Detalle de Madrid, de Ceesepe, un símbolo de la Movida
Dos corrientes -y con ellas, dos posibles vías de análisis- confluyen en este libro: por un lado, la más obvia, el examen de la génesis y eclosión del movimiento contracultural en España; la segunda, la inserción de ese desafío a la cultura establecida en el marco sociopolítico de la Transición. Con muy buen criterio, Jordi Costa (Barcelona, 1966) ha entrelazado ambos procedimientos, como explicita no solo en las primeras páginas sino hasta en el título: la reflexión sobre la contracultura supone necesariamente una historia subterránea de España en un crucial momento de su trayectoria. En aquel lapso prodigioso en que la piqueta rebelde socavaba un viejo orden (tradicional y dictatorial) y abría un horizonte de libertades, todo parecía posible, aunque a la postre, como el autor enfatiza, solo se trataba de un sueño. "La historia de la Contracultura en España […] es el fracaso de una revolución utópica que acabó siendo absorbida por el mismo enemigo que nació para combatir" (p. 17).Desde aquellos ya lejanos tiempos en los que unos jóvenes Fernando Savater y Luis Antonio de Villena publicaron Heterodoxias y contracultura (Montesinos, Barcelona, 1982), no han cesado de aparecer estudios sobre las diversas alternativas contestatarias de aquel fértil período, cuya expresión más jaranera, la movida, atravesó fronteras y se constituyó por derecho propio en paradigma de la nueva España. De modo significativo, los analistas españoles, lejos de esa mirada complaciente, han subrayado -como ahora Costa- la dimensión más frustrante de aquel estallido de ilusión y creatividad. Así lo hizo Teresa M. Vilarós en El mono del desencanto: Una crítica cultural de la transición española 1973-1993 (S. XXI, 1998), que también se reedita. Un enfoque parecido ofrece el reciente volumen de Germán Labrador Méndez Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la Transición española, 1968-1986 (Akal, 2017).
No es difícil explicar la razón de ese desencanto. Al igual que los últimos volúmenes citados, este libro adopta la perspectiva de aquella juventud iconoclasta que creyó que otro mundo era posible y terminó deambulando perpleja por el bulevar de los sueños rotos. Si planteamos que la contracultura vio cercenada "sus promesas desde diversos frentes", estamos abocados a poner en entredicho el "relato heroico de la Transición": ¿quién -se pregunta Costa- propugnaba "la desaparición de esta fuerza utópica"? La respuesta, contesta él mismo, no requiere "gran sutileza deductiva": un poder establecido "que cambió de forma (o, simplemente, de apariencia) y construyó su propio mito".Esta reflexión sobre la contracultura traza una historia subterránea de España en un momento crucial, la Transición
Pero aquí no se pretende levantar otro mito, el de la contracultura, sobre el desechado relato de "la armónica fundación democrática de la sociedad española". El planteamiento de Costa puede sorprender, no ya solo por su tono abiertamente crítico, sino sobre todo por su voluntad inclusiva. El punto de partida es la clásica obra de T. Roszak sobre la contracultura (1969) que Costa adapta al caso español como una revolución de perfiles y objetivos alternativos a la Transición clásica. La cuestión cardinal es que en una sociedad domeñada por cuarenta años de dictadura y nacionalcatolicismo, revolucionaria podía ser cualquier cosa, desde El Palmar de Troya hasta el humor de Chumy Chúmez, por citar solo dos presencias en estas páginas que pueden resultar curiosas.
Podría decirse que en cierto modo Costa sigue el ejemplo de Jaume Sisa en su famosa canción "Qualsevol nit pot surtir el sol", es decir, un criterio "inclusivo y antijerárquico" que, por ejemplo en el terreno cinematográfico, hermana al inevitable Almodóvar con otros directores muy distintos, como Eloy de la Iglesia o Zulueta; que va del underground sevillano a la gauche divine barcelonesa; que habla de "El Víbora" pero también de "Hermano Lobo" y "Triunfo"; que se detiene en Nazario o Ceesepe pero dedica varias páginas a Vallejo-Nágera. Conforma con ello un panorama abigarrado y sugestivo, en un tono muy personal siempre, quizá un poco caprichoso, pero en el que solo desentonan una bibliografía bastante escueta y la ausencia de un siempre útil -más en este caso- índice onomástico.