En 1957 el periodista Herbert L. Matthews señaló la existencia de dos planos en la realidad española: se percibían algunos cambios, pero también viejos amigos de la posguerra como la miseria, el control social y la moral nacionacatólica. Una superficie marcada por el aparente bienestar social y una creciente ‘paz cívica’ y un trasfondo de descontento y deseos de libertad creciente. Todas estas tensiones son las que ocupan los catorce textos de Esta es la España de Franco. Los años cincuenta del franquismo (UNIZAR) un volumen a cargo de los historiadores Miguel Ángel del Arco y Claudio Hernández que pretende “desmontar la visión de la década de los años cincuenta como un simple tránsito entre el primer franquismo (1939-1951) caracterizado por la violencia y el hambre, y el segundo franquismo (1959-1975), cuyos rasgos principales serían el crecimiento económico y la extensión de la oposición hacia el régimen franquista”, explican.
Tradicionalmente despachada con el apelativo de década bisagra, “se ha condenado a esta época a una especie de limbo historiográfico que pasa por alto la importancia clave de los hechos políticos o culturales para entender la evolución de la dictadura en los últimos quince años de su existencia”, denuncian. Por ello, su intención no es otra que “cuestionar la memoria construida por el propio franquismo que, en parte, ha llegado hasta hoy, por la cual los cincuenta fueron un tránsito trazado por el régimen hacia el inevitable desarrollismo de los sesenta. Queremos llamar la atención sobre un periodo clave, en el que se atisbaron cambios relevantes respecto a la posguerra, pero también profundas continuidades”.
Pregunta. En esos años comenzó el germen de los grandes cambios sociales posteriores: el fin de la autarquía y el racionamiento, el inicio del auge industrial y también del éxodo rural y la emigración masiva. ¿Qué factores promovieron la gestación de tan determinantes cambios?
Repuesta. Evidentemente, se trata de un cúmulo de factores. Por un lado, destacaríamos la propia coyuntura internacional. El mundo dividido en bloques que se creó a partir de 1945 fue beneficioso para los intereses de la dictadura, que no tardó en percatarse del papel que podría jugar dentro del bloque capitalista. En este sentido, la posición de Estados Unidos frente al régimen fue bastante contenida y evolucionó hacia la convicción de que España podría ser un territorio clave en el tablero de la Guerra Fría. Esta ayuda internacional, unida a la paulatina mejora de la economía, permitió el abandono de la política autárquica que tan nefasta había resultado y que tanto sufrimiento había causado. Pero este crecimiento no fue en absoluto algo extendido, sino que en muchas zonas del país y, de manera destacada en las áreas rurales, las malas condiciones perduraron. De algún modo, como exponen algunos capítulos de la obra, se pasó de la miseria a la pobreza.
"A pesar de la mejoría gracias a la ayuda internacional, en muchas zonas del país, de manera destacada en el rural, se pasó de la miseria a la pobreza"
P. ¿Qué significaron estos acuerdos internacionales, como los firmados con Estados Unidos y la Santa Sede entonces y cuál es su importancia retrospectiva?
R. Los años cincuenta fueron los de la consolidación internacional de la dictadura. El apoyo del Vaticano, ratificado en la firma del Concordato en 1953 y, sobre todo, el Tratado de Amistad y Cooperación firmado con Estados Unidos, permitieron al régimen ser reconocido internacionalmente tras unos años de aislamiento. A nivel económico, además, la ayuda norteamericana resultó muy beneficiosa para el régimen y permitió una mejora parcial de las condiciones de muchos. Numerosos testimonios rememoran, aunque seguramente de manera exagerada, la importancia que la llegada de la leche en polvo, la mantequilla o el queso enviado por el Gobierno estadounidense tuvo para la mejora de su alimentación.
Política privada y vidas públicas
P. En esa década también se dirime la gran lucha de poder dentro de las familias franquistas entre falangistas y nacionalcatólicos, ¿cómo fue esta batalla sorda y cómo se reconvirtió el régimen?
R. Afirma en sus memorias el falangista José Antonio Girón que durante la década de los cincuenta iba a decidirse el futuro de España. Y en el plano político ciertamente fue así. Desde luego, la Falange de esa década ya no era la Falange fascista y pronazi de inicios de los cuarenta. Para entonces ya había perdido varias batallas con sus adversarios en el interior del régimen y, sobre todo, los fascismos italiano y alemán habían desaparecido. Pero quienes habían dado a Falange por muerta en 1945 se habían equivocado. La revitalización experimentada desde finales de la década de los cuarenta y el control de plataformas de socialización esenciales como la Sección Femenina, el SEU o el Frente de Juventudes permitió a los falangistas seguir compitiendo con los sectores católicos por la propia definición de qué debía ser España.
"La memoria traumática de la guerra es fundamental para entender por qué una parte mayoritaria de la población prefería no saber nada de política"
Una batalla cultural que se libró en revistas y en foros intelectuales reducidos, que ambos historiadores apuntan que estuvo simbolizada “en la polémica entablada entre Rafael Calvo Serer y Pedro Laín Entralgo, donde evidenciaban el choque entre una posición promonárquica y tradicionalista de España y, de otro, un falangismo de tintes supuestamente abiertos que pretendía de alguna manera integrar a los vencidos, pero siempre bajo las coordenadas de la victoria franquista”. Esta lucha sorda fue librada en espacios inaccesibles para el ciudadano de a pie que “no estaba para este tipo de polémicas. El punto de inflexión fue el año 1956, cuando quedaron patentizados los límites del aperturismo falangista y de esa supuesta política de integración, al tiempo que los sectores católicos del Opus Dei ocupaban posiciones destacadas dentro del régimen”.
P. En este sentido, varios textos del ensayo hablan del control social que se ejercía sobre la población a través de la religión y la moral. ¿Cómo era la situación social, seguía habiendo el miedo de posguerra? ¿Cuál era el peso del Estado y la Iglesia en la vida privada?
R. La mayor parte de la población española vivía en el campo en aquellos años. En el mundo rural la situación no había variado con respecto a la posguerra. Se trataba de comunidades sumergidas en el atraso económico y donde el recuerdo de la guerra civil estaba muy fresco. Esa memoria traumática del conflicto es fundamental, por ejemplo, para entender por qué una parte mayoritaria de la población prefería no saber nada de política, no involucrarse en actividades que pudieran acarrearle problemas o no significarse. Especialmente en comunidades donde todo el mundo se conocía. Y a ello hay que añadir la capacidad del régimen para controlar a estas poblaciones tanto desde el punto de vista político como moral. En los pueblos pequeños, el papel del párroco era esencial y su influencia sobre la vida de la sociedad, sobre aspectos de su trabajo, su ocio o su vida privada, queda fuera de toda duda.
Los cimientos del cambio
P. Sin embargo, apuntan que al mismo tiempo comienzan a resquebrajarse los relatos victoriosos sobre la Guerra Civil y a tomar cuerpo las protestas estudiantiles y la oposición antifranquista que años después pondrá en jaque al régimen. ¿Cuál fue el papel de estos jóvenes a la hora de socavar a la todavía fuerte dictadura?
"En los años 50 los jóvenes estudiantes comenzaron a cuestionar los mitos de la dictadura: el 18 de julio, la necesidad de la guerra, la concepción de Cruzada..."
R. De todos los sectores que conformarían la llamada oposición antifranquista, el de los estudiantes fue el primero en mostrar la ruptura con el régimen. Los sucesos del año 1956 en varias universidades españolas supusieron para la dictadura un punto de no retorno. A partir de entonces y hasta la muerte del dictador, la movilización estudiantil solo iría creciendo. Las mentalidades y el relato de estos jóvenes estudiantes atacaban directamente la “cultura de la victoria” que había cimentado el edificio franquista, es decir, la propia existencia de una sociedad dividida entre vencedores y vencidos. Cuestionaba el “18 de julio”, la necesidad de la guerra, la concepción de esta como “Cruzada” y, en definitiva, los mitos de la dictadura. Y, en su lugar, mostraba la necesidad de avanzar hacia un modelo diferente, más abierto y más democrático que, pese a los cambios en el lenguaje por parte del Estado, no entendían que fuera posible dentro del marco del franquismo.
P. Todos estos avances en varios frentes contrastan con la percepción popular de que “no ocurrió nada”, ¿por qué se pensaba esto entre la gente corriente?
R. Uno de los grandes éxitos del franquismo fue, sin lugar a dudas, ese, mostrar a la gente la importancia de vivir una existencia sin sobresaltos, no “meterse en problemas” y que en sus vidas no ocurriera nada. La atonía y la rutina monótona se convirtió en la característica principal de la vida cotidiana de muchos españoles durante los años cincuenta. Y ello lo debemos entender como la consecuencia lógica de la memoria traumática del conflicto y del hambre experimentada durante la década precedente. Ello llevó a muchos a valorar cada vez más la existencia de una cierta normalidad, aunque esta estuviera marcada por falta de libertades, por condiciones de vida muy mejorables o por la ausencia de expectativas.