El cadáver del periodista José Luis López de la Calle yace en la cera, junto a su paraguas, tras ser asesinado por ETA. Foto: Justy
ETA ha dejado de matar sin obtener nada a cambio y la paz se ha consolidado en Euskadi. ¿Podemos pasar página y olvidar simplemente lo ocurrido? ¿Pedir a las víctimas de la violencia que no nos sigan amargando con sus tristes recuerdos? No, no podemos volver al silencio de los años de plomo, cuando alguien dijo que en el País Vasco había dos mil personas con guardaespaldas y dos millones que no lo veían. Hoy nos enfrentamos al reto de la memoria, que no puede abordarse desde la cómoda equidistancia de que todos sufrimos. No, unos sufrieron, otros hicieron sufrir y muchos miraron para otro lado. La violencia ilegítima que a veces se ejerció contra los etarras, basada en un concepto inaceptable de la defensa del Estado, no es comparable con la violencia sistemática de ETA. Sin embargo, quienes apoyamos la democracia española tampoco podemos olvidar los crímenes que se cometieron en su nombre. Un pasado violento es un campo de minas ético.En ese campo se ha adentrado Edurne Portela. Nacida en 1974, vivió su adolescencia en la cotidianidad de la violencia, asistiendo a conciertos de rock radical en los que se coreaba "gora ETA militarra" y cruzando la frontera francesa para visitar a un familiar vinculado a la banda. Más tarde puso tierra de por medio, se doctoró en Literaturas Hispánicas en Estados Unidos y se centró en el estudio de la representación de la violencia en la cultura contemporánea. Con El eco de los disparos ha evocado finalmente a sus propios fantasmas, los de la violencia que permeaba la sociedad vasca en que se crio. Su objetivo es analizar cómo la literatura y el cine pueden contribuir a formar una sociedad más cívica, más responsable, más ética, a través de un esfuerzo imaginativo para rememorar un pasado en que demasiados vascos optaron por el silencio. Se tratará siempre de testimonios subjetivos pero por ello también más capaces de sacudir la comodidad de la indiferencia.
El gran reto en la reelaboración artística de un tema como el terrorismo es el de cómo aunar la condena del mal con la comprensión (en el sentido cognitivo, no en el de la justificación ética) del contexto social en que surge. Muchas de las películas, novelas y relatos que analiza Edurne Portela no son cómodas de ver o de leer, nos enfrentan al sufrimiento y a los dilemas morales, pero más de un lector de El eco de los disparos deseará hacerlo, aunque quizá hubiera preferido que el libro no le explicara tan detalladamente las tramas.
En el campo cinematográfico, Edurne Portela no ahorra las críticas a la muy exitosa Ocho apellidos vascos, que supuestamente habría tenido el mérito de mostrar que es posible romper el silencio en clave de humor. Rompe una lanza en favor de Tiro en la cabeza, hasta el punto de llegar a una insólita descalificación del crítico Carlos Boyero, quien como muchos otros la encontró vacua. Elogia también La casa de mi padre, una película a la que se ha hecho el vacío, quizá por sospechas de equidistancia. Tampoco ha tenido apenas eco fuera de Euskadi Lasa eta Zabala, que recrea con una dureza casi insoportable, pero con fidelidad a los datos del sumario, un episodio terrible. Y a Todos estamos invitados le reconoce el mérito de haber sido la primera película que ha afrontado la persecución de un ciudadano vasco por ETA, pero la considera fallida por debilidad del guión.
En el campo literario reaparece el caso de Lasa y Zabala, recreado en la novela Twist, de Harkaitz Cano, quizá menos atenta a otras víctimas. José Manuel Fajardo narra la historia de un secuestrado por ETA en La belleza convulsa. El fanatismo de quienes apoyan a ETA aparece en Ojos que no ven, de José Ángel González Sainz, una novela que la profesora Portela considera valiente y necesaria, pero insuficiente al abordar la génesis de ese fanatismo. En cuanto a los relatos, la autora destaca los de Jokin Muñoz, Iban Zaldua y por supuesto Fernando Aramburu.
El eco de los disparos quizá no sea un libro redondo, pues, en mi opinión, genera más expectativas de las que satisface, pero ofrece elementos de reflexión sobre la variedad de respuestas morales que genera el terrorismo.