José Luis Garci. Hatari Books. Madrid, 2019. 304 páginas. 30 €
Hubo un tiempo en el que, para los amantes de la ciencia ficción y lo fantástico, José Luis Garci (Madrid, 1944) no era un director de cine, ni un conductor de programas televisivos de éxito, o, al menos, no era “simplemente” eso. No. Era el autor del único libro, el único ensayo biográfico y literario que existía –al menos en nuestro país– sobre Ray Bradbury. Un escritor al que venerábamos y amábamos por sobre todas las cosas. Recuerdo que cuando mi padre llegó con aquel libro de la editorial Helios, publicado en 1971, con una portada atractivamente moderna y casi abstracta, apenas podía creerlo. Mi padre era un adorador de Bradbury. En mi casa se apilaban sus libros, publicados por la argentina Minotauro. Yo los devoré en mi adolescencia: Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, Las doradas manzanas del sol, El vino del estío, Fantasmas de lo nuevo… Y luego, los cuentos incluidos en infinitas antologías de horror, fantasía y ciencia ficción de Bruguera, Novaro, Molino, Dronte… Cuando La clave, el fantástico programa televisivo presentado por José Luis Balbín, pasó por vez primera en televisión Fahrenheit 451 de Truffaut, en mi casa se vio como un misterio sagrado. Ni siquiera los domingos en misa estábamos tan callados. El libro de Garci era, pues, un evangelio. Una hagiografía de aquel santo varón nacido en Illinois, en 1920, gracias a cuya labor misionera la ciencia ficción había ascendido de los infiernos del género más despreciado por la crítica y la intelligentsia, a las alturas divinas de la Gran Literatura Americana.
Garci se bradburyza gozosamente al contarnos, más que la vida del autor de Farahenheit 451, sus emociones íntimas
Hoy, la estupenda reedición de este clásico por la editorial Hatari nos devuelve un poco a ese tiempo pasado que no fue mejor. Pero que sí creíamos, ingenuos, que auguraba tiempos mejores. Volver a leer la emotiva y sentimental prosa de un Garci tan entusiasta como entregado en brazos de Bradbury, resucita también aquellas emociones. El cineasta español, contagiado por la prosa y el espíritu del objeto de su estudio, se bradburyzaba gozosamente al contarnos más que la vida y milagros del autor, las emociones íntimas de éste, que no parecían ser sino las del propio Garci. La pasión por los tebeos y los héroes de papel, la fascinación –y luego el desencanto– por Holly-wood… Garci se mimetiza con los escenarios de las andanzas de Bradbury. Juega con él de niño en el pueblo de Waukegan, le acompaña en sus primeros esfuerzos por vender relatos a las revistas pulp, se extasía conociendo a las estrellas de cine y se enfada cuando el cine le traiciona. Pero, sobre todo, Garci se enamora del humanismo de Ray Bradbury. De una filosofía, de un código ético, personal y profundo, que situaba al autor de Crónicas marcianas más allá y más acá de etiquetas ideológicas y maniqueísmos.
Porque en aquel tiempo, cuando Garci publicara originalmente su libro, convertido hoy, como señala Luis Alberto de Cuenca en su prólogo, en objeto de coleccionismo, todos éramos Ray Bradbury. El propio Garci escribió una serie de cuentos netamente bradburyanos: Adam Blake, publicados sólo un año después, en 1972, con prefacio de, por supuesto, Narciso Ibáñez Serrador, quizá el principal introductor de Bradbury en España. No fue el único. Tomás Salvador, Carlos Buiza, Juan Tébar, Manuel de Pedrolo y su Mecanoscrito del segundo origen, Juan José Plans, Domingo Santos, Francisco Álvarez Villar, Juan G. Atienza, Luis Vigil, Alfonso Sastre, todos ellos y algunos otros, en mayor o menor medida, fueron conversos a Bradbury y, más aún, a la ciencia ficción según Bradbury. La presencia ubicua del escritor americano en revistas como Historias para no dormir o Nueva Dimensión se proyectaba también sobre dibujantes de historieta –la generación de la revista Trinca– e incluso cineastas –el primer Gonzalo Suárez–. Todo esto, toda esta España bradburyana, recupera también el lector al abrir las páginas del ensayo de Garci sobre su autor favorito.
Todo eso, toda esa España bradburyana, se perdió como lágrimas en la lluvia, en apenas una década y sin que sepamos muy bien por qué (Chicho se llevó el secreto a la tumba). Hoy, cuando se reedita Ray Bradbury. Humanista del futuro y su autor anuncia una precuela de El crack, podemos preguntarnos si todo lo que nos queda, en pleno siglo XXI, es vivir de recuerdos del futuro.