Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas
Josep Pla
1 diciembre, 2017 01:00Josep Pla en su masía del Ampurdán
Hay muchas formas de contar la historia de un país, a condición de que una cronología de hechos las sostenga. En el libro de notas inéditas que Destino acaba de publicarle al impertérrito Josep Pla (1897-1981), Hacerse todas las ilusiones posibles, el escritor da cuenta de un comentario deslizado en una cena entre amigos: el ministro de Hacienda tenía que inaugurar una Delegación en Gerona, pero al final no se movió de Barcelona, "aparentemente ocupado en la inauguración de un banco del Opus Dei, el Banco Popular".Era el 23 de noviembre de 1961, y aunque la historia del Popular venía de tiempo atrás (Félix Millet sénior lo había controlado entre el 44 y el 55, y a principios de los sesenta había pasado a manos de su primo Luis Valls), a partir de aquel año iba a ser una herramienta protagonista en la estructuración de un franquismo tecnocrático y desarrollista. Quizás por eso, el ministro no vio necesario darle el plácet a un edificio burocrático más; a Pla le divierte saber que las fuerzas vivas de Gerona se sintieron desoladas ante el desplante, teniendo que conformarse con "la aparición de un cura, con roquete y aspersorio, que roció un poco de agua y pronunció unos latinajos". Y remata: "Consternarse porque el recaudador de contribuciones supremo no se presentara es muy extraño. Es un acto de servilismo instaurado hace más de veinte años".
Ahora estamos en 2017, el año en que han aparecido estas notas planianas, pero también el año en que el Banco Santander ha comprado el Popular por 1 euro, víctima de no haberse creído hasta el final su conservadurismo crediticio o, simplemente, víctima de una aceleración del modelo económico global que ha saboteado la Transición con mayor diligencia que cualquier operación política local. No lo sé; lo que sí me animo a sostener es que leer hoy Hacerse todas las ilusiones posibles permite engarzar la mirada de Pla a nuestra propia realidad desde perspectivas de lo más insospechadas, y que esas perspectivas participan de lo literario aunque nos lleven a hablar de banca: a fin de cuentas, su escritura es una arborescencia que se nutre del mundo. Y en ese mundo, un arco entre 1961 y 2017 puede explicar muchas cosas.
Estas "notas dispersas" sin fechar que conforman el libro tienen una historia filológica que la presentación de Francesc Montero explica con precisión: brevemente, digamos que aparecen como resultado de un cotejo sistemático de dos manuscritos distintos del libro Notes disperses, dos juegos de galeradas distintos del mismo (uno de ellos presentado a la censura), y otros materiales dispersos.
Este rastreo permitió localizar un buen número de textos inéditos por razones que no tienen nada que ver con una criba de calidad: a veces se trató de censura, otras de autocensura, puede que en algún caso respondiera a cuestiones estructurales. Por eso, este no es exactamente un "libro menor", suponiendo que ese concepto tuviera sentido en una obra fragmentaria y continua como la de Pla: como mucho es un libro "pequeño", con el atractivo añadido de introducir matices nuevos a los temas de toda la vida en torno al autor: Pla como erotómano ("¡la edad en la que corría todo el día con el pito bajo el brazo!"); Pla jactándose de "antifranquista", aunque desde luego no de "héroe"; Pla como cínico o sentimental; Pla, en fin, como hombre culto y payés.Entre la escritura de estas notas y su lectura han caído bancos y consensos políticos, y nuestra mirada hacia pla se ha vuelto histórica
Planiadas a tutiplén entre las que quisiera destacar dos. Escrito con el látigo del cinismo, a propósito de Miquel Llor y Víctor Català: "Son autores buenos, que constatan el esfuerzo del diccionario, à tout repos, sin la menor, perceptible idea. Son ideas que deben existir". Escrito con el lápiz de una ternura desorientada, a propósito de su padre: "Es un hombre simpático, pero todavía no lo veo lo bastante claro, no acabo de comprenderlo".
El estilo de Pla, traducido con corrección por Ana Ciurans, es dúctil, ya maduro, desinteresado en apariencia, ávido en su sustrato. De ahí la nota que origina título: "Lo ideal es hacerse todas las ilusiones del mundo y no creer en ninguna. Decepcionante, deprimente, qué se le va a hacer". Mucho de lo que deprime a Pla, por cierto, tiene que ver con el ecosistema que habita: Cataluña, España, el franquismo. La primera de esas tres entidades y su relación con las otras dos ocupa excelentes páginas en este libro, que de nuevo permitirán que quien lo desee pueda lanzarse a degüello sobre el 2017: el autor habla sobre el europeísmo catalán, los complejos arrastrados a causa de una permanente sensación de derrota, la esquizofrenia entre servilismo y orgullo...
El franquismo aparece como un régimen sórdido, borracho, puritano, bajo el que España es "un pantano de mierda"; y su oposición apenas consiste en formas tristes de colaboracionismo ilustrado. Casi todas las victorias de la lengua o de la inteligencia las celebra sin entusiasmo, por mera justicia.
Entre la escritura de estas notas y su lectura, han caído bancos y consensos políticos, la historia ha podido explicarse sobre el soporte de muchas cronologías, y nuestra mirada hacia Pla se ha vuelto histórica también. Por eso querría acabar recordando cómo en estas páginas, de vez en cuando, por ejemplo cuando Pla alude a su escritura de cartas "pornográficas" dirigidas a su viejo amor Aurora Perea, el Yo y su intimidad rompen la barrera problemática que les impone el autor, y viven. Colgando de esa barrera, hay maravillas como esta: "La piel es la cosa más prodigiosa de la vida. Pero casi siempre resulta insoportable".