Escrita con un tono distendido, a veces en clave de humor, en su primera novela el escritor mexicano Jorge Comensal (1987) rompe con el tabú de la palabra cáncer y construye una historia en torno a esta enfermedad y el silencio. Las mutaciones (Seix Barral) es el fruto de más de dos años de trabajo y un borrador del que desechó al menos trescientas páginas. En ella, cuenta la historia de un abogado, Ramón, que un día pierde la lengua por una rara enfermedad. Sus hijos y su mujer, la empleada del hogar, una psiconalista, un oncólogo y un loro que reproduce groserías constantemente, completan este retrato que trata de romper con esa atmósfera sombría de temor que rodea a la enfermedad de su protagonista.
A partir del conocimiento y la información, Comensal se enfrenta a sus propios miedos con una novela que además está muy bien documentada. “Varios médicos me han escrito solo para felicitarme porque hice una buena investigación -comparte-. Me esmeré tanto en investigar para que la inverosimilitud no sirviera como una herramienta para desacreditar la historia. Lo que más me importa es eso, la historia, el lenguaje y la literatura”.
Pregunta. Ha comentado en alguna ocasión también que el origen de Las mutaciones está en su obsesión por las enfermedades ¿de dónde le viene ese interés?
Respuesta. Hay un interés personal por el temor social a enfermar. El cáncer es la enfermedad de nuestro tiempo en la que hemos despertado más obsesiones y temores de nuestra cultura. Así como lo fue la tuberculosis en el siglo XIX, o la peste en el XIV-XV, durante el medievo, el cáncer lo es ahora porque estamos expuestos todos a ella, no hace distinciones de ningún tipo, de nacionalidad o raza. Yo lo asimilé de mi entorno también porque en mi familia ha habido muchos casos. Desde chico empecé a lidiar con la angustia producida por muchas cosas, entre ellas la enfermedad, tratando de usar el conocimiento o la información como una forma para controlarlo. Entender reduce siempre el miedo. Entonces empecé a leer mucha ciencia sobre la enfermedad y lo hice aún más para escribir esta novela. Quería plasmar eso.
P. ¿Qué exactamente?
R. Que una imagen científica del mundo nos ayuda individualmente a lidiar mejor con lo que nos pasa y, colectivamente, como sociedad, nos ayuda a tratarlo mejor. Ahora cada vez hay más tratamientos. Ciertos cánceres como el de mama o el de próstata que son tan comunes cada día son menos fatales porque hay mejores tratamientos. Entonces si cuando nos dicen “tienes cáncer”, entendemos “lo que tengo es una proliferación desordenada de células debido a algún tipo de desequilibrio en el ADN de esas células”, puede ayudarnos a mantener la calma. En vez de que nos digan tienes cáncer y solo oigas “eso es una enfermedad mortal que no entiendo qué es y cómo viene y cómo va a actuar dentro de mí” y parece entonces que es como un demonio que te posee cuando en realidad es un proceso celular muy desafortunado pero que no habla de ti, de quién eres.
P. ¿Cuánto nos pesa la palabra cáncer?
R. Parece una condena de muerte y es una palabra que tiene una etimología bonita porque cáncer es cangrejo en latín. Parece que le dieron ese nombre porque algunos casos de tumores que vio Galeno en esa época tenían el aspecto, al ser superficiales, de un cangrejo de carne sobre el cuerpo. Y de ahí viene este cangrejo pernicioso. Pero entonces cáncer se vuelve una palabra ominosa en parte porque la asociamos con la muerte aunque cada día es menos probable de que sean sinónimos, y por otro lado porque usamos metáforas morales muy negativas. Ayer justamente leí en una revista que el fascismo es a la democracia lo que el cáncer es al cuerpo. Estas metáforas perjudican a los pacientes porque al asociar cáncer con fascismo ya lo teñimos de otra connotación negativa y nos cae encima la sensación de que tenemos el fascismo dentro del cuerpo. Eso es lo que plantea Susan Sontag en el libro que cito en la novela La enfermedad y sus metáforas. Es más sano vivir la enfermedad sin metáforas porque si no estamos cargando al enfermo con una serie de asociaciones que no vienen al caso.
“En la literatura y en el cine el cáncer funciona sobre todo como una especie de asesino a sueldo del autor que quiere generar un momento melodramático”
P. Ha mencionado a Susan Sontag y ha comentado antes que solía leer muchas publicaciones científicas, ¿qué otras lecturas literarias ha realizado para su escritura?
R. Fíjate que me di cuenta cuando empecé a escribir esta historia que había leído muchas novelas y había visto muchas películas en las que el cáncer figuraba sobre todo como una especie de asesino a sueldo del autor que se preguntaba cómo iba a generar el momento melodramático, cómo iba a deshacerse de ese personaje en una escena romántica de despedida, pues que sea con cáncer. Pero no es el tema de la obra, no es un tema realmente sobre el que se suela profundizar. Leí, por ejemplo, Pabellón del cáncer de Solzhenitsyn sobre el ambiente hospitalario en Rusia, pero tampoco quería él, no era ese su interés, retratar el aspecto científico celular de la enfermedad. Yo tenía ganas de hacer lo que definí como una épica celular, que es contar la historia de migración de una mutación desde su origen probable en algún lugar del Medio Oriente hasta una de las protagonistas de la novela, que es Teresa.
P. ¿Y qué descubrió?
R. Que encontraron, a partir de más investigaciones científicas, que algunas mujeres en México tenían cáncer de mama y que todas compartían una mutación específica de cierto gen que han encontrado en poblaciones judías de todo el mundo. Esas mujeres mexicanas no tenían ninguna ascendencia judía directa conocida. Resultaba muy misterioso que tuvieran esa mutación del gen Breas Cancer 1. Y lo que descubrí haciendo investigación al respecto en revistas oncológicas y genéticas es que han podido localizar más o menos el momento en que surgió esa mutación. Surgió antes de que el pueblo judío padeciera la Diáspora, hace más de 2500 años. Aquí, en España, hubo una enorme cantidad de conversiones por la persecución al pueblo judío y todos los que tenemos ascendencia española compartimos también esa historia genética que ha sido olvidado pero que la ciencia saca a la luz otra vez y nos permite contar historias que a mí me parecen fascinantes. Nuestras células cuentan nuestra historia. Cuando encontré esa nota en el periódico sobre este caso de mutación que origina el cáncer de mama en México me puse a buscar todos los artículos sobre esta mutación y con esa enfermedad de fondo escribí el capítulo donde cuento la enfermedad de Teresa. Todo está documentado científicamente porque me parecía que esa realidad superaba cualquier ficción y me permitía imaginar una mujer de Albacete, del siglo XVI o la migración de un joven desde Cádiz a la nueva España. Podía contar esa historia gracias a la ciencia.
P. Por lo que comenta es ficción pero todo tiene un rigor científico, ¿no?
R. Sí. Todas las sustancias que utilizo lo tienen. Incluso pedí asesoría a un cirujano que me ayudó para escoger qué sustancias iba a dar en el quirófano en cierto momento. Eso era para poder establecer un diálogo con personas de distintas disciplinas. Por ejemplo, sobre el tema de la relación médico-paciente que siento que está tan enrarecida y deshumanizada en nuestra época, me preguntaba cómo podemos establecer relaciones más humanas y cálidas entre médicos y pacientes cuando por un lado tenemos la medicina pública desbordada y por el otro la medicina privada que es un negocio también muy problemático.
“Siempre he hecho chistes sobre mi orfandad y a la gente le incomoda pero para mí es una manera de lidiar con la tragedia”
P. Hablando de relaciones, a su protagonista, Ramón, le tienen que extirpar la lengua, ¿era eso una metáfora de nuestra imposibilidad de comunicarnos o de relacionarnos con los otros a veces?
R. Sí, una de las razones por las que creo que esta historia fue surgiendo es que yo trabajé durante mi investigación universitaria con pacientes con afasias, con trastornos del lenguaje producidos sobre todo por lesiones cerebrales. Traté a lo largo de un año con personas que podían comprender muy bien el lenguaje pero no podían hablarlo o hablaban con mucha dificultad y eso me impuso una enorme conmoción. Las relacionas humanas colapsan cuando no puedes hablar, te quedas encerrado, eso me produjo esa inquietud por ahondar en le experiencia del cáncer y el silencio, que me llevaron a este protagonista, cuya soledad causada por la mudez también en parte tenía que ver para mí, y esto me di cuenta a posteriori y es una interpretación que yo algo, con la masculinidad. Esos silencios que te impone el machismo, incluso contigo mismo, no te permiten conocerte a ti mismo. ¿Por qué? Porque no puedes confesarte que tienes miedo, que estás aterrado, confundido, no puedes confrontar tu misma finitud y entonces ahí hay una serie de mordazas sociales y culturales que la mutación de la lengua ponía en evidencia.
P. Pero además emplea un tono para hacerlo bastante distendido, ¿por qué?
R. Ese tono creo que se debe a mis mecanismos de defensa para lidiar con lo que me aterra, me duele y me pasa. Siempre he hecho chistes sobre mi orfandad y a la gente le incomoda pero para mí es una manera de lidiar con la tragedia. Si ya de por sí es difícil y absurda la vida, si no puedo hacer chistes sobre ella, estaría peor. Y en específico con el cáncer, me interesaba confrontar ese aspecto lúgubre, ese halo de negatividad que ya comentamos, y despojarlo de todas esas máscaras que le ha impuesto nuestra cultura para quedarnos con su dimensión general, genética u oncológica y que podamos hablar de él sin que la palabra nos aterre, sin que sea tabú o esté prohibida. Hay gente que no la pronuncia. No quiere. Y ante lo desconocido y lo aterrador también prolifera el pensamiento mágico. Yo he oído cosas como que decir la palabra lo atrae. Al contrario, creo que decirla y poder hablar de ella abiertamente conjura buena parte del miedo que tenemos.
P. La novela fue publicada en México con éxito, ¿tuvo alguna reacción de los lectores que le emocionara?
R. Sí, fue muy satisfactoria. Al terminar la novela, francamente, temía que a las personas que han vivido más de cerca la enfermedad pudiera herirles de algún modo el tratamiento irreverente. Pero sucedió justamente lo contrario. Empecé a recibir mensajes de personas que no conocía y que me decían que se habían reído con mi novela y que se habían sentido identificadas. Como que era liberador e incluso agradable poder establecer esa suerte de solidaridad de compañía a través de la ficción. Eso es otra cosa que pasa. Cuando no hablamos de las cosas, sentimos que estamos solos en el mundo con ellas. Y si nos pudiéramos reunir nos daríamos cuenta de que no estamos solo. Se vive más ligero así. Si no se habla de algo y te sucede parece que estás solo y que el universo tiene una conspiración en tu contra. Y hablarlo, a nosotros que somos animales gregarios, creo que nos da cierta tranquilidad.