Decía el famoso crítico literario italiano Alfonso Berardinelli que, con el devenir de los años, la novela ha pasado de ser solo un género literario a convertirse, sobre todo, en el género editorial por excelencia. Una transformación que, como defiende el doctor en Filología y estudioso del libro antiguo Carlos Clavería Laguarda (Caspe, 1963), ha creado “un nuevo tipo de lector, el que no se indigna ante la abyección, sino que, en distintos grados —desde la aceptación pasiva hasta la admiración más efusiva—, se complace con las barrabasadas de los personajes e incluso las penas que sufren”.
Pero, ¿cuándo nace esta fascinación por el malo de la película? ¿En qué momento y por qué consigue empatizar el lector con la patética superficialidad de Josef K., los infantiles prejuicios de Elizabeth Bennet, la desmedida ambición de Julien Sorel, el calculado furor homicida de Raskólnikov, o la prohibida pasión de Ana Ozores y Emma Bovary? En las páginas de Elogio de la abyección. Quince personajes de novela (Altamarea), Clavería nos embarca en un profundo, luminoso y erudito recorrido por la evolución de la novela moderna tal y como la conocemos en la actualidad, que pasó de ser “solo un devenir de acontecimientos expresados con voluntad de estilo literario a convertirse en el altavoz de todo un tipo de sociedad, en un drama clásico, en el que el contexto determina la evolución de sus protagonistas”.
“Solo leyendo una novela El lector puede disfrutar de unos comportamientos terribles que nunca acaban por comprometerlo moralmente”, defiende Clavería
Para este viaje, el autor elige como compañeros a algunos de los personajes más queridos, admirados o denostados de la historia de la literatura, quince ilustres ‘abyectos’ de novela que conquistaron y siguen conquistando a los lectores por la fascinación y la inquietud que nos suscita su vileza. “Estos personajes tienen en común el representar algunos de los aspectos de la condición humana; es decir: son criaturas de papel que enfrentan al lector con la humillación, con la vanidad, con la soberbia, con la rabia, con la mentira, con la desesperación, con la insatisfacción y con sentimientos parecidos”.
Admirar desde la distancia
Es decir, que Tom Jones, Anna Karénina, David Copperfield, la familia Buddenbrook, Stephen Dedalus o el Virgilio de Hermann Broch, por citar algunos otros de estos personajes, nos abren puertas a mundos prohibidos, a mundos que es mejor transitar desde la comodidad de un sofá que en nuestras propias carnes. “Leer una novela es el modo más inmediato para que el lector se pueda sentir también protagonista en un mundo diferente y fascinante”, defiende Clavería. “Solo leyendo puede sentirse admirador de unos comportamientos terribles que no acaben por comprometerlo moralmente. Es estupendo admirar las bellaquerías de los demás si nos entretienen, y más si no nos salpican del todo”.
Pero una vez asumidas las morbosas razones del lector queda preguntarse qué lleva al otro actor en juego, el escritor, a decantarse por estos especímenes para verter en ellos sus ansias, pasiones y visión del mundo. “Durante siglos, sin personaje poliédrico, sin personaje desubicado, sin personaje que representara buena parte de los pecados capitales (desde la lujuria fofa de Julien Sorel a la gula de Pepe Carvalho) no se podía construir una novela”, razona el autor. “Dicen que Alonso Quijano fue el primer desubicado moderno, tanto que en lugar de adaptarse al mundo pretendió instaurar el suyo y, así haciendo, creó un género literario. Hoy, querer cambiar el mundo parece moralmente censurable a ojos de muchos. Por eso los personajes tozudos se convierten en mitos, porque no claudican a la primera y por eso sirven para explicar peripecias novelescas”.
"Quizá quienes se sienten incapaces de llegar a semejantes alturas literarias consideren la novela un género acabado, pero esta es otra cuestión", ironiza el autor
Peripecias que, a juicio de Clavería, parecen haber desaparecido en las últimas décadas de lo que conocemos como novela, por lo menos con ese tono épico y totalizador que tenían las grandes superproducciones literarias del XIX. “Hasta hace unos pocos años el autor quería escribir, como exigía el género, el conflicto de un personaje inadaptado con una sociedad, y el resultado era siempre irresistible: piénsese en Crimen y castigo”, apunta el autor, que, sin embargo, advierte que algo ha cambiado. “Ahora, con el triunfo de lo que un editor como Herralde llama ‘deliberados bestsellers’, el autor se debe a otro tipo de intereses, incluido el de hacer de la novela un ‘género editorial’ o un libro lleno de asuntos llamativos, solo llamativos”.
¿El fin de la novela clásica?
No obstante, a pesar de la deriva del mercado actual, que condiciona, como es evidente, qué y cómo se escribe, Clavería no teme por la salud de quienes, convertidos ya en iconos, llevan décadas e incluso siglos alimentando nuestra imaginación. “Los grandes personajes suelen ser representaciones, también, de las mejores mentes de su tiempo”, afirma. “Si la legítima aspiración del gran novelista es crear un personaje, o un mundo, que vaya más allá del papel y del momento, la tarea del lector —defiende— ha de ser tenida como importante, porque con el acto de la lectura (y de la reflexión que conlleva) da repetidamente vida a una creación abstracta. El lector, cada vez que lee, da vida al personaje y lo hace contemporáneo y universal”.
En este sentido, el autor quita hierro al conocido soniquete del fin de la novela que lleva años resonando con insistencia en el mundo literario. “¿Cómo devaluar un género que ha dado Los Buddenbrook, La Regenta, La muerte de Virgilio, El mal oscuro, La fea burguesía o Todas las almas? Quizá quienes se sienten incapaces de llegar a semejantes alturas literarias consideren la novela un género acabado, pero esta es otra cuestión”, ironiza. “Basta un lector que abra devotamente una novela de Dickens para mantener en pie todo el género. En resumen, decir que la novela está muerta es una justificación esópica, como dice la zorra de la fábula: no la quiero porque no está
a mi gusto”.