La canciller alemana Angela Merkel. Foto: Gtres
¿La Europa que está surgiendo de la crisis es alemana o simplemente caótica? ¿Ha vuelto Berlín a ser la capital diplomática de Europa como lo fue a finales del XIX? Si Alemania se ha convertido en un hegemón, como muchos creen, ¿de qué potencia hablamos? ¿Cooperativa y benigna o imperialista y desestabilizadora?¿Tiene sentido seguir hablando de Alemania, en los términos de Hanns Maull, como potencia civil o vuelve a ser una gran potencia a la antigua usanza? ¿Cuánto pesa su historia en sus acciones y omisiones, dentro y fuera de Europa? ¿La apuesta por el euro fue una concesión impuesta a Alemania por sus socios europeos o la imposición definitiva de una Europa alemana por Berlín que la respuesta a la crisis ha consolidado?"Alemania vuelve a ser una paradoja", responde Hans Kundnani, periodista de largo recorrido en publicaciones como The Guardian, The Observer y The Financial Times, y director de publicaciones en el Consejo Europeo para las Relaciones Internacionales. "Es a un tiempo poderosa y débil", concluye tras un pormenorizado recorrido por los momentos decisivos de la historia del país en el último siglo y medio.
"De hecho, como ya sucedió en el siglo XIX, después de la unificación (1871), parece poderosa desde el exterior, pero muchos alemanes la perciben como vulnerable. No quiere ‘liderar' y se resiste a la mutualización de la deuda, pero intenta rehacer Europa a su imagen y semejanza para que sea más competitiva".
Kundnani, desde una mirada crítica pero admirablemente contenida y rigurosa de la historia alemana, ve en el nuevo poder alemán "una extraña mezcla de asertividad económica y abstinencia militar" que utiliza cada vez más su fuerza económica en la Unión Europea para "imponer sus preferencias sobre otros estados miembros".
En ese sentido ha recuperado, 70 años después de la II Guerra Mundial, el comportamiento normal previsible de cualquier potencia tradicional. Pero sigue siendo "anormal" porque carece de las ambiciones de Francia o el Reino Unido a la hora de proyectar su poder fuera de Europa: el militar, claro, no así el comercial y el económico.
A partir de los conceptos de "geoeconomía" de Luttwak, y de "potencia civil" de Maull, el autor señala que "Alemania.. parece ya más clausewitziana que kantiana". En términos geopolíticos, concluye, es inofensiva, pero, como advertía Habermas, en términos geoeconómicos "ya es un coloso". Así que todos los caminos conducen al resurgimiento de "la cuestión alemana".
Los dirigentes alemanes se ven como pilotos de una nueva potencia estable y benigna. Los principales observadores externos, que el autor demuestra conocer como muy pocos, los ven de forma muy diferente. Se desmarcaron de los EE.UU. en Irak, coquetearon con Rusia por Ucrania hasta la reconquista de Crimea sin tiros, e impusieron una austeridad a la eurozona que hundió a los países de la periferia. "En muchos aspectos -concluye- Alemania no ha creado estabilidad, el papel fundamental de todo hegemón, sino inestabilidad... un clima de incertidumbre tal que podría hablarse de la cultura alemana de la inestabilidad".
"La UE se encuentra en un momento crítico", decía Merkel, a su llegada a la cumbre de Bratislava el 16 de septiembre, la primera sin el Reino Unido. "La Unión se enfrenta a una crisis existencial", declaraba Hollande. De un acuerdo firme entre ellos depende hoy el futuro de la Unión, pero el miedo a una victoria de la ultraderecha en las elecciones de Francia y/o Alemania el año próximo está retrasando y condicionando todas las respuestas.