Ramón Andrés. Foto: Acantilado
Uno de los pensadores españoles más relevantes de finales del siglo pasado, Eugenio Trías, gustaba de referirse al género del ensayo filosófico llamándolo "literatura de conocimiento". Quería subrayar con ello el hecho de que este tipo de escritura filosófica, en su afán de componer una interpretación esclarecedora del mundo, cuida, tanto como la mostración reflexiva de contenidos teóricos, el aspecto estilístico, la cualidad expresiva de las ideas ahí concitadas.Recuperaba con esto Trías una convicción que ya había alentado en Ortega al emprender, en sus Meditaciones del Quijote, un ejercicio intelectual en el que las formas sistemáticas del tratado eran sustituidas por una presentación más atenta a dar plenitud de significado al detalle, al rasgo singular, inusitado de las cosas.
Para ambos, en efecto, el ensayo era ciencia menos la prueba explícita. Sólo que esa ausencia no era entendida como defecto, sino como ganancia de apertura inquisitiva, de capacidad exploratoria y, en suma, como posibilidad de dar cuenta de la riqueza irreductible de lo real sin voluntad de resumirla bajo una abstracta generalidad y una unidad de sentido.
La escritura que practica el ensayista y poeta Ramón Andrés (Pamplona, 1955) -premio Príncipe de Viana de Cultura 2015 y premio "Estado Crítico" 2016 por su libro Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente (Acantilado)- recupera muchas de las virtudes de esta literatura de conocimiento, donde el modo en que se comunican las ideas no es mero acompañamiento retórico, sino un recurso bien sustantivo de la conciencia despierta para iluminar este mundo cada vez más extraño e inasible, pero en donde aún cabe esperar una voz crítica empeñada en salvar todo cuanto la vida conserva de valioso más allá de las ideologías del consumo de bienestar.
Con un estilo literario sobrio y pleno a la vez, Ramón Andrés añade trazos originales a la pintura nihilista de una sociedad y una época como las nuestras. Nos habla de la humanidad de hoy como de una especie rumiante de la economía, apacentada por la hierba de la mercantilización, de la que no surge ya ningún ímpetu contestatario si no es el ingualmente vehiculado, rentabilizado y domesticado por una teodicea de la superación personal. Hastiada de revoluciones, guerras y totalitarismos, esta tierra de consumidores que ya ha consumido su cultura sólo tiene hoy el ánimo dispuesto para el cultivo de sueños narcisistas de cambiar la vida que no dan de sí más que lo que da una huida puntual al gimnasio.
La decepción revolucionaria de las masas ha sido aprovechada para inculcar en cada uno de nosotros un sentimiento de exclusividad que nos vende la oportunidad de, al menos, salvarnos individualmente. Con estos mimbres se tejen los populismos actuales. Y este libro, compuesto como una serie de espléndidos comentarios a diez obras de autores contemporáneos (Predrag Matvejevic, W. G. Sebald, László F. Földenyi, Giorgio Agamben, Witold Lutoslawski, Peter Sloterdijk, Joseph Brodsky, Sarah Kane, György Ligeti y Béla Tarr), registra los estragos de todo este naufragio.
Pero además de contarnos en qué se ha convertido hoy un Occidente ceniciento proyectado planetariamente, Ramón Andrés nos habla de formas diversas de resistir a esa caída. Amparado en la solidez de sus conocimientos humanísticos, evoca el valor de lazos cotidianos que entrañan otro trato con el mundo -un paseo, compartir el pan a la mesa, escuchar una melodía o atender al silencio- y que también nos dan acceso al universo del espíritu, a esos poemas, libros, piezas musicales o películas en las que, con suerte, quizá sobreviva aquello que una vez llamamos Europa. Un recorrido deslumbrante el suyo, no para apurar la nostalgia, sino para encender el deseo de luchar por no perder lo que realmente merece la pena de este legado.