El discípulo amado
Antonio enrique
26 abril, 2000 02:00El discípulo amado es un acendrado alegato espiritualista hecho en un tono emocional intenso y logrado que se mueve en el terreno pantanoso de intrincadas disputas de teólogos
De entrada, al autor de un relato volcado en una figura semejante se le plantea la ardua cuestión de decidir qué grado de verdad histórica va a respetar. He aquí el primer y definitivo acierto de Enrique: actuar a la par con solvencia y libertad. Los datos utilizados resultan congruentes con lo sabido (tal vez con alguna tolerancia excesiva en la cronología) y con el perfil posible del personaje. Lo cual es más que suficiente tratándose de una narración que se mueve en el terreno pantanoso de intrincadas disputas suscitadas por teólogos, cristólogos y biblistas. A la vez, el contenido anecdótico del libro se presta a debate por sus polémicas y libres afirmaciones.Los expertos tendrán mucho que decir al respecto: si San Juan es hijo de Jesús y de María Magdalena, si se formó con los esenios, si se puede identificar con otro evangelista (se lo llama también Juan Marco), si los apóstoles andaban a la greña...O cuestiones teológicas: si Lázaro resucitó, si Cristo de verdad murió, si fue o no el Mesías...
Aduzco estos casos con el fin de apuntar la perspectiva heterodoxa adoptada por Enrique y subrayar su escasa importancia para el fondo del relato.La plenitud de una narración histórica no procede tanto de la fidelidad a las fuentes -una auténtico maremágnum de hipótesis- como de la recreación plástica y verosímil de un tiempo, rescatado con intensidad por el autor. Y aquí sí que no cabe ponerle pega alguna a Enrique porque estas memorias del "discípulo amado" son la escritura viva de una experiencia iniciática, de un mensaje de amor y de una pregunta angustiada sobre el destino de la existencia.
En busca de dicho sentido, Enrique adopta un puñado de decisiones artísticas con la meta común de marcar su relato con un cierto grado de extrañeza. Una de ellas me parece muy discutible: no hay razón de peso para cambiar la transcripción gráfica de los nombres de Jesús, Pedro, Simeón, Juan, Judas Iscariote o Tomás por los respectivos Ieschua, Kepha, Shimëon, Iôhanan, Iehuda Ishsikarioth y Taôma. Afortunados, en cambio, resultan apuntes relacionados con la numerología mágica -frecuente en el contexto histórico real- y con el esoterismo. Y feliz es, también, el empleo de recursos de la lírica y el clima poemático de algunas secuencias (el relato de la crucifixión). Se trata, en cualquier caso, de recursos comedidos para arropar la reivindicación de un cristianismo genuino, basado en el misterio de la fe, inseparable, según se dice, del misterio de amor. Enrique se desentiende del Cristo católico y romano, y proclama una religión de caridad que pueden compartir creyentes y agnósticos. El discípulo amado es, en el fondo, un acendrado alegato espiritualista hecho en un tono emocional intenso y logrado.