Mikolaj Grynberg. Foto: Forum.

Mikolaj Grynberg. Foto: Forum.

Letras

Mikolaj Grynberg retrata la vida secreta de los judíos polacos en 'Un brazo muerto del río'

Los relatos del fotógrafo y escritor polaco tratan sobre lo que significa ser judío en la Polonia de hoy, siguiendo la tradición de la nobel Svetlana Aleksiévich. 

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Autor de dos libros previos sobre la Shoá –el primero, de entrevistas a supervivientes y el segundo, sobre los hijos y nietos de las víctimas–, Mikolaj Grynberg (Varsovia, 1966) se adentra por primera vez en la ficción en Un brazo muerto del río (Acantilado). Los relatos del volumen tratan sobre lo que significa ser judío en la Polonia de hoy y, aunque reelaborados, tienen una inconfundible esencia documental.

Un brazo muerto del río

Mikolaj Grynberg

Trad. de Maila Lema. Acantilado, 2024. 144 páginas. 14€

Grynberg es el notario silente de los 31 testimonios: aparece desdibujado en los monólogos, los personajes quedan con él para contarle su historia o aluden a sus libros, a veces para criticar sarcásticamente su trabajo (“usted me perdonará, no soy judía”) o para expresar sus dudas sobre si desvelar o no su historia. Algunos tienen miedo: “¿Quién me asegura que nadie le va a reconocer?”, le dice una señora.

Hoy, en Polonia, ningún judío se siente en casa. “A decir verdad, me parece preferible no ser judío”, dice un hombre. Una ley polaca de 2018 declaró ilegal cualquier revisión histórica que denunciase la implicación de polacos en el exterminio judío. Conocida popularmente como Ley Gross –por Jan T. Gross, que documentó, entre otras, la matanza de Jedwabne, de 1941–, la ley es efectiva y varios historiadores ya han sido condenados.

Los personajes de Grynberg aportan una gran variedad de matices, pero la sensación, al cerrar el libro, es de dos bloques: por un lado, los judíos polacos son siempre secretos y, por el otro, sus vecinos católicos tienen una visión estereotipada de ellos, fruto de la ignorancia y de la manipulación histórica. Los tópicos antisemitas son a veces tan burdos que hacen peligrar la verosimilitud del relato; ocurre, sin embargo, que las ideas siguen ahí: “Ya sé que estoy hablando de manera atropellada, por no decir que estoy hablando ‘a la judía’”, dice un personaje.

El antisemitismo se disfraza a menudo de un torpe intento de comprensión: tras reconocer que los judíos sufrieron, se añade que los polacos sufrieron lo mismo o más. Hay cosas que recuerdan a los años treinta: dos empresarios se sienten obligados a elaborar su árbol genealógico para demostrar que no son judíos (“En Polonia, ya se sabe: si te va bien, es que eres judío”). Hay varios casos en que los judíos ni siquiera saben que lo son.

Grynberg logra que las voces resulten creíbles, reelaborando lo necesario su discurso, en la fértil tradición de Aleksiévich y sus entramados orales

Frente al imperativo moral de dar testimonio, los supervivientes que se quedaron en el país deben guardar silencio. Una anciana de Lódz se sincera con Grynberg: ni sus hijas ni sus nietas saben que son judías. “Engañé a mi marido, a mis hijas, a mis conocidos y a mis compañeras de trabajo. ¿Y sabe por qué? Para vivir”, cuenta. Otra, nacida en 1954, se marchó de Polonia cuando supo que había países en los que “se podía ser judío sin llamar la atención”.

Su madre sobrevivió al Holocausto en un convento del que salió convertida al catolicismo y ella jamás oyó la palabra “judío” en casa. Hasta que un día, en 1968, un vecino le dijo: “Tú, judía sarnosa, lárgate a Israel”. Sus padres, asustados, la enviaron a ella misma a un convento para que hiciera el camino de su madre, pero más tarde se fue del país.

Otro personaje menciona el pogromo de Kielce, de 1946, cuando un grupo de soldados y civiles polacos asesinó a 42 judíos en un centro comunitario: la masacre fue clave para que muchos supervivientes abandonasen el país al volver de los campos. Algunos textos son explícitos e inevitablemente explicativos. Grynberg, sin embargo, logra que las voces resulten creíbles, reelaborando lo necesario su discurso, en la fértil tradición de Svetlana Aleksiévich y sus entramados orales.