Los borbones no han gustado de bufones. Pero Luis XIV, emblema de la dinastía, tuvo en el cómico Molière su más grande ‘bufón’. Lo que nunca, desde la muerte de Poquelin, se había podido corroborar claramente hasta la aparición, en Gallimard, en 2018 –ahora en Cátedra–, del Molière de Forestier, corresponsable de la última edición de las Oeuvres complètes del autor en la Pléiade. Una biografía que, lejos de leyendas, desentraña la verdad del rey de la comedia.
El Molière visto por Forestier no es Francesillo, el bufón de Carlos V, pero entra en la estirpe de teatreros áulicos como Sófocles, con Pericles; Shakespeare, con Isabel I, o Lope y Calderón, y sus comendadores, con los Felipes III y IV. Y bien dice Forestier que Molière fue una star. Empresario, autor y cómico, triunfó en París tras la etapa provincial de su compañía con Madelaine Béjart.
En 1658, él con 36 años y el rey con 20, Luis XIV quedó prendado por la actuación en palacio del cómico en la farsa El médico enamorado. Y Molière, a partir de 1660, como tapicero y valet de chambre del rey, cargo que heredó de su padre, intimaría con el monarca estando muchas mañanas en su ‘petit lever’ con grandes de la Corte.
En 1661, al morir Mazarino, Luis XIV toma todo el poder, y nombra a Colbert, padre del mercantilismo suntuario, responsable de las imparables finanzas francesas, que será protector del tapicero y actor. En febrero de 1662, Molière casa con Armande, hija de Madelaine, estrenando después La escuela de las mujeres, que levanta ampollas entre los ‘devotos’, que le acusan de incesto al tener a su mujer como hija de Madelaine y suya.
Tanto el caso de Armande, que no será hija de Molière, como el de La escuela de las mujeres y sus secuelas, son tratados en profundidad por Forestier. También la cuestión, que sobredimensiona, de la irreligiosidad de un Molière que había sido educado durante siete años en el colegio de Clermont por los jesuitas, teniendo su apoyo hasta la muerte en el sabio René Rapin.
Tras afianzarse la relación con el cómico, no es de extrañar que el rey encargue a Molière honrar la inauguración de Versalles, en 1664, con dos piezas: La princesa de Élide y Tartufo. No cuenta Forestier que La princesa tenía trampa. Luis XIV es amante de la duquesa de La Vallière y quiere camuflar un homenaje a la bella en otro a su madre y su esposa. Molière versiona El desdén con el desdén, de Moreto, complaciendo al tiempo a las reinas, españolas, y a los amantes. El que no fue complaciente con la pareja fue el director espiritual del rey, el jesuita François Annat, ‘martillo de jansenistas’, que conminó al monarca a abandonar a La Vallière. Otro jesuita, François d’Aix de la Chaise, sucedería luego a Annat.
Hay que anotar que Molière en la obra no dejó de salir a escena, interpretando el papel de bufón de la princesa de Élide para regocijo general. En otras muchas obras, el gran personaje de Sganarelle será su ‘bufón’ favorito, y, especialmente, del Rey Sol.
La tormenta en Versalles vino con Tartufo, por los ‘devotos’. La representación gustó mucho al rey, como advertencia a sus temidos radicales, pero al monarca la pareció suficiente un pase, prohibiendo que se volviera a representar en público. Años después, en 1669, cuando los jansenistas se someten a Clemente IX, se producirá el estreno triunfal de la obra, corregida y aumentada, con Luis XIV como ‘deus ex machina’ en el final condenatorio de Tartufo.
Y sin hablar del rey danzante en los ballets de Molière con Lully, la gloria del cómico sigue hasta que muere en el frío invierno de 1673, por bronquitis, mientras hace El enfermo imaginario. Pide confesión, pero dos curas jansenistas vecinos se la niegan. Armande consigue del arzobispo de París que se le entierre. Será en Saint-Eustache, donde se le bautizó el 15 de enero de 1522, “en mitad del cementerio, al pie de la cruz”.