Manuel Vilas
Con este título, que recuerda inevitablemente a Jorge Guillén y que aquí designa una "multicadena de televisión hiperrealista" (p. 9), el aragonés Manuel Vilas (Barbastro -Huesca-, 1962) continúa la línea paródica y humorística de su novela anterior,
España (2008), incrementando los elementos de ruptura que pretenden distanciar sus relatos de los modos narrativos tradicionales. Cada uno de los once capítulos de la obra -presentados aquí como otros tantos canales televisivos- agrupa dos o tres secuencias que equival-drían a distintos programas, todas ellas relacionadas con la índole temática del canal (teletienda, informe semanal, cine X, etc.). Escoger como marco narrativo el modelo del gran medio de comunicación de masas que es la televisión lleva consigo la incorporación de personajes, evocados o "resucitados" para la ocasión, de figuras y mitos relacionados con el mundo pop y la cultura de las últimas décadas (Elvis Presley, Johnny Cash, Sergio Leone, Allen Ginsberg, Superman, Paulina Rubio, etc.) o anteriores (Picasso, Dámaso Alonso, Cernuda), además de bautizar a algunos personajes secundarios con nombres evocadores: un emigrante llamado José Luis Valente, un poeta americano que atiende por Macedonio Faulkner, un psiquiatra llamado Félix Rodríguez de la Fuente, el médico Juan Benet o la escritora española Ana Manuela Carenina. Por diversos episodios atraviesa una especie de personaje ubicuo -el autor testigo y partícipe de las andanzas de sus criaturas- llamado Manuel Vilas, transmutado en una ocasión en César Vilas y también en el travestido Manuela Vilas, que se vuelca en sus personajes y se solidariza con ellos. Los sucesos extravagantes e inesperados, los giros humorísticos, el ingenioso retorcimiento de la realidad -véase la disparatada enumeración de películas interpretadas por Steve McQueen (p.44) o la bibliografía de Vicente Aleixandre alojada en una nota de la página 193-, así como la coexistencia desenfadada de invención y datos precisos y reales, crean un conglomerado narrativo de indudable originalidad, a menudo fragmentario y dislocado, como resultado de contemplar sucesivamente programas de cadenas diferentes en un zapeo continuo que va de lo trivial a lo insólito, de lo jocoso a lo terrorífico, de la vulgaridad tópica a la imaginación desbordada, de la muerte a la vida. El lector es, en efecto, un mirón aferrado compulsivamente al mando a distancia cuyo frenético manejo acaba por proyectar la imagen de un mundo caótico y enloquecido en el que lo valioso aparece con la misma jerarquía que lo deleznable.
Lo más decepcionante es que, aun reconociendo el ingenio del autor y haciendo constar su buena prosa, el orbe caótico que transmite parece haber contagiado a la misma estructura narrativa, compuesta como una sucesión de anécdotas independientes -ya que ni el marco narrativo de la multicadena televisiva ni las esporádicas apariciones de Vilas son suficientes como nexos-, carentes de la articulación adecuada, con un orden caprichoso que podría verse alterado sin que el conjunto se resintiera, porque se trata de algo amorfo, invertebrado, que no parte de un principio ni se dirige hacia un objetivo concreto, lo que no constituye necesariamente un rasgo de modernidad. Es una yuxtaposición de fragmentos de distinto valor, con algunos episodios brillantes y otros donde ciertas referencias a la actualidad política -forzosamente ocasional, transitoria y efímera- inoculan en el texto el virus de la caducidad. El talento -indudable, sólido y bien asentado- demostrado en la concepción y el alcance de la historia está muy por encima del que acredita su conversión en novela, en estructura narrativa o red de dependencias internas donde la concatenación entre los elementos es un calibrador infalible.
ALGO PERSONAL
¿Es usted un Tarantino de la novela que mezcla literatura y cultura popular televisiva?
-Sí, ojalá mi novela fuese como la genial Malditos Bastardos. En España necesitamos media docena de Tarantinos, mucho aire fresco, energía..., necesitamos crecer culturalmente.
¿Cuándo sabe que su libro funciona, que toca the end?
-El final tiene que ser siempre climático, como una explosión de fiesta y de vida, y con un toque enigmático. Funciona si emociona, si transmite sentido, si hace reír. Reír es importante, una risa apa-sionada que acepta la vida.
Vicente Luis Mora se da un descanso de "literatura mutante". ¿Y usted?
-Yo me siento un escritor realista, que quiere hacer avanzar la literatura hacia la expresión inteligente de este complejo siglo XXI. La literatura, históricamente, siempre ha hecho mutar los modelos clásicos. Soy muy cervantino, y ahora estoy escribiendo sobre Cervantes.