Chuck Palahniuk. Foto: Adam Levey

Chuck Palahniuk. Foto: Adam Levey

Letras

Chuck Palahniuk en estado puro: una desaparición turbia con las corruptelas de Hollywood al fondo

El satírico escritor recurre a la provocación en una novela a medio camino entre lo gótico y lo surrealista donde el sonido es el motor argumental.

12 febrero, 2024 01:47

Preguntaba esta semana a mis alumnos de Estudios Ingleses en la Universidad de Alcalá qué es necesario para considerar a un escritor “autor de culto”. Sus respuestas, no podía ser de otra forma, tenían más de intuitivo que de racional, siendo las más comunes “excepcionalidad”, “singularidad”, o “complejidad”, escogiendo la “originalidad” como común denominador en la gran mayoría de opiniones. Efectivamente, si algo tienen en común Edgar Allan Poe y Thomas Pynchon, Raymond Carver y J. D. Salinger, es su originalidad.

La invención del sonido

Chuck Palahniuk

Traducción de Javier Calvo. Random House, 2024. 220 páginas. 20,90 €

También podemos calificar de original, además de transgresor y subversivo, a Chuck Palahniuk (Washington,1962), quien indudablemente forma parte de tan exclusiva nómina. Pese al cuarto de siglo transcurrido desde la publicación de El club de la lucha (1999) y con una docena larga de novelas publicadas con posterioridad, sigue siendo aquel primer título el reclamo publicitario en la portada de cada una de sus nuevas obras.

De nuevo el componente satírico, a medio camino entre lo gótico y lo surrealista, tan caustico como mordaz, volverá a caracterizar su último título traducido a nuestro idioma, La invención del sonido (2020, The Invention of Sound). Una novela donde, una vez más, recurre a la provocación que encontramos en Asfixia (2001, Choke), a la incertidumbre que nos asaltaba en Rant (2007), y a emplazarnos ante situaciones límite de compleja resolución como en Snuff (2008).

Ahora los protagonistas se llaman Gates Foster, un padre torturado por la desaparición de su pequeña Lucy, Lucinda, hace casi dos décadas, y Mitzi Ives, especialista en efectos de sonido, cuyo trabajo es muy demandado por los productores de Hollywood. Es el sonido –de manera similar al gusto y el olfato en Rant– uno de los motores argumentales. Un grito, el grito más sobrecogedor que se pueda imaginar, es el nudo gordiano de la trama –“Mi trabajo –dijo Mitzi– es hacer que la población del mundo entero chille en el mismo momento” (p. 14). Todo ello plasmado sobre el lienzo de la industria hollywoodiense con sus mentiras y corruptelas.

Palahniuk continúa fiel a sus principios narrativos y nos presenta una novela cruda, descarnada, cruel en algunos pasajes y sin espacio para concesiones redentoras. Echa mano también de similares técnicas narrativas de anteriores obras, como una detalladísima información sobre recursos instrumentales inherentes a la acción.

Palahniuk nos presenta una novela cruda, descarnada, cruel en algunos pasajes y sin espacio para concesiones redentoras

En este caso llegaremos a familiarizarnos con todo aquello relativo a las grabaciones, como los distintos tipos de micros –de lata, de escopeta…–, que el sonido de los truenos se consigue con una lámina de metal, y el aleteo de los murciélagos abriendo y cerrando un paraguas, o que existen distintos tipos de gritos que tienen nombre y se catalogan.

También encontramos una polifacética utilización de espacios como metáfora de la complejidad mental de los personajes. Por último, una vertiginosa alternancia narrativa entre los dos protagonistas, a veces de tan solo un par de párrafos, dota de agilidad y viveza a lo narrado. La búsqueda de Lucinda determina el hilo argumental, pero lo que realmente hace única y original esta novela es la caracterización de los protagonistas, atormentados y atrapados por sus propios fantasmas.

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Como aquellos lejanos Tyler y el anónimo narrador en El club de la lucha, Gates y Mitzi se caracterizan por un impulso autodestructor, lo que un psicoanalista diagnosticaría como exacerbada pulsión de muerte. La extraña desaparición de la hija deriva en una obsesiva y enfermiza búsqueda, en ocasiones de tintes esperpénticos, en el convencimiento de que fue raptada por algún pedófilo, y a perseguirlos a lo largo y ancho del país dedicará el padre su existencia.

En su negativa a aceptar de que la pequeña Lucinda haya muerto, pese a que todo parece indicar que ese fue el desenlace, Gates se aferra a la quimera de una realidad alternativa. Para ello contrata los servicios de jóvenes muchachas que le recuerdan y se comportan tal como sería la relación con su hija si no hubiera desaparecido.

La extraña desaparición de la hija deriva en una obsesiva y enfermiza búsqueda, en ocasiones de tintes esperpénticos

Es su único alivio, pues ni tan siquiera los grupos de apoyo, recurrentes en este novelista, logran proporcionar un mínimo consuelo. El problema es que “Se negaba a abandonar su adicción” (p. 46) ¿Acaso pretende Palahniuk personificar en su atormentado personaje la incertidumbre, o tal vez, que el hombre moderno vive en una etérea realidad subjetiva?

Si Gates es esclavo de su dolor, Mitzi lo es de su trabajo/arte, de su grito: “Al sonar el grito, se sintió enchufada a la eternidad, como si hubiera canalizado algo que pertenecía al otro mundo. Había creado algo inmortal, algo que valía más que el dinero, algo que no podría crear un simple contable” (p. 40). Está dispuesta a sacrificar y pagar lo que sea necesario para conseguir los sonidos más reales y auténticos.

No en vano el sonido es lo único que de real queda en las películas, porque a diferencia de la imagen obtenida utilizando gráficos y efectos especiales producidos por animación digital, el sonido continúa como en los orígenes del cine sonoro, usando un par de cáscaras de coco cuando un caballo aparece en escena. ¿Acaso pretende Palahniuk manifestar que la auténtica realidad, no la realidad subjetiva de Gates, es algo que tan solo pertenece al pasado y que quienes pretenden alcanzarla en la actualidad deben pagar un precio desorbitado?

Gates y Mitzi son dos personajes que me han recordado poderosamente a aquellos creados por Easton Ellis –estoy pensando en el Patrick Bateman de American Psycho– y no por su componente psicótico, que también, sino por la urgente necesidad de que sus vidas tengan sentido. El problema radica en que, como sucediera con Patrick, su punto de mira está falseado y esa será la causa de un desenlace tan trágico como el de novelas anteriores.

Lo que realmente hace única y original esta novela es la caracterización de los protagonistas, atormentados por sus propios fantasmas

Hasta cierto punto, sobre todo en el caso de Gates, entendemos que las circunstancias de la vida les han llevado a ser lo que son; incluso podemos sentir cierta piedad por ellos, pero mucho me temo que esa es precisamente la mayor perversión a la que nos aboca Palahniuk.

Los dos personajes entrarán en contacto en la tercera y última parte del libro. Gates ha recibido una cinta y ha creído reconocer la voz de su hijita en el desgarrador grito que se escucha en la película Baño de sangre de niñeras (otra sutileza más a lo Palahniuk). Es el punto de inflexión que nos conduce al desenlace; una resolución rebuscada, compleja si se prefiere.

Particularmente me ha resultado algo estrambótico en tanto en cuanto nada hacía sospechar una resolución tan atípica. Cierto es que lo estrambótico para mí bien pudiera resultar magistral y sublime para sus fanáticos. Y no son pocos. No tengo la menor duda de que esta novela satisfará las expectativas de todos ellos, de igual forma que resultará artificiosa para sus detractores.