Image: Mario Gas: “La gente pide cada vez menos y se vicia más”

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Teatro

Mario Gas: “La gente pide cada vez menos y se vicia más”

El director estrena en el TNC "Lulú", de Wedekind

7 marzo, 2001 01:00

Mario Gas ve cumplido su sueño de llevar a los escenarios a uno de sus autores preferidos, al maldito, fronterizo y corrosivo Frank Wedekind. Y lo hará (a partir de la semana próxima en el TNC) con Lulú, una obra de largo aliento en la que ha depositado buena parte de su postulados estéticos y vitales. Protagonizada por Laia Marull y traducida por Feliu Formosa, Gas ha encontrado en este texto "nada culinario" de finales del siglo XIX una forma de denunciar la realidad actual por su incuestionable componente carnal: "Aquí se mezclan la tragedia laica, el drama y el vodevil sangriento". EL CULTURAL ha hablado con el director sobre la gestación de la obra y la situación del teatro actual.

Mario Gas es un seductor nato. Esconde sus ojos tras unas gafas oscuras durante toda la entrevista, pero le delatan sus gestos. Habla con vehemencia —igual que trabaja—, fumando un cigarrillo tras otro. Su discurso, ágil de palabras e ideas, no permite intromisiones. Inquieto, poco amigo de amabilidades retóricas, dueño de opiniones contundentes, Gas es el hombre sin pose. ¿El pretexto para esta conversación? El estreno de Lulú, de Frank Wedekind, el 15 de marzo, en el Teatre Nacional de Catalunya. Encabezando un reparto de 23 nombres, Laia Marull. La traducción y adaptación del texto la firma Feliu Formosa. La escenografía es de Jon Berrondo. El papel de director de esta gran orquesta lo asume Gas con la pasión y el inconformismo de siempre.

-Da la sensación de que Lulú y usted forman una muy buena pareja.

-No sé. A veces las buenas parejas producen fiascos. Es un texto complejo al que no creo que haya que buscarle concomitancias de pulso personal.

-¿Qué le atrajo de Lulú?

-Muchas cosas: su estructura, su temática, cómo está escrita. Siendo un gran texto de finales del XIX-principios del XX tiene ese componente carnal, quebrado, donde se mezclan la tragedia laica con el drama, el vodevil sangriento con personajes que no se explican mucho a sí mismos… donde todo queda expresado abruptamente. Una obra, en suma, nada culinaria. Y tiene, además, un personaje central sobre el cual se pueden especular muchas cosas.

Fans de Wedekind

-¿Lo propuso usted o se lo propusieron?

-En el año 92 solicité una serie de colaboraciones de diversas administraciones para poner en marcha Lulú desde el teatro privado, pero no respondieron adecuadamente y lo abandoné. Luego se dio la circunstancia curiosa de que a partir de entonces en la Generalitat empezaron a salirle fans a Wedekind por todas partes. Yo propuse, atendiendo al dinero que me daban, un cambio de texto, respetando el equipo. Se negaron. Pensé: "Caray, no sabía yo que era más importante montar a un determinado autor que contar con un núcleo de artistas dispuestos a empezar un proyecto." Y fue después, hablando de textos con Domènech Reixach, que me preguntó si me apetecía Lulú y yo le dije, claro

-A Wedekind, además, no se le monta desde El despertar de la primavera (1986), de Flotats…

-Exacto. Es un autor, no maldito, pero sí fronterizo, corrosivo, dificultoso…

-Y también muy interesante…

-Mucho. Un autor que proyecta sobre su obra su propia pulsión vital, que es muy paralela a sus textos. En algunos autores, literatura y vida no tiene mucho que ver, y a veces es todo lo contrario, como en este caso. Y los que nos dedicamos al teatro sabemos que Wedekind es el embrión de muchas dramaturgias posteriores, como Brecht, por ejemplo. Pero, al margen de todo eso, es un gran texto, que fue muy polémico cuando se estrenó, llevó al autor a juicio, y todo eso le obligó a escribir versiones posteriores más acabadas, más sobreexplicadas, que son muy inferiores. Nosotros hemos querido volver a la primera versión, donde las cosas suceden más abruptamente.
-¿Mejor buscar la sutileza de lo ambiguo?

-Pero eso entraña también una dificultad, de las que este texto no está exento de ningún modo.

-Pero a usted le encantan las dificultades…

-Bueno, cada vez menos (risas).

-¿Y eso? ¿Pasan los años?

-No es que me gusten las dificultades como si fuera un vicio, un deporte o un juego. Me atraen cosas de una cierta complejidad, donde me siento más cómodo. Soy enemigo de lo obvio, lo esquemático, lo zafio, lo coyuntural… Que no de lo simple. Siempre digo que el camino más corto entre dos puntos es una recta, y en teatro esto es un axioma. Pero sí, estamos en una época muy vanal, en que se confunden mucho las cosas, y mi intención es pasar de las modas y bucear en aquellos textos que de un modo o de otro sean interesantes aunque la opinión dominante sea que no. La gente cada vez pide menos y se vicia más.

Una Lulú marginal

-Lulú es como Lolita, un personaje al que le han salido muchas nietas en la literatura posterior. ¿Pesó eso al llevarla a escena?

-Yo creo que es mucho más que Lolita. Lolita está más en función del resto de personajes que de sí misma. Lulú es una mujer llena de ingenuidad, y de una fuerza muy poderosa que conduce a la pasión a los hombres, porque los hombres creen ver en ella cosas que les gustan, y la quieren dominar y poseer, pero jamás teniendo en cuenta quién tienen delante, y eso les lleva a la perdición más absoluta. Ella es un ser vivo y amoral -no inmoral- y todos aquellos que van hacia ella no pueden soportar la entereza de esta mujer y sólo intentan poseerla o aniquilarla. Su propio instinto la lleva a cometer unas transgresiones que la sociedad no admite, e inicia su caída, hasta acabar con un gran guiño, que es ese descuartizamiento en manos de un destripador.

-Tal vez todo ello encierre una tesis: ¿Es destructiva la pasión? ¿O lo es el afán de poseer a otra persona?
-Más bien pienso que la pasión convencional, siempre y cuando no se atienda a la realidad del otro, lleva a la destrucción. Si las pasiones no se basaran en esa vocación de Pigmalión según la cual alguien quiere modelar a otra persona a su gusto, no serían tan destructivas. En Lulú sus pasiones están al servicio de un machismo establecido, y ella ha nacido de la marginalidad y vive al margen de la sociedad. Pero al final, como todo transgresor, debe ser eliminada. Y eso es lo que hace Jack, que es el ángel negro que al mismo tiempo que la ejecuta en nombre de la sociedad, la libra de ella. Es curioso que el salvaje de la obra sea occidental, urbanita, y tenga, según le dice la misma Lulú, "cara de niño bueno". Es un juego estético más.

-¿Fue muy difícil dar con Laia Marull, su Lulú?

-Cuando se reactivó el proyecto, enseguida tuve claro que se lo propondría a Laia. Creí que nos la podíamos jugar juntos. Y estoy absolutamente fascinado. Si ella quiere, repetiremos trabajos.

-¿Cree que en el teatro lo peor no son los directores sino las administraciones?

-Esa es una cantinela antigua que ya por antigua es muy irritante. En el 69 monté una obra de Wesker donde había una revuelta militar capitaneada por un soldado de clase alta. Trataba de hacer que le obedecieran, hasta que alguno de los otros le decía: "No vamos a hacer nada contigo, tampoco castigarte. Sencillamente, no te oímos". Eso es precisamante lo que está pasando en la Administración: no oyen. Todo está muy revuelto: las Administraciones juegan a ser privadas, las privadas juegan a ser administraciones, el márketing está por encima de todo…

El caso Marías

-¿Está todo perdido cuando alguno de nuestros más reputados novelistas escribe que el teatro es todo falsedad e incapaz de competir con el cine?

-No he leído el artículo de Javier Marías, sino unas palabras inteligentes de Molina Foix, respondiéndolo. El gusto no se discute jamás, así que no discutiré con Marías. Lo que sí me parecen discutibles son sus argumentos, fruto de un error de apreciación descomunal. Pretender enfrentar el lenguaje de cine y teatro es no entender que son muy diferentes, que el teatro tiene otro código y otra vía. Me sorprende la vanalidad de Javier Marías, aunque acertaba en algunas cosas, como esa hipermodernidad que a veces enmascara los textos.

-¿Qué proyectos futuros tiene?

-Tengo cuatro o cinco proyectos que sopeso para la temporada que viene. Unos recitales en Perelada de este verano y no creo que haga nada más. Pienso en Las criadas, de Genet, en una obra de Stoppard, en algo de cine como actor, en dirigir…