En la espiral de la tecnocracia
Jürgen Habermas
13 enero, 2017 01:00Jürgen Habermas. Foto: Archivo
Difícilmente cabría discutir a Jurgen Habermas (Düsseldorf, 1929) la condición de filósofo central de la segunda mitad del pasado siglo. Menos obvia resulta, sin embargo, su usual adscripción sin matices a la Escuela de Frankfurt. Cierto es que comenzó su carrera académica como ayudante de Adorno. Y que se formó en la tradición de la Teoría Crítica, por él mismo definida mucho más tarde como un "Weber-marxismo" que se proponía sacar a la luz la conexión entre racionalidad formal o instrumental, dominación y capitalismo, con especial atención a las paradojas del progreso y a la "industria cultural".Lo cierto es que ya en 1981 no dudaba en criticar a sus maestros por su consideración de las instituciones políticas como vaciadas de toda huella de razón y con ellas todas las instituciones sociales, así como también la propia praxis cotidiana. De hecho llevaba ya tiempo oponiéndose al pesimismo civilizatorio de los autores de la Dialéctica de la Ilustración con su tesis de la existencia de una razón comunicativa distinta de la meramente instrumental, pero no menos capaz de operar decisivamente en nuestro mundo. Lo que le llevó a defender la existencia de una comunicación tendencialmente libre de dominio, capaz de propiciar acuerdos básicos consensuados entre seres libres y responsables. Con ello pasaba, claro está, a reconocer la presencia, en la modernidad, entendida como tarea inconclusa, de elementos emancipatorios. Y a revitalizar el viejo anhelo de un universalismo ético de indudable inspiración kantiana.
A este empeño dedicó sus fuerzas muchos años. En realidad hasta que entre 1989 y 1990 comenzó su "segunda navegación", a la que debemos un gran número de "intervenciones" políticas, como las que componen En la espiral de la tecnocracia.
En ellas Habermas procedía a desarrollar agudos análisis de los conflictos de un mundo cada vez más complejo, tomas de posición ante las cuestiones más controvertibles del momento, reflexiones y, sobre todo, diagnósticos del presente, de la actual gramática del mundo, con una atención especial tanto a la construcción de la Unión Europea en un contexto marcado por la globalización como a la disputa en torno a la autocomprensión normativa de la República Federal, tanto antes como después de la reunificación. A lo que habría que unir una serie de notables consideraciones sobre las dos cuestiones que se plantean hoy como consecuencia de la crisis de deuda estatal y bancaria que afecta a la economía real: la posibilidad de reforma de un capitalismo impulsado por la dinámica del mercado financiero y el reto de un "nuevo paso cualitativo hacia una Europa unida políticamente, esto es hacia una verdadera unión política no solo monetaria".
Todo un desafío, sin duda al menos si se atiende al destino de las proyecciones de futuro basadas estadísticamente que predicen una Europa convertida en un museo que pierde población y ve decrecer su peso económico y su importancia política.
Este último Habermas es consciente de pensar y escribir en un mundo posrevolucionario y posheroico, o lo que es igual, en un momento histórico caracterizado tanto por la tecnocratización de la política, que convierte en superfluo el juicio moral y político, como por la explosión de lo identitario-populista. A lo que se une el creciente rechazo de la supranacionalidad por parte de un número creciente de ciudadanos que en plena deriva del "egotismo nacional y cultural", la interpreta como pérdida de control.
Recuérdese la última campaña electoral británica y su resultado, el abandono de la Unión: "Retomad el control". Un lema que recubre la percepción, por parte de sus seguidores, de una desigualdad social en drástico aumento y un sentimiento de impotencia inseparable de la consciencia, en el pleno político, de la no representación de los intereses propios. Tesis, por cierto, no demasiado alejada de la convicción de que son el mercado y la tecnología lo que salvará a la sociedad, con el consiguiente vaciamiento tecnocrático de la democracia deliberativa. O con la decidida abdicación, si se prefiere, de la política ante los imperativos de los mercados desregulados.
Frente a ello Habermas propone una "transnacionalización de la democracia" que obligaría a buscar fuentes de legitimación democrática también para las autoridades supranacionales de una Unión Europea que en realidad fue creada por las élites y no por los ciudadanos. Estamos en fin frente a un libro en el que con su proverbial lucidez Habermas da una vez más que pensar.