¿Cuánta globalización podemos soportar?
Rödiger Safranski
7 octubre, 2004 02:00Rödiger Safranski. Foto: Quique García
Rödiger Safranski es, sobre todo, conocido por sus excelentes biografías de filósofos, dentro de las cuales mis preferencias van por las que hizo sobre Schopenhauer y Heidegger. Sobre todo esta última, un ejemplo de ponderación y buen sentido ante una figura controvertida y llena de dificultades.En ese magnífico libro, que ha sido también un éxito de ventas, logra tratar con máximo respeto la figura de uno de los más grandes filósofos de nuestro tiempo, sin esquivar el tratamiento de sus tremendas decisiones políticas (las que le condujeron a militar en el nacional-socialismo). Constituye la antítesis misma de libros tan sensacionalistas como infames (por ejemplo el de Víctor Farías, también sobre Heidegger.) En mis cursos sobre Pensamiento Contemporáneo en la Universidad Pompeu Fabra hago de él lectura imprescindible. Pocas veces se ha sabido aunar tanta sensatez, inteligibilidad y capacidad de comprensión en un texto biográfico.
Esas cualidades -buen sentido, criterio, inteligibilidad- presiden también este ensayo , en el que, en un estilo brillante pero sencillo, se van saliendo al paso de las trampas que la expresión "globalización" encierra. Y sobre todo de la matriz de todas ellas: la indeterminación entre un término descriptivo y una prescripción normativa. El planteamiento de Safranski es altamente crítico en referencia a la globalización concebida como imperativo categórico de orden ético y político. Se desconoce, al expresarse en esos términos, la condición humana que subyace a ese proceso, con sus perpetuas e incorregibles tendencias a la rivalidad, a la lucha a muerte. O se minusvalora la diversidad social y cultural, los desequilibrios existentes en el mundo, o la naturaleza policéntrica de los actores políticos que intervienen en él.
Es en ámbitos altamente interesados donde esa globalización se produce, en el mundo económico, especialmente bajo la batuta ideológica del neoliberalismo, defensor del más salvaje de las formas de captilismo, o en un universo de hegemonías políticas en el que siempre acaba teniendo prioridad el más fuerte (que en el escenario actual es sin duda Norteamérica). Ese imperativo globalizador crea un sujeto falso, aparentemente cosmopolita y siempre viajero, pero que nunca adquiere experiencias formativas en sus andanzas. En este sentido Safranski apunta hacia conceptos de inspiración heideggeriana, como la dialéctica entre lejanía y cercanía, condimentados con la concepción benjamineana del aura. En el mundo global lo lejano termina volviéndose cercano, de manera que ya no subsiste nada en el planeta tierra que no se halle a nuestra disposición. Con lo cual nuestra experiencia se empobrece. Se llena de información pero a costa de una verdadera formación. La distinción entre instrucción y educación en el sentido de la formación, al estilo de Goethe y Schiller, o de Fichte, Hülderlin y Hegel, es muy oportuna.
Se trata de un ensayo breve pero intenso, en el que se muestra una vez más que la asunción de la gran tradición filosófica moderna, que es sobre todo la alemana (de Kant a Hegel, de Schopenhauer y Nietzsche a Heidegger) es el mejor sustento formativo para enfrentarse a las cuestiones principales que nos afectan, como puede ser la llamada "globalización".
Este pequeño (gran) libro demuestra también que un acercamiento confiado a los clásicos filosóficos de la modernidad (entre los cuales aparecen Rousseaux y Marx) es mucho más estimulante y productivo que situarse ante ellos en estado de vigilancia o de desconfianza, al estilo de los que denuncian en ellos a los enemigos de la open society, o de quienes se hallan siempre prestos para des-construir sus imponentes edificios filosóficos. Safranski, de manera sencilla, logra asumir esas tradiciones que él mismo, en su calidad de biógrafo, ha ido desgranando en sus mejores textos (sobre Schopenahuer, sobre Heidegger.) Y puede ser muy prometedor el texto biográfico que prepara sobre Schiller, ese extraordinario creador que fue a la vez el mejor dramaturgo de Alemania y un excelente filósofo, seguidor de la gran estela de Kant.