El fin del mundo tal como lo conocemos
Marta García Aller
29 septiembre, 2017 02:00
Marta García Aller (Madrid, 1980).
Tras estudiar Humanidades y Periodismo en la Universidad Carlos III, García Aller supo conseguir becas, seguir su formación en el Reino Unido y armar un currículo que le ha permitido trabajar en El Mundo, Actualidad Económica y la agencia Efe. En la actualidad escribe para El Independiente y es profesora en el prestigioso IE Business School.
El fin del mundo... se articula en dos grandes mitades que fluyen como si se tratase de una ruta circular: las cosas y las ideas que se acaban. La primera parte se abre con una aseveración dura: el trabajo tal como lo entendemos ahora se acaba. A mediados del pasado siglo dejaron de existir lecheros y carboneros. En un horizonte ya cercano, veinte millones de transportistas de todo el mundo perderán el empleo. Adiós al clásico taxista que podía indicar al pasajero recogido en el aeropuerto un buen restaurante.
Con una cuidada base documental y su propia experiencia, la autora va desvelando la ambivalencia y los peligros de una era tecnológica que produce algoritmos y robotiza el trabajo y la vida cotidiana. En consecuencia, se despliega una sociedad en la que ya no se maneja el papel moneda, en la que las cosas se ven reemplazadas por servicios. Al aplicar los algoritmos a los nuevos vehículos dejan, por ejemplo, de existir los semáforos. Del mismo modo, Amazon acaba con las tiendas de toda la vida, se agota el petróleo, los "camellos" de la droga son sustituidos por drones y la vieja fotografía queda sepultada por los millones de fotos que se hacen y almacenan en los smartphones.
En la segunda parte, García Aller arranca dibujando el final del teléfono fijo. Se acabaron las largas llamadas telefónicas. Un hecho que, por desgracia, viene a sumarse al deterioro del arte de la conversación. "WhatsApp acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca". Menos diálogo y menos atención. El uso del móvil cuartea la concentración. Mientras hablamos, la percepción del otro disminuye. Se divide entre la interlocución y los constantes avisos del móvil, a menudo colocado sobre la mesa o en los bolsillos.
Al tiempo que se fragmenta atención desaparece la privacidad. Gigantes como Google o Facebook lo saben todo de sus usuarios. A la vez se rompe la globalización. Trump, el Brexit y el nuevo proteccionismo se equivocan. Son incapaces de ver que la caída de la mano de obra, no se debe a los inmigrantes sino a la creciente robotización de la industria. Lo paradójico es que al mismo tiempo que volvemos a las tribus, los algoritmos facilitan pasar de un idioma a otro.
Aunque a veces parece que en estas páginas reina una visión pesimista del futuro, el conjunto del texto indica lo contrario. Lo que parecen amenazas derivadas del avance tecnológico acaban abriendo nuevas oportunidades. La condición es convertirse en "eternos estudiantes" adaptados a un aprendizaje continuo en el que no cabe jubilarse.
El futuro, casi ya inmediato, traerá un conjunto insospechado de mejoras biológicas. La congelación de óvulos o la fecundación in vitro acabarán con muchos de los problemas ligados a la relación entre edad biológica y maternidad. En paralelo, se podrá subsanar el envejecimiento derivado de la pérdida de los telómeros. El ser humano, como preconiza Elon Musk, fundador de Tesla y de Space X, podrá vivir mucho más. Habrá de convertirse en una especie de Cyborg. Minúsculos electrodos insertados en el cerebro tendrán la capacidad de reparar deterioros derivados de la edad (Parkinson, Alzheimer).
Esta amena y perspicaz visión panorámica de un futuro desprendido del presente ofrece la golosina de estar construida sobre la propia biografía de la autora. Una sabia utilización del fuelle de la historia enriquece el equilibrio y la dispersión del texto.
La intención de este libro la encuentra el lector en los agradecimientos de la página final: "explicar el mundo que nos espera a partir de lo que dejamos atrás". Averiguar cómo cambia el futuro antes de ser futuro. Este es el arriesgado y apasionante ejercicio que nos propone Tras estudiar Humanidades y Periodismo en la Universidad Carlos III, García Aller supo conseguir becas, seguir su formación en el Reino Unido y armar un currículo que le ha permitido trabajar en El Mundo, Actualidad Económica y la agencia Efe. En la actualidad escribe para El Independiente y es profesora en el prestigioso IE Business School.
El fin del mundo... se articula en dos grandes mitades que fluyen como si se tratase de una ruta circular: las cosas y las ideas que se acaban. La primera parte se abre con una aseveración dura: el trabajo tal como lo entendemos ahora se acaba. A mediados del pasado siglo dejaron de existir lecheros y carboneros. En un horizonte ya cercano, veinte millones de transportistas de todo el mundo perderán el empleo. Adiós al clásico taxista que podía indicar al pasajero recogido en el aeropuerto un buen restaurante.
Con una cuidada base documental y su propia experiencia, la autora va desvelando la ambivalencia y los peligros de una era tecnológica que produce algoritmos y robotiza el trabajo y la vida cotidiana. En consecuencia, se despliega una sociedad en la que ya no se maneja el papel moneda, en la que las cosas se ven reemplazadas por servicios. Al aplicar los algoritmos a los nuevos vehículos dejan, por ejemplo, de existir los semáforos. Del mismo modo, Amazon acaba con las tiendas de toda la vida, se agota el petróleo, los "camellos" de la droga son sustituidos por drones y la vieja fotografía queda sepultada por los millones de fotos que se hacen y almacenan en los smartphones.
En la segunda parte, García Aller arranca dibujando el final del teléfono fijo. Se acabaron las largas llamadas telefónicas. Un hecho que, por desgracia, viene a sumarse al deterioro del arte de la conversación. "WhatsApp acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca". Menos diálogo y menos atención. El uso del móvil cuartea la concentración. Mientras hablamos, la percepción del otro disminuye. Se divide entre la interlocución y los constantes avisos del móvil, a menudo colocado sobre la mesa o en los bolsillos.
Al tiempo que se fragmenta atención desaparece la privacidad. Gigantes como Google o Facebook lo saben todo de sus usuarios. A la vez se rompe la globalización. Trump, el Brexit y el nuevo proteccionismo se equivocan. Son incapaces de ver que la caída de la mano de obra, no se debe a los inmigrantes sino a la creciente robotización de la industria. Lo paradójico es que al mismo tiempo que volvemos a las tribus, los algoritmos facilitan pasar de un idioma a otro.
Aunque a veces parece que en estas páginas reina una visión pesimista del futuro, el conjunto del texto indica lo contrario. Lo que parecen amenazas derivadas del avance tecnológico acaban abriendo nuevas oportunidades. La condición es convertirse en "eternos estudiantes" adaptados a un aprendizaje continuo en el que no cabe jubilarse.
El futuro, casi ya inmediato, traerá un conjunto insospechado de mejoras biológicas. La congelación de óvulos o la fecundación in vitro acabarán con muchos de los problemas ligados a la relación entre edad biológica y maternidad. En paralelo, se podrá subsanar el envejecimiento derivado de la pérdida de los telómeros. El ser humano, como preconiza Elon Musk, fundador de Tesla y de Space X, podrá vivir mucho más. Habrá de convertirse en una especie de Cyborg. Minúsculos electrodos insertados en el cerebro tendrán la capacidad de reparar deterioros derivados de la edad (Parkinson, Alzheimer).
Esta amena y perspicaz visión panorámica de un futuro desprendido del presente ofrece la golosina de estar construida sobre la propia biografía de la autora. Una sabia utilización del fuelle de la historia enriquece el equilibrio y la dispersión del texto.