Nacidas justo después de la I Guerra Mundial, Philippa Foot, Iris Murdoch, Mary Midgley y Elizabeth Anscombe comenzaron sus estudios en la Universidad de Oxford poco después de que las tropas de Hitler se anexionasen Austria en el Anschluss de 1938.
Un año después, con el mundo paralizado y los hombres reclutados en el frente de guerra, aquellas jóvenes asumieron la nueva deriva que habría de llevar la Filosofía, convertida entonces en una doctrina que, enajenada por un aparente mundo feliz, se había decantado por los métodos analíticos y científicos del positivismo lógico.
Fue así como bajo el cruento impacto de la II Guerra Mundial, estas pensadoras devolvieron al pensamiento filosófico la poesía y la metafísica, al considerar que debían afrontar de nuevo las grandes preguntas éticas de la humanidad, relativas a la moral y a los principios.
Fueron las palabras de una de ellas las que, en el verano de 2013, despertaron la curiosidad de sus compatriotas Clare Mac Cumhaill y Rachel Wiseman, dos profesoras de Filosofía que buscaban abrirse camino profesionalmente, cuando encontraron una carta publicada por The Guardian bajo el título The Golden Age of Female Philosophy.
“Reconocimos el nombre, Mary Midgley, pero no era una filósofa cuya obra figurase en los planes de estudios universitarios o se discutiera en las principales revistas especializadas –explican ambas en el prólogo de su libro Animales metafísicos (Anagrama)–.
En la carta, Mary exponía los elementos esenciales de su historia, y explicaba cómo ella y sus tres amigas, Iris, Elizabeth y Philippa, habían prosperado en el campo de la Filosofía, una disciplina poco receptiva a las mujeres, porque en un momento crucial llamaron a los hombres a filas”.
"Creo que esta situación contribuyó al hecho de que Elizabeth, Iris, Philippa Foot y yo nos hayamos labrado un nombre en la Filosofía –recordaba al respecto Midgley–. Creo que en tiempos ordinarios se perdía la voz de las grandes pensadoras porque simplemente no eran escuchadas".
A partir de fragmentos de cartas, diarios, fotografías, conversaciones, cuadernos y recuerdos, Mac Cumhaill y Wiseman, que no dudaron en desplazarse hasta la residencia donde Midgley pasaba sus últimos años y donde falleció en otoño de 2018, reconstruyen en este absorbente y reivindicativo ensayo los convulsos años de la II Guerra Mundial y el contrarelato de la historia dominante de la Filosofía del siglo XX, una narración donde la maravillosa relación de amistad entre estas cuatro intelectuales que cambiaron el devenir del pensamiento, fue más que determinante.
Entre los estudios y la guerra
El comienzo de la amistad filosófica de Philippa, Mary, Iris y Elizabeth, cuentan Mac Cumhaill y Wiseman, “coincidió con el final de la llamada ‘guerra falsa’ (Phoney War) y el principio de un periodo de treinta meses inquietantes y desestabilizadores durante el que, en Oxford, la angustia inmediata (la que provocaban la ausencia de los seres queridos que luchaban en el frente, la carestía, los bombardeos y las evacuaciones) se vio agudizada por la siempre presente, pero inimaginable, perspectiva de la invasión alemana y la derrota”.
La vida universitaria, sumida en “un extraño interludio entre los estudios y la guerra”, no parecía tampoco muy ajena a la realidad que asolaba la ciudad. “Sigo trabajando en un Oxford descolorido que se desintegra, desbordante de ardor guerrero, incómodo, repleto de evacuados, una ciudad que no me gusta”, escribió Murdoch desalentada.
Había llegado allí en 1938, en el mismo año que Midgley. De caracteres opuestos –Mary era pragmática y observadora e Iris, inquieta e impaciente–, pronto se hicieron amigas. En 1940 ambas conocieron a Anscombe y Foot. Aunque a todas ellas les unían unas fuertes inquietudes filosóficas, las diferencias entre sus diversos orígenes siempre fueron evidentes.
Para Mary, por ejemplo, Philippa era "la más alta y la más guapa, era la que más valía la pena de las cuatro”. Por el contrario, “Philippa le tenía un poco de miedo a Mary –que la adoraba–, pues temía que su amiga, la inteligente, descubriese su ignorancia y se horrorizase”.
Elegante y de modales refinados, Foot era nieta del presidente de Estados Unidos Gorver Cleveland, y carecía de la misma formación que sus compañeras. “En el mundo de Philippa, ‘las chicas simplemente no van a la universidad’ –explican Mac Cumhaill y Wiseman–. Sin embargo, en la familia de Mary, sí”.
Midgley, hija de un conocido juez, había pasado su infancia jugando con salamandras en vez de con muñecas, mientras que Foot había tenido que lidiar con las consecuencias de contraer una tuberculosis abdominal. “El tratamiento la obligó a dormir en un balcón un año entero, también durante el frío invierno de Yorkshire”.
Considerada en su edad adulta como una mujer distante, las autoras de Animales metafísicos explican que tal vez se debiera a una doble discapacidad, fruto en parte de aquella enfermedad: padecía de prosopagnosia (no conocía las caras), y de sordera en un oído.
Tres pares de zapatos para dos
Superados aquellos terribles años marcados por la guerra y también su vida universitaria, las cuatro siguieron caminos distintos. Tres de ellas terminaron en Londres. Primero lo hicieron Mary e Iris que continuaron viéndose con otros amigos de Oxford y empezaron a frecuentar algunos bares. Después sería el turno de Philippa, que se instaló en el piso de Seaforth Place donde Murdoch vivía.
“Muy a gusto en el oscuro desván, Iris y Philippa compartían tres pares de zapatos que al final se redujeron a dos. En una repetición de la conversación que habían mantenido Mary e Iris en el Cherwell, compararon listas de hombres que les habían propuesto matrimonio.
La lista de Philippa era respetable, pero corta; la de Iris, una vez empezada, parecía que no iba a terminar nunca. Sería más rápido –dijo Philippa molesta– enumerar a los que no le habían pedido matrimonio en lugar de a todos los que se lo habían pedido”.
Murdoch, la más célebre de las cuatro, y al parecer también la más popular, provenía de una familia humilde y había sido educada en escuelas progresistas. Durante la II Guerra Mundial, ella y Mary habían participado activamente en el Club Laborista de la universidad, aunque poco a poco se habían ido distanciando ideológicamente.
“Lo primero que hice cuando llegué a Oxford fue afiliarme al Partido Comunista”, había dicho Iris. Y aunque Mac Cumhaill y Wiseman discuten que fuera realmente lo primero, ambas opinan que “su entusiasmo político era imparable y, como le dejó claro a Mary, superaba con mucho su interés por la Filosofía”.
El impacto de la guerra
Mientras sus amigas disfrutaban de sus idas y venidas, y de sus vidas de solteras en Londres, Elizabeth Anscombe, católica conversa, ya se había casado con el también filósofo Peter Geach, con quien llegó a tener siete hijos a lo largo de su vida.
El primero de ellos tras graduarse en Oxford y conseguir una beca para estudios de posgrado en el Newnham College de Cambridge, que fue capaz de compaginar primero con su embarazo y más tarde con su reciente maternidad, mientras iba y venía a la ciudad en tren. Fue allí donde conoció por primera vez a Wittgenstein.
Tenía 25 años y el 55. Asidua a sus clases, Elizabeth se acabó convirtiendo en una de sus alumnas favoritas hasta el punto de que, tras su muerte, el filósofo la nombró, junto a Rush Rhees y G. H. von Wright, una de los albaceas de su legado filosófico.
En 1945 Mary regresó a Oxford, seguida poco después por Philippa, con quien empezó a verse a menudo, dada la proximidad de sus casas. En octubre de ese mismo año, se uniría a ellas Elizabeth.
Para entonces Murdoch, que había sido la última en abandonar Londres, había conocido a Sartre en Bruselas. Y así fue como, una a una, todas volvieron a sus intereses filosóficos. Para entonces, “la guerra había ofrecido imágenes concretas a cuyo alrededor más tarde cobraría forma la filosofía moral de cada una de ellas –escriben las autoras–.
Mary pensaba que no podemos llevarnos las manos a la cabeza y decir que los actos de un Eichmann nos parecen ininteligibles; debemos estar ‘dispuestos a comprender imaginativamente cómo funciona la maldad en el corazón humano y, sobre todo, en nuestro corazón”.
Precisamente, el impacto de la II Guerra Mundial y del nazismo les había llevado a pensar que “era urgente acometer la tarea de encontrar una manera de volver a la verdad moral, al valor objetivo y a una ética que conectase con la que realmente importa”.
Al final de ese curso académico, Mary apuntó en su diario: “He vuelto de Oxford. Un mundo de mujeres. Mientras conversaba con Iris, Pip y Elizabeth, pensé en lo mucho que las quiero”.
Refundadoras de la ética
Así, estás mujeres, filósofas e intelectuales, cambiaron nuestra forma de pensar el mundo. Aunque a Murdoch hoy se la recuerda particularmente por sus novelas, con títulos como Bajo la red o El mar, el mar, también destacó enormemente por su filosofía moral y su reinterpretación de Aristóteles y Platón.
“A los estudiantes de Iris en St. Anne’s, cuando se enteraron de que ‘la brillante filósofa Iris Murdoch intentaba escribir una novela’, les pareció divertido”. Casada con John Bayley, con quien mantuvo un largo pero poco convencional matrimonio –plagado de infidelidades, como su tortuosa relación con Elias Canetti–, fue la primera de las cuatro en morir, a los 79 años, en 1999.
Le siguió dos años después, Anscombe, a quien se le reconoce, junto a Foot, el mérito de haber hecho renacer en el siglo XX la ética aristotélica de la Virtud. “En este mundo, tan distinto sin ella, todo se hace por primera vez.
Fue de ella que lo aprendí todo”, escribió Philippa en su diario poco después del fallecimiento de su amiga. Ella misma, fallecería apenas dos años después. Especialmente conocida por ser una de las fundadoras de la ética de las virtudes contemporáneas, su trabajo fue fundamental para el resurgimiento de la ética normativa.
Mary Midgley, la más longeva de las cuatro, falleció en 2018. De su obra se nutren hoy gran parte de la ética animal y medioambiental contemporáneas.
Animales metafísicos, recuerdan sus autoras, “puede leerse como un relato y extraer de él un retrato de la vida humana que ayudará a ver el mundo de todos los días como lo vieron estas mujeres: como algo asombroso y frágil que necesita un cuidado y una atención constantes. También como una discusión filosófica que sirve para imprimir nueva vida a nuestra disciplina. De ser posible, debería leerse en compañía de amigos”.