El hijo del aire
FANNY RUBIO
24 octubre, 2001 02:00La idea germinal de la historia que Fanny Rubio desarrolla en El hijo del aire es del mayor interés: Huma Fierro, una abuela de mayo cuyo hijo ha desaparecido, junto con su mujer, en los tiempos más oscuros de la dictadura argentina, viaja a Madrid en busca de su nieto, convencida de que el niño fue robado y entregado ilegalmente en adopción.Se plantea de este modo una intriga con tintes judiciales que, sin embargo, abre pronto el camino a otras historias que acaban incluso desplazando el interés del lector en diferentes direcciones.
La multiplicidad de voces y personajes hace de El hijo del aire una novela coral donde lo que destaca por encima de todo es el devastador efecto del tiempo en los seres que pueblan estas páginas, y de manera especial en aquellos que el azar reunió en Granada durante sus estudios universitarios, como la propia narradora o el juez Blasco de Garay, entre otros. Todos vivieron los años ilusionados de la rebeldía juvenil, soñaron vagamente con un mundo más libre y mejor y se encuentran, en cierto modo, atrapados en una sociedad en las que los sueños no parecen ya posibles. El viaje de la abuela Huma Fierro, con su tenacidad incansable y su actitud firme y decidida, lanza al rostro de estos antiguos contestarios la prueba de que la rebeldía y la búsqueda de la justicia no son actitudes exclusivas de la juventud, y que tienen más que ver con la mentalidad y las circunstancias históricas que con la edad.Esta mirada nostálgica hacia unas ilusiones ya marchitas, esta visión retrospectiva del progresivo apagamiento que han ido sufriendo los ardores de antaño es lo más valioso de la novela de Fanny Rubio, lo que impregna algunos momentos de la historia y humaniza a los personajes. Los encontrados sentimientos quedan bien sintetizados cuando se afirma que Alejandra "no sabe si siente pena por el amor de Kate Gil por su hijo adoptivo o tristeza por el amor de la abuela Huma a su desconocido nieto, o admiración por el amor del niño Daniel Lang a su canguro, o compasión por el amor del magistrado Blasco de Garay al recuerdo de su mujer..." (pág. 172).
La autora ha organizado bien la narración, alternando los tiempos de la historia y exhibiendo una capacidad expresiva que se advierte en el manejo de variados registros idiomáticos. Los escollos que entorpecen en ocasiones la fluidez narrativa son esencialmente de dos clases: por una parte, ciertas transiciones y el arranque de algunas escenas o situaciones resultan demasiado abruptos; por otra, la prosa, sin duda rica y plástica, tanto en el relato como en los diálogos, es a menudo poco narrativa, por la abundancia improcedente de informaciones secundarias que complican el relato. He aquí algún caso: "Alejandra [...] decidió bajar a la cafetería, que estaba repleta de letrados, técnicos, secretarios judiciales y contratados, presta a forcejear por el único sitio que quedaba libre entre un guardia civil de su sexo y un maduro que se afanaba en resguardar del bullicio un envoltorio rectangular" (pág. 114). Dejando aparte la ambigua determinación "de su sexo", alejadísima del sujeto femenino, ¿era tan importante la información acerca del "envoltorio rectangular"?
En otro momento (pág. 111), el personaje llamado Palmiro Blanco "suspiraba con los ojos a juego con su apellido igual que si llevase a su derecha a la mismísima María Antonieta a punto de ser guillotinada", frase en que la dudosa gracia inicial desencadena un símil improbable. O bien: "Ambos se enviaban faxes con la frecuencia de una pareja de novios pero, si coincidían, como reza el principio de Arquímedes, el uno escapaba cuando inundaba el aire común el peso rival" (pág. 116). Mi etapa escolar queda muy lejos, pero aún recuerdo que el principio de Arquímedes no "reza" tal cosa. Tampoco puede entenderse que el principio se refiere a la coincidencia, ni se sabe muy bien si coincidían "ambos" o los "faxes". Una buena prosa no siempre es una prosa narrativa adecuada.