Image: El día de todas las almas

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Novela

El día de todas las almas

Cees Nooteboom

7 marzo, 2001 01:00

CEES NOOTEBOOM

Traducción de Julio Grandes. Siruela. Madrid, 2000.

Esta es una novela dialogal en la que el protagonista, marcado por la trágica pérdida de su mujer e hijo, vive preocupado de preservar en vídeo los gestos y las actitudes que se van perdiendo

El escritor neerlandés Cees Nooteboom se ha instalado ya en el horizonte premonitorio de lo que pueda ser una literatura paneuropea, consecuente con esa utopía verosímil de una unidad superior a la de las viejas naciones continentales. Su última novela, El día de todas las almas, es otra buena muestra de ello, como lo fueron antes la mayoría de sus obras narrativas o colecciones de ensayos. En uno de los más memorables salidos de su pluma, Nooteboom explica que se hizo europeo por la invasión de su país por las tropas del III Reich cuando comenzaba la II guerra mundial en la que su propio padre moriría. Es fascinante esa vivencia europea que se fundamenta en una tragedia, pero se sublima en lo que el escritor denomina una "esquizofrenia de simultaneidades", que no otra cosa es para él la pertenencia a ese pequeño territorio denominado Europa, laberinto de naciones, ábaco de culturas, palimpsesto de civilizaciones, mosaico de lenguas. Precisamente pasar de una a otra es el placer puramente europeo que Nooteboom consagra y practica, como lo hacen también los personajes de El día de todas las almas al reparar, por caso, en la transexualidad de las palabras cuando cruzan el Rhin, en los distintos acentos, en la propia actitud de los hablantes, amparados por la mayor o menor resonancia de sus idiomas vernáculos, pero forzados a entenderse con los nacidos en el seno de las demás lenguas.

El día... acrisola todos estos elementos propios del paneuropeísmo de que hablamos, y reitera otros temas característicos de la personalidad de su autor. Es también una novela de viaje, pues su protagonista holandés, el camarógrafo y director de documentales Arthur Daane, vive en ruta perenne, si bien hace de Berlín su punto de referencia obsesivo. Allí reside el núcleo cosmopolita de sus amistades, y allí conocerá a una joven compatriota, Elik Oranje, tan desarraigada como él, y tan afecta igualmente a España, el país europeo ante el que Nooteboom solo considera posibles dos actitudes: odiarlo o amarlo. En El desvío a Santiago el autor confiesa haber optado por lo primero, como también Elik, que trabaja en una tesis sobre doña Urraca, la reina de Castilla y León. Y será camino de Santiago donde la última página de la novela se abrirá a la esperanza para sus dos protagonistas.

ésta es una novela peripatética y dialogal, en la que el protagonista, marcado por la trágica pérdida de su mujer e hijo, vive observando el mundo, preocupado de preservar en cinta de video los gestos y las actitudes que se van perdiendo. De ahí su negativa a entregar su cámara, aún a riesgo de perder la vida en un subterráneo de Madrid cuando dos cabezas rapadas se la quieren robar en los mismo días en que Eta -de la que Nooteboom se había ocupado ya con anterioridad- asesinaba a Miguel ángel Blanco. Daane vive de la percepción de las diferencias, de los matices, y de ello alimenta su constante conversación con sus amigos. Frente al "gran proceso de infantilización", a la "superficialidad fatal e insoportable" (pág. 233) que uniformiza y anula las individualidades, la novela de Nooteboom nos ofrece todo un repertorio de digresiones dialogadas sobre música, literatura, filosofía, arte o, incluso, gastronomía. El botillo alemán, el saumagen, sirve así para contraponer la riqueza inagotable de los embutidos continentales a la hamburguesa yanqui, emblema de la despersonalización: "Comer lo mismo, oír lo mismo y luego, por supuesto, pensar también lo mismo, si es que se puede hablar todavía de pensar" (pág.78).
Con los antecedentes que el propio Nooteboom le reconoce a su europeísmo, nada extraño que intervenga aquí la tragedia, junto a los elementos ya mencionados. Una tragedia que Arthur y Elik llevan consigo, pero que ella encarna explícitamente a través de los ecos de Medea y de las ménades que acompañan su figura. Como la heroína de Eurípides, Elik también sacrifica al hijo que hubiera podido tener con Daane y precipita el episodio que está a punto de costarle la vida. La tragedia no sólo está presente aquí como el gran mito antropológico, sino también como la más sublime de las formas escénicas acuñadas por los helenos, de donde Nototeboom toma, incluso, el recurso del coro, recreado en breves páginas de enlace entre los distintos episodios de la historia, como si el autor se esforzara en intensificar de este modo la unicidad no del todo lograda de su novela. Pero una tragedia degradada, como ya lo había sido en el Ulises de Joyce y el esperpento de Valle-Inclán. Bien lo advierte uno de los últimos textos corales de Noteboom: "Todas vuestras historias son historias sin importancia. De vuestra pena ya nunca se sacará partido con palabras que sean válidas para los demás, para la limitada eternidad de que disponéis. Eso os hace más volátiles y, si nos lo preguntáis, más trágicos" (pág. 290).