Los años de plomo
Isabel San Sebastián
22 mayo, 2003 02:00Isabel San Sebastián. Foto: M.R.
Los asesinos del hacha y la serpiente han causado cerca de mil muertos y cuatro mil heridos. Añádanse los secuestros, las innumerables extorsiones y putadas de todo tipo que perpetran ETA y su entorno a pacíficos ciudadanos españoles.A la vista de este panorama de crímenes y vejaciones hay que preguntarse si España está en Europa, incluso cabe la duda de si pertenece al mundo occidental. No existe país postindustrial -Irlanda es un caso distinto- cuyo Estado haya tolerado una carnicería de estas proporciones en el último tercio del siglo XX. Pero quizá sea todavía peor la cobardía y la desidia con la que, en conjunto, han reaccionado los españoles. Por eso es un acierto la tesis central de Los años de plomo: hasta la Ley de Víctimas del Terrorismo de 1999, en España no hubo suficiente apoyo a quienes la violencia etarra les rompía la vida. Ni apoyo de las administraciones del Estado ni de los ciudadanos. Aquí gusta que Michael Moore gane un Oscar denunciando en un documental como Bowling for Columbine que en Estados Unidos el asesinato está relacionado con el exceso de armas. Pero un buen documental, aunque sea en vídeo, sobre las víctimas de ETA, eso, está pendiente.
A sus 44 años, tras mucha brega en todos los medios de comunicación y varios libros escritos dentro del nuevo género, el vasco/terrorismo, San Sebastián ha tenido el valor de ir a entrevistar a los familiares de nueve muertos y un secuestrado, Ortega Lara. El mosaico de diez piezas con el que la autora nos ofrece su visión de los del hacha y la serpiente, y de sus víctimas, tiene dos lecturas entrecruzadas. La primera es la de la acción del terrorismo, desde el asesinato de Eduardo Moreno Bergareche, Pertur, en julio de 1976 hasta el secuestro de José Antonio Ortega Lara en enero de 1996. La segunda, la más novedosa y tremenda, la visión del entorno más inmediato de las víctimas. Curtida en mil entrevistas, San Sebastián lleva al lector a contemplar situaciones tan crueles como para provocar su llanto. No ahorra ni los detalles ni los nombres propios de los verdugos. Por eso, el entretanto del diálogo está trufado de detalles, de pequeñas muestras del desperdicio y de la insolidiaridad humanos. Entrepáginas sale un Jorge Oteiza invocando a ETA, una camarera que da el aviso a los del tiro en la nuca o un clérigo cómplice de la muerte.
Como se subraya en estas páginas, tras la muerte de Miguel ángel Blanco en 1997 empezó a clarear el espeso miedo que atenaza España desde el País Vasco. Están saliendo los valientes, los intelectuales lúcidos, el pueblo está empujando a los políticos a tomar medidas. Gracias a libros como éste las víctimas lo son menos, y quizá aquí se pueda llegar a convivir como en el resto de los países de la Unión Europea e Isabel San Sebastián no necesite escolta policial por dar su opinión.