Cuentan las crónicas que Alma Guillermoprieto iba para bailarina pero acabó de reportera del Guardian, el Washington Post, el New York Review of Books y el New Yorker. También que ingresó en una compañía de danza neoyorquina, bailó con Martha Graham, y Merce Cunningham y terminó impartiendo clases de ballet en La Habana, del mismo modo que nació en Ciudad de México, vivió en Nueva York con su madre desde la adolescencia y terminó contando lo que ocurría en Hispanoamérica al lector estadounidense en inglés. (En alguna ocasión ha confesado que escribe mejor en inglés que en español, “pero cuando lo hago en español estoy en casa y en pantuflas”).
Siempre se ha sabido reportera, que no periodista, porque lo que le apasiona es eso, lanzarse a la aventura, por dura, peligrosa o comprometida que pueda resultar, lejos de la seguridad de despachos y notas de agencia. Ella lo tiene muy claro: “El periodismo abarca muchos oficios. Yo soy reportera: salgo a la calle para poder contar a los demás lo que veo, huelo, escucho y percibo”.
Abrumadoramente sincera, amable y muy cordial, Alma Guillermoprieto explica al comienzo de ¿Será que soy feminista? que había escrito su único texto explícitamente feminista hace algo más de cuarenta años, en colaboración con una amiga, movida por la rabia ante la proliferación de cómics para adultos con dibujos procaces que ilustraban “recurrentes fantasías de violación y engaño”.
Pregunta. ¿Qué ha cambiado más en estas décadas, usted y su manera de entender el feminismo o el mundo en relación con las mujeres? ¿O quizás, si raspamos un poco la superficie, encontramos en la sociedad la misma ignorancia, la misma violencia de siempre?
Respuesta. Yo creo que ha cambiado absolutamente todo, aún en aquellas regiones del mundo en donde aparentemente no ha cambiado nada. La incorporación de la mujer al mercado de trabajo a raíz de la Primera Guerra Mundial; la invención de la píldora anticonceptiva; los movimientos feministas de vanguardia, todo ha ido logrando que más mujeres se sientan capaces de luchar por sus derechos, y cada lucha coloca los dados un poco más adelante en el tablero. Por supuesto, lo que se le hace impunemente a las mujeres todavía hoy es una vergüenza para toda la humanidad: la explotación laboral, la violencia y la coerción sexual, los feminicidios, el ninguneo, persisten. ¡Falta mucho! Pero me parece importante reconocer cada logro. Por realismo, pero también para ser más ambiciosas.
Ni predicadora ni activista
P. ¿En qué consiste, qué caracteriza la ética feminista sobre la que reflexiona en el libro?
R. A mí siempre me llena de asombro y admiración pensar en Martin Luther King y Nelson Mandela, personas que habiendo sufrido los peores vejámenes de su tiempo se negaron siempre al espíritu de revancha, y predicaron siempre en contra de la violencia. Partieron de la conciencia aguda de que éste es un mundo más bien pequeño en el que tenemos que convivir todos. Me gustaría, pero no soy predicadora ni activista, ni quién para dictarle nada a nadie, que –a diferencia de las revoluciones anteriores, las lideradas por los hombres– el movimiento feminista se moviera siempre desde esta perspectiva de solidaridad y tolerancia, sin sectarismos. Es imposible, claro; pero me gustaría. Creo que a eso me refiero. En estos días salió una entrevista en el New Yorker con la filósofa feminista Judith Butler, con ocasión de la publicación de un nuevo libro suyo que no he tenido tiempo de leer. Pero en la entrevista habla de la no-violencia, y dice: “No soy una idealista demente que diría, ‘No hay ninguna situación en la que cometería un acto de violencia.’ Estoy tratando de cambiar la pregunta a ‘¿Qué tipo de mundo es el que buscamos construir juntos?’ Algunos de mis amigos de izquierdas creen que las tácticas violentas son la forma de producir el mundo que quieren. Creen que la violencia desaparecerá cuando se concreten los resultados que desean. Pero solamente habrán introducido más violencia en el mundo”. También a eso me refiero.
"Yo no soy peleona ni muy agresiva, pero me parece que para cambiar miles de años de historia, hay que luchar"
P. Se formó leyendo a las feministas de la llamada segunda ola (Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Gloria Steinem, Germaine Greer). ¿Qué aportan a la lucha las Roxane Gay, Kate Millet, Virginie Despentes, Camile Paglia de hoy? ¿Qué es lo que más le interesa y lo que menos de sus planteamientos?
R. De todas las escritoras del feminismo de la segunda ola, lo que me impactó más fue la lectura de Simone de Beauvoir –o más bien de una relectura reciente– y esta noción fundacional de que las mujeres somos una construcción social, que todas las sociedades gobernadas por los hombres se han dedicado a forjar a las mujeres a la medida de sus necesidades desde tiempos inmemoriales. Esa sola idea plantea las bases para esta revolución en cámara lenta que ha sido el movimiento feminista de los setenta años siguientes hasta nuestros días.
Una nueva mirada
P. Tras escribir el libro, pero sobre todo, tras todo lo visto y vivido, ¿tiene ya claro si finalmente ha sido feminista o no? Aunque quizá debería explicarnos antes qué quiere decir hoy ser feminista para usted…
R. El libro se llama precisamente ¿Será que soy feminista? porque quiere descubrir preguntas acerca del feminismo, no contestarlas. No soy quién. Es un libro corto y de lenguaje muy sencillo. Querría que las lectoras se hagan la misma pregunta del título y la resuelva cada una a su manera.
P. En el libro aborda un tema fascinante: cómo ha tratado el arte universal la violencia contra las mujeres. ¿Hemos cambiado nuestra mirada, estamos abandonando los prejuicios para reconocer en obras aparentemente inocentes casos claros de abusos?
R. Una de las cosas más interesantes que me sucedieron a lo largo de los meses que dediqué a pensar en la pregunta que plantea el título fue descubrir cómo mis propias ideas se iban transformando. De repente, como si me hubieran puesto de esos anteojos 3D para ir al cine, veía todo distinto, empezando por el arte. Me pareció extraordinario cuántas veces el rapto, la violación, la mujer exhibida, son temas primero en el arte representativo y luego en el cine. Sigue la pregunta inevitable: ¿debemos destrozar, condenar, dejar de ver, quemar, dejar de admirar, toda la producción cultural de la sociedad construida por los hombres? Digo yo: por supuesto que no. No simpatizo con los talibanes, y pensar que se puede, o debe, destruir la historia es un error de esos que aterran. Pero ¿en un mundo futuro de igualdad perfecta para toda la humanidad, cómo veremos esas pinturas, esos filmes? No sé.
"No hay proporción entre un cerdo grotesco y violador como Harvey Weinstein, y un hombre que en una borrachera trata de besuquear a una colega"
P. ¿Por qué a menudo parece que el feminismo occidental es hoy autorreferencial y olvida o prefiere ignorar lo que está ocurriendo en África o el mundo árabe, pero también en América Latina, donde la mujer es abusada ante la indiferencia mundial?
R. Hay muchos grupos feministas que son absolutamente autorreferenciales no en cuanto a la situación en África o América Latina, sino a su mismo entorno inmediato social. La solidaridad internacional es sumamente importante, pero primero hay que vivir un poco más en el mundo propio.
P. Dedica el libro “a las que luchan”, a las Esther Chávez, Marielle Franco, María Elena Moyano, y tantas otras mujeres, anónimas o no, que plantaron cara al machismo, a la violencia contra las mujeres en Ciudad Juárez, Honduras, Nicaragua, Colombia, Brasil… ¿Son la mejor respuesta a aquello de qué es más importante, la revolución o los problemas de las mujeres, es esa la verdadera revolución?
R. En realidad, dedico el libro a las que pelean. Yo no soy peleona ni muy agresiva, pero me parece que para cambiar miles de años de historia, hay que pelear.
P. Sin embargo, explica que una “nalgada” no puede hacer olvidar una vida de lucha política o literaria, “ni un manoseo ebrio es igual a una novela que dice una verdad más profunda que un intento de seducción”. ¿No teme que la acusen de justificar el acoso?
R. Sí, no dudo que habrá quien piense que estoy justificando el acoso. Pero puesta en contexto, la frase es parte de un argumento que dice que no hay proporción entre un cerdo grotesco y violador como Harvey Weinstein, y un hombre, en muchos sentidos honorable, que en una borrachera en la oficina trata de besuquear a una colega. Tiene que haber proporcionalidad en el castigo o la sanción que corresponde en cada caso, y en las redes sociales lograr eso es difícil, o tal vez imposible.
"No dudo que detrás de la mampara de lo evidente en todos mis textos esté saltando siempre un pequeño ego que grita ¡Yo! ¡Yo! ¡Necesito que me escuchen!"
Enemiga jurada de los excesos de Twitter y Facebook, a los que dice temer por su capacidad de trasmitir impunemente todo tipo de rumores, injurias y fake news, Alma Guillermoprieto denuncia a menudo que las redes contribuyen “a ese ruido con la inmediatez y con la posibilidad que tiene la gente de exteriorizar su rabia sin consecuencias”. Quizá por eso, lo primero que hace cuando llega a una nueva ciudad para comenzar uno de sus reportajes es caminar. Toma un taxi o un autobús, se baja en una parada, a veces al azar, compra un periódico y empieza a empaparse del ambiente, armada de una curiosidad bien entrenada, afilada, incluso despiadada en ocasiones.
Autobiografía encubierta
P. ¿Podrían entenderse sus crónicas y reportajes como una forma de autobiografía?
R. Me parece que los reporteros que insistimos en quedarnos en este oficio lo hacemos en parte porque agradecemos la oportunidad de escapar de la cotidianidad, de lo ordinario, de la vida en pequeño. Escapar, en otras palabras, de nosotros mismos (nosotres mismes, o si prefieren, nosotras mismas.) (Una vez que se empieza a usar el idioma igualitario, aunque sea medio en broma, es difícil volver a las palabras en masculino para referirme a mí misma, a nosotras, y a todes les demás). En algún momento padecí la inevitable ambición de ser novelista, pero al imaginarme sentada, aislada durante horas en un cuarto, siguiendo la rutina de la soledad y el tecleo, lejos del mundo, me di cuenta de que jamás lo podría hacer. En ese sentido, mis trabajos no suman una autobiografía. Por otro lado, cualquier crónica –mía en este caso– es un relato de lo que la reportera vio durante equis semanas o meses de su vida. Y es claro que a través de las palabras de cualquier escritora/e/o (¡qué problema!) se filtra silenciosa y subversivamente nuestra propia vida. No dudo que detrás de la mampara de lo evidente en todos mis textos esté saltando siempre un pequeño ego que grita ¡Yo! ¡Yo! ¡Necesito que me escuchen! En el librito que acabo de publicar me sentí casi obligada a darle rienda suelta a ese ente rebelde.