Memorias de un hombre perdido
Antonio Ferres
12 diciembre, 2002 01:00Antonio Ferres. Foto: Gustavo Cuevas
Ferres fue uno de los nombres capitales de las letras comprometidas de los 50, junto con Armando López Salinas y Jesús López Pacheco, desaparecido en 1997. Los tres formaron un grupo madrileño marcado por una literatura obrerista que más tarde padeció un sistemático menosprecio.Aquella escritura politizada también produjo obras de muy estimable valor artístico, y, en cualquier caso, esos autores, aunque urgidos por un deseo de denuncia, quisieron algo más que participar en la lucha antifranquista; tuvieron el propósito de ser, en el amplio sentido de la palabra, creadores. Dos novedades editoriales muestran el impulso creativo del que parte Antonio Ferres. Una es la reedición de La piqueta, un título emblemático de la novela social, rescatado con un escueto y excelente prólogo, justamente reivindicador, de Javier Alfaya.
Aparecida en 1959, hace una crónica emocionada del desahucio de unos chabolistas llegados a la ciudad en busca de un futuro mejor. Se abrió un camino a la narrativa española de entonces con esta historia de las desventuras de unos inmigrantes.
Después Ferres optó por el exilio y su literatura evolucionó hacia una mayor complejidad técnica. Pero ha conservado tanto el gusto por una prosa de apariencia sencilla, voluntariamente antirretórica, como la mirada desesperanzada acerca del mundo. Sobre ambos pivotes construye el narrador la otra novedad aludida, su autobiografía.
En el rótulo Memorias de un hombre perdido compendia Ferres una intencionada y feliz imagen que traduce la que el escritor tiene de sí mismo y de quienes, como él, apostaron un día por el idealismo y han terminado en una triste y melancólica claudicación. Se nota que el autor no ha renunciado a un gesto de rebeldía, pero éste se ciñe a la expresión de su disgusto por los rumbos que ha tomado el mundo y su país. Esta perspectiva ética, inspirada más por un humanismo solidario que por su ideología izquierdista del pasado, la expresa sin la virulencia del viejo luchador. Predominan los acentos de la melancolía y resignación.
Estos recuerdos novelados tienen muy poca sustancia documental y pasan de puntillas por encima de datos que nos gustaría encontrar, o nos hurtan noticias que podrían enriquecer el conocimiento de unos tiempos que el memorialista vivió en primer plano. El contenido informativo lo despacha con muy sucintas pinceladas. A Ferres esta vertiente noticiosa de su trayectoria vital no le interesa, porque su empeño al recordarla ha sido otro, el de hacer la radiografía de un ser naufragado en medio de una sociedad que él no entiende. Así las memorias resultan un relato novelesco sobre la peripecia de un hombre moderno, perdido en una sensación de derrota y soledad. Por eso estas confesiones, parcas en datos externos relevantes, alcanzan gran fuerza emocional, que brota de su estilo desnudo y de unos recuerdos sinceros y muy tristes. La ausencia de aspavientos y la propiedad de la prosa para plasmar dicho estado de ánimo producen la impresión de un relato del yo muy auténtico.