Félix Sabroso

Junto a la tristemente desaparecida Dunia Ayuso, Félix Sabroso ha formado uno de los tándems más fecundos que ha dado nuestro país en el terreno de la comedia. Éxitos como Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí (1997) o ¡Descongélate! (2003) le dieron nuevo brillo a la comedia madrileña. Con Los años desnudos (Clasificada S) (2008) le dieron un nuevo giro a su trayectoria hacia películas más dramáticas como La isla interior (2009). Sin duda, su nuevo filme, el enigmático El tiempo de los monstruos, ya en solitario, es la apuesta más radical y personal de toda su filmografía. Una película que actúa como un reflejo de una clase cultural y artística desconcertada ante "el receptor que se desvanece" encerrados en una mansión que simboliza ese aislamiento social. Con actores como Javier Cámara, Pilar Castro, Julián López, Candela Peña o Carmen Machi, El tiempo de los monstruos plantea una sofisticada estructura narrativa para reflexionar sobre los límites de la realidad y la ficción con unos personajes que no saben si se quieren o quieren matarse.



Pregunta.- ¿Se han convertido los artistas en personajes extemporáneos y extravagantes en una realidad áspera?

Respuesta- Hay una decadencia del sistema artístico, que se siente desconcertado y alienado ante la idea de que el receptor se desvanece. Surge la pregunta de en qué consiste hacer películas o escribir novelas. El personaje de Bartebly, ese escritor que no escribe o ese dibujante que no dibuja, tiene mucho que ver con esta etapa de desconcierto que estamos viviendo. Eso ya lo contaba Vila Matas muy bien y es que el artista más moderno es aquel que no hace. Hay una crisis en la participación. A la gente que le bullen las cosas realmente interesantes han pasado por un período de no hacer. Si estás de verdad conectado con la realidad surge una cierta perplejidad y una cierta desazón. Si eres creador de tu tiempo tienes que pasar por no hacer.



P.- Esta es sin duda su película más original y libre. ¿Lo ve así?

R.- Empecé a escribir el guión con total libertad, sabía que no tendríamos una televisión detrás ni una gran productora. Quiero hablar de cómo empiezan las historias y cómo las ficciones se acaban nutriendo de tu realidad, pero también al revés, cómo la ficción que creas acaba afectando a tu vida porque salen de la misma cocina. Todo eso está en la historia. No me comparo con Fellini pero es como mi Ocho y medio.



P.- ¿La ve como una película simbólica?

R.- Reflejo mi idea de las relaciones humanas y mi subconsciente. Luego hay símbolos que se pueden descifrar con bastante facilidad si empiezas a entroncar con cosas más teatrales como Esperando a Godot de Beckett, Seis personajes en busca de autor de Pirandello o El público de Lorca. He encontrado muchas dificultades en la distribución pero creo que estamos viviendo un momento en el que el filtro entre los espectadores y los que escribimos se está convirtiendo en el gran hándicap. Al espectador se le acostumbra a unos modos. En este país hace 30 años se veía Estudio 1 y a Chéjov porque no había otra cosa. Ahora estamos en un momento en el que tratamos de garantizar el éxito bajando el listón para competir desde el lugar más sencillo posible. El espectador ahora cree que se lo va a encontrar todo mascado porque es lo que está acostumbrado.



P.- ¿Han renunciado los artistas a violentar o ha sido el mercado el que ha impuesto lo adocenado?

R.- Lo que sucede es más complejo. Evidentemente un creador se relaciona con el inconsciente colectivo. Es normal que uno se ponga a favor de la corriente. Los artistas muy de su tiempo son gente acomodaticia que se lo sabe montar pero no movilizan conciencias, no construyen desde otro lugar. Los otros son unos monjes que están construyendo algo que quizá algún día se valore. Aunque debido a la velocidad con la que vivimos también ha cambiado esa perspectiva del tiempo. Como al final todo esto no se puede convertir en un dogma de fe yo también pienso en tener dinero y vivir mejor. Lo que también me pasa es que no sé mentir. A veces cuesta disimular en algunos trabajos alimenticios que te fastidia mucho que te pidan que te pases por el forro todo lo que sabes porque en el fondo les da igual y creen que al espectador también porque le has bajado el listón.



P.- ¿Hemos ido a peor?

R.- Trato de luchar contra la nostalgia de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero sí es verdad que vivimos un momento en el que mi película es necesaria. El público es mucho más receptivo de lo que la industria piensa. En los pases yo le he dicho a la gente que la vea de una manera abierta y que no se autoexijan entenderlo todo porque su propia versión es la cierta. En cuanto la gente entra en esa dinámica todo funciona. Ese receptor activo es el que nos hemos cargado. El aspecto simbólico al final es la gran cultura porque representa nuestro estado emocional, inconsciente y de una obra con otras obras y la historia del arte. Si te pones en un cierto modo lo descubres.



P.- ¿No es obligatorio entender del todo una obra para disfrutarla?

R.- Celebro en la película una cosa que me pasaba de adolescente. Cuando tenía 14 ó 15 años para ver un cine diferente te ibas a una sala de arte y ensayo y de repente veías Visconti o Fellini. A esa edad no entiendes ni Bergman ni la Nouvelle Vague pero entendía que estaba asistiendo a un fenómeno de la creación y sin tener la ambición de entenderlo todo me gustaba. Homenajea un poco esa sensación.



P.- ¿Diría que una película agria?

R.- No lo puedo evitar. La isla anterior también tenía algo de eso y mi novela La piscina vacía también. Estoy intentando encontrar la esperanza porque me gustaría escribir en positivo. Pero simplemente por la idea de que nos vamos a morir, no todas las mañanas le encuentro un sentido a las cosas. A la acción le veo un sentido porque me despista de la idea de la muerte. La pura acción genera, pero el resto es difícil que no sea agrio porque la muerte me abruma. Como tiendo a mirar adelante y atrás, luego vivo con mucha perspectiva de pasado, no solo de futuro.



P.- A pesar de su "rareza" no evita una historia de suspense.

R.- Tiene algo de Swimming Pool, de Ozon, desde luego porque tiene que haber ciertos elementos que recuerden al espectador una estructura narrativa. El género de thriller y sostener un cierto misterio sirve para mantener atento al espectador ante el desconcierto porque si no es simplemente una paja mental autoral sin pulso narrativo. Tiene que haber un juego.



P.- Vemos a creadores construyendo ficciones que conforman su propia realidad.

R.- Estructuro la realidad en torno a narrativas. En las relaciones de pareja es un lío. Tiendes a pensar que la vida sigue las leyes de la ficción y tiene planteamiento, nudo y desenlace. El acto creativo es un acto neurótico. Recuerdo un niño de pequeño que pintaba el mar de violeta y los árboles amarillos. Hacía unos cromatismos inversos. Era daltónico. Su percepción de la realidad era muy creativa pero es como la veía él. A mí me pasa lo mismo, pero es como yo veo la realidad. Tú eres todos los personajes porque todas las personas son una versión que tienes de esas personas. Al final te conviertes en un conjunto de versiones de la misma manera que muchas veces construyes la realidad a partir de cuatro pruebas. La realidad siempre es una percepción subjetiva tamizada por tu estado de ánimo o incluso reacciones químicas. Hay algo que nos maneja por encima de nosotros mismos que es nuestro inconsciente.



P.- Surge una paradoja, artistas arruinados que se relacionan con millonarios.

R.- Nosotros le hemos dicho al mundo y ha quedado claro con la crisis que nos gusta mucho lo que hacemos y lo haríamos gratis. Esa relación del mundo de la cultura con el dinero viene desde el medievo que es lo mismo que decir desde siempre. Esa figura del bufón que es el creativo y entra bien por todos lados y acaba cenando con reyes y ministros. Es el que visita los antros más oscuros para contarle a los poderosos en qué consisten y lo hace de manera que les resulte comprensible. Yo me he sentido muchas veces así. Entras en lugares que no te corresponden ni por bolsillo ni por relaciones y te conviertes en un entertainer. El talento es un poder. Eso lo vemos en la relación de Pilar Castro y Javier Cámara.



P.- Esa especie de aislamiento de los protagonistas en un mundo marcado por la extrañeza recuerda un poco a Canino (2009, Yorgos Lanthimos). ¿Fue un referente?

P.- No he visto todavía Canino y ya es la tercera persona que me lo dice. Sé de qué va y entiendo que hay un denominador común con los personajes encerrados. Voy a verla esta misma semana. También hay mucha gente que me habla de El ángel exterminador y yo no la he visto. Pero yo sabía que tenía que ver con eso porque estamos en Occidente, pero no hace falta ver una película tan famosa para que te pueda influir aunque sea de manera inconsciente. Yo intenté hacer una película circular, no por la estructura sino porque se pudiera acceder a ella desde distintas puertas o puntos de vista. Parto de la base de respetar al espectador, conozco los elementos pero el público se puede construir su propia película.



@juansarda