Peter Handke. Foto: B. moya/ Anaya

Peter Handke. Foto: B. moya/ Anaya

Letras

Peter Handke intenta en vano deshacerse de sus demonios en 'Mi día en el otro país'

El Premio Nobel austriaco reflexiona veladamente, y con ironía, acerca de su trayectoria literaria.

2 abril, 2024 02:10

La nueva nouvelle de Peter Handke (Griffen, 1942) cumple a la perfección el mandato de Goethe, según el cual la novela corta ha de partir siempre de un “acontecimiento inaudito”. En este caso se trata de una posesión demoníaca.

Años después, el endemoniado narra la historia de su posesión, si bien, a pesar de ser “protagonista y único agente” del suceso, no recuerda nada, lo que sabe se lo han contado otros, la gente del pueblo y su hermana, el único miembro de su familia que aún vive. El narrador es escritor y jardinero.

No es la primera vez que Handke adopta esta máscara. En Lucie en el bosque con estas cosas de ahí, un precioso relato dedicado a su hija, el narrador y padre era jardinero; el propio Handke hacía de jardinero en Los hermosos días de Aranjuez, de Wim Wenders, basada en una obra suya.

Mi día en el otro país

Peter Handke 

Traducción de Anna Montané. Alianza, 2024. 112 páginas. 15,95€

Las texturas de la tierra son una constante en la obra de Handke, para quien el ser humano, a fin de limpiar su mirada en un mundo mediatizado por imágenes artificiales, ha de volver a las cosas reales que ofrece la naturaleza. Sabemos que al narrador, en el pueblo, le consideran un horticultor con “delirios de grandeza” que tiempo atrás escribió un libro, “cosa extraña en la región”, sobre los árboles en espaldera.

Luego, “con los años de poseído”, se convirtió en “el engendro del mal”. En esa época se instaló en el cementerio y solía pasearse por el pueblo gritando y maldiciendo en una lengua incomprensible. El endemoniado de Handke es un trasunto del de Gerasa, del Evangelio de san Marcos, que vivía “entre los sepulcros” y “ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo”.

Al final de su delirio, el poseído se transforma en un oráculo que dice verdades que nadie quiere oír. Como en Kafka, el transformado es el único cuerdo en un mundo de locos: gracias a su luz interior, tiene la desgracia de ver la realidad como es. Dice el narrador: “Lo horrible no es la oscuridad, sino tanta luz dentro de mí, y a mi alrededor. Qué mala es, esa luz. Estoy aprisionado en ella”.

La primera parte termina cuando el narrador se topa con un grupo de pescadores. Uno de ellos, el Buen Espectador, se le acerca y, por el mero de hecho de mirarle y escucharle desinteresadamente (“no ejercía de espectador en beneficio de un mercado”), lo libera de los demonios.

Handke, el gran escritor solitario, no ha hecho las paces con el mundo ni con sus demonios

Este hombre le ordena que cruce el lago, vaya al “otro país” y cuente su experiencia. En este punto Handke se desvía del relato bíblico: el redimido no relata su redención, como en el Evangelio, sino que se adentra en ese otro país, donde la comunidad lo acepta y él contrae matrimonio.

Al integrarse, traiciona lo que, para Handke, constituye la mirada del poeta: “A lo largo del día mis ojos debían evitar el centro, el foco. ¡Nada de detalles!”, dice. Como no observaba las cosas, estas no tenían nombre y el pensamiento crítico era imposible.

“¡Nunca más la desavenencia; se acabó la eterna separación; pertenecer; ser un miembro!”, exclama. En la última parte, el narrador se mira al espejo: no hay rastro del poseído, solo un hombre cansado que se pregunta: “¿Dónde ha quedado el resistirse, la resistencia que es parte de tu ser natural?”.

Publicado en alemán en 2021, es decir, solo dos años después de la concesión del Nobel al escritor, se impone una evidente lectura autobiográfica del texto: el endemoniado bien podría ser aquel primer Handke que en los 60 arremetía contra los popes del Grupo 47 (Grass, Böll y compañía), que despreciaba a los aficionados al teatro en su obra Insultos al público o que, años después, daba un discurso en el funeral de Slobodan Milosevic.

En las páginas finales el narrador comparte mesa con más gente. Pero eso no quiere decir que Handke, el gran escritor solitario y contemplativo, haya hecho las paces con el mundo ni con sus demonios.