Juan Manuel de Prada, maestro del lenguaje: una novela monumental sobre la flor y nata del siglo XX
'Mil ojos esconde la noche' es la primera entrega de una obra de más de 1.500 páginas y está marcada por el humor y el esperpento.
27 mayo, 2024 03:19La trayectoria literaria de Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) se ha mantenido de forma sostenida desde que debutara, a mediados de los años 90, con dos obras rotundas y decisivas: Coños (1995), un texto asombroso que muestra una forma de divinización del cuerpo de las mujeres; y El silencio del patinador (1995), una colección de relatos –ampliada en 2010–, igualmente sorprendente, en la que hay lugar para personajes en distintas circunstancias vitales y ambientales, con representación del mundo de la escritura y de la vida decadente, dos motivos frecuentes en su producción.
Dejando a un lado los contenidos, lo verdaderamente portentoso de estas primeras publicaciones es el uso del lenguaje que en ellas se exhibe. Prada escribe como muy pocos, con un estilo personal, complejísimo y muy culto, en la línea de las mejores plumas barrocas, que lleva a algunos a considerarlo un aventajado dentro de su generación.
Con posterioridad, el autor certificó su valía con novelas como Las máscaras del héroe (1996) –de la de la que, en cierto modo, es deudora Mil ojos esconde la noche–, en la que ofrece un panorama revelador de la bohemia literaria española durante las tres primeras décadas del siglo XX. A ella le siguieron La tempestad (1997), La vida invisible (2003) o El séptimo velo (2007), por citar solo algunos títulos; y más próximas en el tiempo, Mirlo blanco, cisne negro (2016) o Lucía en la noche (2019).
En 2022 publicó su aplaudida biografía de Ana María Martínez Sagi –El derecho a soñar–, personaje por el que el creador siente un particular afecto como demuestra en esta novela. Finalmente, en 2023 vio la luz Raros como yo, su obra más reciente hasta la edición de Mil ojos esconde la noche, que contiene un conjunto de retratos de escritores olvidados y/o malditos.
En su haber también hay que tener en cuenta su presencia asidua en el periodismo literario, sus incursiones ensayísticas como conocedor del mundo cinematográfico y sus reflexiones de carácter político que, sumadas a las obras ficcionales, conforman una producción voluminosa, a pesar de la relativa juventud del escritor.
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Mil ojos esconde la noche, que tiene como subtítulo La ciudad sin luz, es la primera entrega de un proyecto monumental (solo este volumen tiene 796 páginas) que culminará próximamente con Cárcel de tinieblas. A la espera del segundo tomo, que promete revelar su desenlace, el primero centra su contenido en la situación de un numeroso grupo de artistas, escritores y periodistas españoles exiliados en la capital de Francia desde nuestra Guerra Civil. La acción tiene lugar entre 1940 y 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, con un París tomado por los alemanes.
El "Prólogo" ficcional con el que se inicia la narración contiene la carta que el agregado policial de la Embajada de España en la Ciudad de la Luz –Pedro Urraca– le envía al Director General de Seguridad –José Finat– en junio del 40. En ella, Urraca le revela los movimientos y ocupaciones de un nutrido grupo de "rojillos" con la intención de desactivarlos. La idea es reconducir a tantos compatriotas que malviven en un París cada día más desabastecido y atraerlos a la causa fascista, aglutinada en la asociación política que fundó José Antonio Primo de Rivera.
Para ello, no se pretende combatirlos con la violencia, sino utilizar un laissez faire, laissez passer que los conduzca hacia los intereses del partido. Fernando Navales, un reconocido colaborador de Arriba, es el elegido para llevar a cabo la misión por su "espíritu a la vez cínico y tesonero, zalamero e intrigante" y porque sabe "rondar y cortejar a la presa y llevarla hasta nuestro redil, fingiendo complicidad con ella mientras se relame con su claudicación". En definitiva, porque es un hombre sin escrúpulos.
Juan Manuel de Prada privilegia el lenguaje, en el que es un maestro en la línea de Quevedo y Cervantes
Navales es uno de los logros de la novela. Recuperado de Las máscaras del héroe, actúa a un tiempo como narrador y como protagonista. Es un testigo privilegiado de una circunstancia histórica irrepetible y el lector conoce los hechos por medio de su crónica en primera persona. A pesar de su desfachatez y de una falta de rectitud ética que le lleva a manipular a cuantos se cruzan en su camino, en ocasiones Prada consigue rescatar su fondo benigno y compasivo para transformarlo en un personaje más complejo de lo que a primera vista podría parecer.
Por las páginas de esta novela, profusamente documentada –otro de sus logros–, desfilan Louis-Ferdinand Céline, el escultor Mateo Hernández, el corresponsal de ABC en París Mariano Daranas –‘Daranitas’–, el periodista y crítico de arte Sebastián Gasch, el también periodista y escritor César González Ruano –‘Ruanito’–, Serrano Suñer –‘el cuñadísimo’– o Kiki de Montparnasse, la modelo de algunas célebres fotografías de Man Ray, entre otros.
[Juan Manuel de Prada vive en la huella candente de su sueño]
También aparecen artistas e intelectuales sobradamente conocidos como Pablo Picasso, del que Navales censura su crueldad con las mujeres; Luis Buñuel, igualmente criticado por su violencia contra los homosexuales; o Gregorio Marañón, figura controvertida políticamente y autor de Tiberio, una obra sobre el resentimiento –clave en el comportamiento de los protagonistas y en el devenir de la trama– que le sirve a Prada para elaborar jugosas reflexiones sobre esa forma enquistada de dolor moral.
Pero por encima de todos ellos destacan dos mujeres a las que el autor observa con aprecio e incluso con ternura: Ana de Pombo, la escritora y bailarina que arrastraba la pena de haber enterrado a un hijo falangista, fusilado en un barco convertido en checa –un personaje que finalmente se redime–; y, de forma particular, Ana María Martínez Sagi, a quien el narrador (y detrás de él, el creador) mira con dulzura y con infinita piedad.
Todos los personajes, incluidos los que son meras siluetas, están perfectamente descritos, con expresiones precisas y muy visuales. También aquí, Prada privilegia el uso del lenguaje, faceta en la que se revela como un maestro en la línea de Cervantes, Quevedo o Valle-Inclán. De ellos toma también el humor –en ocasiones escatológico– y el esperpento, ámbito en el que se desarrollan no pocos pasajes de esta espléndida obra.