulosamente los datos históricos, e incluso hace intervenir a personajes reales en algunas escenas: Reposiano Guitarra (personaje novelesco) dialoga con Domingo Barnés (que fue vicepresidente del patronato de Misiones Pedagógicas), y el joven Velasco Flaínez asiste a una conversación entre García Lorca y Ugarte, o se encuentra en su camino con los filólogos Tomás Navarro Tomás y Alonso Zamora Vicente, que realizan encuestas para el Atlas lingüístico de la Península ideado por Menéndez Pidal y que acabó formando parte de lo que el viento se llevó.
La mezcla de realidad y ficción llega hasta el extremo de que una de las fuentes de la historia son los testimonios de Arcos Paulín, conductor de las Misiones Pedagógicas y luego dibujante de tebeos, sobre el cual se consigna en la bibliografía final, merced a un juego que podría haber firmado Max Aub, la existencia de una tesis doctoral tan apócrifa como el personaje.
Pérez Andújar ha compuesto la novela como un conjunto de retazos de historias procedentes de informaciones distintas -las cintas grabadas de Arcos Paulín, el diario de Reposiano Guitarra, etc.-, acerca de una serie de personajes que convergen en un perdido pueblo zamorano donde actuará el grupo de La Barraca y se promoverán varias actividades culturales. Allí acude también un desnortado joven, Velasco Flaínez, cuyo viaje, resuelto con los modelos clásicos del relato itinerante, está jalonado por varios encuentros con tipos más o menos pintorescos, como el penitente feroz, el adivino llamado profesor Barandiarán, el lañador que intercala en su discurso palabras del caló o la pareja de Caruso y Orfilio. Los personajes cuentan su historia, recuerdan viejas creencias o rescatan antiguas tradiciones, costumbres, coplas; la actualidad coexiste con el pasado, de igual manera que las ideas alentadas por la pedagogía de las Misiones chocan con el recelo de mentalidades caciquiles y destructoras, como las del alcalde o el pistolero Orfilio, cuya frialdad para matar lo convierte en pariente próximo del asesino diseñado por Cormac McCarthy en
No Country for Old Men. A las raíces cervantinas de la narración no les falta siquiera el particular "escrutinio de libros" del capítulo once, referido aquí a la literatura popular y de misterio que comenzaba a traducirse en España en el primer tercio del siglo XX y que, como las referencias a colecciones de tebeos, prolongan el mundo ya presente en la primera novela de Pérez Andújar.
Ésta es excelente, aunque requiera ciertos conocimientos históricos acerca de la época para calibrar mejor el esfuerzo integrador del novelista, buen escritor, además, capaz de no caer ni siquiera en el escollo de los catalanismos (salvo en parada por 'puesto de venta' [pp. 87, 88] ).