Harkaitz Cano. Foto: Iñaki Andrés
El resto es un despliegue de acciones anteriores y posteriores al suceso, en un relato con vaivenes temporales donde se van exponiendo el comportamiento y los destinos de distintos personajes; algunos, como el escritor y narrador de la historia, Diego Lazkano, o como Gloria, relacionados desde su juventud con los militantes desaparecidos y que, con Idoia o Ana, componen un retablo generacional; otros, como Fabián, el abogado Aguirre, Rodrigo Mesa o el antiguo gobernador Javier Fontecha, vinculados directamente con el doble crimen o con la investigación posterior.
El peligro de un planteamiento como éste, tan adherido y próximo a hechos conocidos, es que muchos lectores traten de leer Twist como una novela en clave y apliquen todo su esfuerzo a conjeturar qué seres reales se ocultan tras los personajes de ficción y qué postura ofrece el autor ante los hechos. No es el mejor modo de acercarse a la obra, porque Cano ha pretendido, sin rebajar los hechos repulsivos del secuestro y el asesinato, centrarse más bien en cuestiones psicológicas. De manera especial, las que afectan a Lazkano, delator bajo tortura del paradero de sus amigos, acosado por un sentimiento de culpa que se prolonga con el aprovechamiento inconfesado de algunos escritos inéditos de Soto y que, por ello, sitúa al personaje en un permanente dilema moral, con repercusiones inevitables en su vida y en sus relaciones con los demás. Pero también otros personajes se debaten en esta moral confusa, a veces provocada por las dudas ante los límites del terrorismo o, como en el caso de Gloria, tensa entre sus aspiraciones a la libertad -de las que el arte es un aspecto revelador- y su problemática relación con un padre que mantiene convicciones ideológicas muy distintas.
La novela, bien sostenida en su primera mitad, acusa luego ciertas desviaciones. Episodios como el reencuentro de Gloria y la representación de Chéjov, y, sobre todo, la búsqueda del padre de Lazkano en México, se prolongan sin necesidad y desequilibran un tanto el relato, cerrado finalmente con la evocación de una escena juvenil de Lazkano, Soto y Zeberio que tal vez hubiera sido más eficaz y coherente antes. La escritura de Cano es sólida y la traducción parece fiel, aunque conserve algún tópico ("llama poderosamente la atención", p. 134), utilice siempre "opciones" por ‘posibilidades' (pp. 141, 315) o marre en alguna concordancia ("todo el agua", p. 290; "uno de los hombres que me torturó", p. 368). Pero se trata de máculas minúsculas.
Twist es una novela recomendable, no sólo porque detrás de ella hay un excelente escritor, sino porque plantea con sutileza problemas que, afectando a nuestro tiempo -la culpa, la amistad, la manipulación informativa, la violencia, los abusos del poder-, pueden hacerse extensivos a otros en cuyo centro se hallan también las debilidades del ser humano. Y necesitamos obras así, concebidas y compuestas sin ápice alguno de frivolidad, embarcadas en la interminable tarea de hacer más inteligible nuestro mundo.