Escena de El viaje a la luna, de Georges Méliès (1902)
Mientras continúa con éxito, por su excelente contenido y montaje, la exposición dedicada a Georges Méliès (1861-1938) en CaixaForum Madrid, que permanecerá hasta el 8 de diciembre, puede leerse su muy curiosa autobiografía. Casimiro ha editado un librito tan singular como extraño. Resulta que el genio pionero del cine rechazó varias veces escribir sus memorias, pero aceptó pergeñar en 1935 un texto con destino a un Diccionario de hombres ilustres que, promovido por la Sociedad de Naciones, finalmente no vio la luz como tal. El cineasta francés puso como condición escribir sus páginas en tercera persona, como si fueran obra de un experto colaborador del mencionado diccionario fallido, y así aparecieron autónomamente después de su muerte.Al tanto de estas circunstancias, explicadas por los editores en la presentación, la lectura de Georges Méliès. Vida y obra de un pionero del cine nos depara una experiencia casi única, siempre al borde de la sonrisa y la perplejidad, pues, apoyándose en ocasiones en artículos de especialistas rendidos a su talento, el fogoso Méliès no escatima elogios y ditirambos hacia... Méliès. Tomemos esto como un azaroso rasgo más de la genialidad de aquel hombre irrepetible. El libro, nada pródigo en datos y lances biográficos, nos transmite, sin embargo, dos aportaciones sustanciales, del máximo interés para conocer mejor al creador de El viaje a la luna (1902). Una es de carácter. Aquel hombrecillo disponía de un entusiasmo arrasador, de una voluntad y de una capacidad de trabajo arrolladoras. Nada le detenía: ni los quebrantos familiares, ni las recurrentes ruinas económicas, ni los siniestros en sus propiedades e instalaciones, ni las extraordinarias dificultades que encontró para disponer de las herramientas acordes para sacar adelante sus imaginativos proyectos.
Con inicios obligados en la fábrica de zapatos de su padre, pronto fue actor, cómico, mago, dibujante, escritor, pintor... Conocemos sus películas y sabemos que, esquivando el sesgo documental del hallazgo de los hermanos Lumière -aunque también él hizo documentales-, fue el visionario impulsor del cine fantástico, de ciencia-ficción, de aventuras, teatral, operístico, de adaptación literaria, de espectáculo y entretenimiento para todos los públicos. Pero siendo mucho lo anterior y siendo lo que hoy aparece a la vista, Méliès casi pone más empeño en ponderar su condición de emprendedor y de inventor de aparatos y soluciones tecnológicas y de negocio imprescindibles para la práctica y difusión de su cine y del cine en general. No estamos hablando, claro, de sus portentosos trucos y efectos especiales y visuales. Méliès construyó sus propias cámaras de filmación; roturó manualmente el celuloide; logró unificar los distintos tipos de película virgen existentes; ideó sistemas de revelado; fabricó nuevos aparatos de proyección; construyó los primeros estudios; fue, a la vez, el primer productor, director, distribuidor y exhibidor de películas en el sentido que ha permanecido; ideó y activó las salas de cine diseñadas para el espectáculo integral y masivo, cinematográfico y de variedades; concibió los primeros objetos y tiendas de 'merchandising'; introdujo el 'spot' publicitario; fundó mutuas y residencias para el retiro de los profesionales del cine...
De todo ello y de cómo lo hizo -trabajando 18 horas diarias y sin vacaciones durante años- habla Georges Méliès en su libro con un fervor desbordante y contagioso, sin apenas mencionar las más de 600 películas que constituyen su legado y de las que, además de productor y director, también fue muchas veces intérprete, camarógrafo, decorador, figurinista y montador. Y, como reitera en este pequeño libro que nos asoma a un individuo portentoso, todo esto lo hizo pensando antes que nadie que el cine no iba a ser sólo un pasatiempo, sino un arte.