Maneja bien Cerezales la intensidad de su discurso, sabe ofrecernos diálogos creíbles. Y, en suma, sabe hablarnos de una vida que es, en sus propias palabras "como el Juego de la Oca" Hernández
"La vida no son hechos aislados, sino un conjunto de cosas entramadas", nos recuerda el narrador de esta primera novela de Cristina Cerezales Laforet -qué linaje más prometedor para una novelista incipiente-, madrileña de 52 años, pintora hasta que en 1996 dejó de pintar -reza la contratapa del libro- y autora de algún otro escarceo literario, desconocemos si anterior o posterior a éste, que por ahora permanece inédito. Los "hechos aislados" de una vida de mujer, Justa, y el "entramado" que los anuda a una comunidad rural, la de Olmeda, son la columna vertebral de una historia que nos habla del paso del tiempo y de la soledad que lo acompaña. Sus personajes -Ignacio, Justa, Lucas, Amadora, también los secundarios-, que a ratos son deudores de los de Delibes o los de la primera Ana María Matute, viven oprimidos en un ambiente que propicia su aislamiento. Un aislamiento que a veces es físico -el molino donde vive Justa la aleja del resto del pueblo- y a veces moral: la locura, la incomprensión, el desamor o el anclaje en el pasado lastran sus existencias y les obligan a vivir pendientes de un sueño de libertad -simbolizado por el mar- o de una recuperación vana del pasado. Así, la novela parte de unas palabras de Amadora, mentora de la protagonista, en la que insta a ésta a "recuperar a la niña que fue". Será ese proceso de recuperación el que, como un aprendizaje tardío, hará ver a Justa hasta qué extremo le desagrada su vida y qué vías de escapatoria conserva aún. Al cabo, el mar y un amor imposible de juventud se unirán en una esperanza final. Y en un desenlace desgajado en exceso del resto de la novela, a mi entender, en el que el lirismo desmedido y un cierto homenaje a Juan Ramón Jiménez se leen con demasiada extrañeza, sobre todo después de acostumbrarse a la sobriedad que caracteriza el estilo de la autora. Cerezales maneja mejor otro tipo de recursos. Por ejemplo, es muy interesante la relación que existe entre el paso de las estaciones -del tiempo- y los encabezamientos de los capítulos, que llevan el nombre de distintos colores. La protagonista es pintora, y es desde sus ojos que asistimos a esa peculiar mirada cromática, más rica aún si no olvidamos que también la autora ha cultivado las artes plásticas. También maneja bien Cerezales la intensidad de su discurso, sabe moderarse en los momentos más enfáticos, sabe ofrecernos diálogos desgarrados y creíbles, sabe jugar con la secuencia temporal y con el profundo lirismo de algunas de sus imágenes. Y, en suma, sabe hablarnos de una vida que es, en sus propias palabras "como el Juego de la Oca. Un recorrido en solitario […] El final parece inalcanzable. Es lo bonito del juego, su dificultad." Lo mismo puede decirse de la Literatura.