Tanto en sus ensayos filosóficos como en sus novelas, Iris Murdoch abordó una y otra vez los mismos problemas, hasta el punto de que su inicial dedicación a la teoría moral se prolongó y se transformó en la ficción por razones de necesidad. Los asuntos que le interesaban podían estudiarse mejor, aseguraba, mediante la representación literaria. A lo largo de su vida, Murdoch concedió muchas entrevistas, recogidas en un volumen titulado From a Tiny Corner in the House of Fiction (Columbia, University of South Carolina, 2003, ed. Gillian Dooley), y en las que también se explayó acerca de sus preocupaciones existenciales y estéticas. Espigando diversos fragmentos de aquellas conversaciones podemos hoy hacerle esta entrevista imaginaria.
Si le preguntáramos acerca de su formación académica, en aquel Oxford de finales de la década de 1930 casi vacío de estudiantes varones debido a la guerra, Iris Murdoch definiría su ascendencia filosófica como una síntesis arriesgada y casi imposible entre Wittgenstein, a quien conoció en Cambridge en 1947, y Platón, sobre quien escribió algunos de sus ensayos más relevantes y al que llegó a traducir: "Soy una especie de platonista, aunque también soy algo así como una filósofa lingüística. Fui educada como filósofa lingüística y en muchos aspectos aún lo soy, pero en lo que respecta a cuestiones de filosofía moral, soy una especie de platonista. Podría definirme como una wittgensteniana neoplatónica. Si me encerraran en prisión durante diez años, tendría la oportunidad de explicarlo". Sobre Platón también podría añadir: "Empecé a sentir que el lugar de Dios, estando vacío, necesitaba ocuparse con un tipo de reflexión más positivo, una especie de filosofía moral o incluso de neo-teología".
Hablando ya de su dedicación a la narrativa, podríamos comentar su reacción contra el existencialismo francés y, en general, contra el nihilismo de buena parte de la novela contemporánea: "Cuando empecé, me pareció que probablemente ya habíamos tenido bastante del héroe romántico en el sentido existencialista, de ese tipo pelmazo que está en contra de la sociedad, que es un rebelde y un solitario y que se inventa cada día sus propios valores. Se trata de un tipo bastante idealizado en cierta literatura. Pensé que estaba harta de ese héroe y por supuesto no lo quiero en mis libros". Y, ciertamente, en sus novelas los personajes aparecen a menudo atrapados en telarañas morales e incluso llegan a librar batallas espirituales que rozan el peligro: "En general, diría que la imagen fundamental de mis novelas es una lucha entre la magia y la libertad o entre la magia y la bondad. Se trata de algo que podría resumirse como el contraste entre el artista y el santo; la manera en que el artista utiliza la magia y el santo ha renunciado a ella es un asunto recurrente".
Para ilustrar esta idea, basta recordar la relación intrigante y especular que mantienen en El mar, el mar (1978) Charles Arrowby, el tiránico director de teatro, y su primo James, un militar miembro de los servicios secretos y budista. Además de dominar el espectro filosófico de Occidente, Murdoch también se asomó al pensamiento oriental y nunca ocultó su afinidad con el budismo: "Me parece que una especie de budismo cristiano sería una religión satisfactoria, porque no puedo librarme de Cristo, que va conmigo. No creo en los aspectos sobrenaturales del cristianismo. Del budismo no me interesan sus ideas míticas sobre la reencarnación, pero sí el propósito de destruir el ego. El budismo tiene que ver con el cambio de conciencia. Y eso es lo que quiero averiguar, cómo pueden transformarse la conciencia y la conducta".
Y esta cuestión nos lleva al gran asunto que siempre se explora en sus novelas: "El amor es lo único en lo que realmente me considero experta. El amor es una especie de bomba que desgarra la vida de la gente. Se trata de una condición obviamente peligrosa, porque es tremendamente egocéntrica. Amar realmente a alguien de una manera desinteresada quizá no sea del todo natural en los seres humanos. Cuando se enamora, uno es tremendamente egoísta. Uno siente que todo en el mundo se ha transferido a otra persona, pero luego eso se convierte también en una función de la propia voluntad. Es algo que ha sido discutido por Hegel y Sartre. Es un gran tema para la novela".
"La imagen fundamental de mis novelas es una lucha entre la magia y la libertad o entre la magia y la bondad"
En su novelística, Iris Murdoch configura una ambiciosa fenomenología del amor, razón por la cual eligió cultivar un tipo de novela impersonal, de estirpe dramática, con muchos personajes y tramas sostenidas con tensión y virtuosismo escénico. Su gran modelo fue Shakespeare, pero un Shakespeare distinto al que adoptaron los románticos: "Las obras de Shakespeare son extraordinarias porque presentan un mundo moral muy sólido. Es algo que ha sido negado por autores del XVIII que no vieron a Shakespeare bajo esa luz. Pero se equivocaban. Había una gran carga moral en esas obras. Es una moralidad de lo más refinada, pero al mismo tiempo no es dogmática y contiene una dimensión extraordinariamente abierta. Shakespeare crea una increíble atmósfera tanto de juicio moral como de libertad poética".
Murdoch estaba convencida además de que la novela es eminentemente un género cómico y que ella, desde luego, escribía comedias: "La novela es una forma cómica. La tragedia tan sólo aparece ahí remotamente. En las novelas ocurren cosas tremendamente tristes pero no creo que sean trágicas debido a la forma. La tragedia pertenece al teatro y no a la vida real, como alguien ha observado (quizá yo misma) y tampoco pertenece a la novela, que de algún modo es como la vida real y no como el teatro".
Uno de sus principales retos como novelista fue tratar de representar la bondad: "Platón observa en La República que los personajes malos son volubles e interesantes, mientras que los personajes buenos son aburridos y siempre iguales. Eso constituye un problema literario. Es tan difícil ser bueno en la vida como representar la bondad en el arte. Quizá no sepamos mucho sobre la bondad".
A medida que envejecía, Iris Murdoch fue cada vez más consciente del misterio que rodea al conocimiento: "Me he ido dando cuenta de que uno sabe tremendamente poco acerca de todo, de los demás y de uno mismo. Creo que un novelista responsable debería presentar a sus personajes como gente que no es del todo explicable".
Como mujer radicalmente independiente, insumisa y audaz, Iris Murdoch se negó siempre a aceptar estereotipos y no dudó en decir lo que pensaba acerca de lo que le incumbía: "No estoy interesada en el 'mundo femenino' o en la afirmación de un 'punto de vista femenino'. Se trata a menudo de una idea bastante artificial que de hecho puede perjudicar la demanda de igualdad de derechos. Queremos pertenecer a la raza humana, no inventar un nuevo separatismo. La separación autoconsciente conduce a estupideces como los estudios de género. Hagamos simplemente estudios".
Murdoch solía decir que es importante preguntarse de qué tiene miedo un filósofo. Y si le hiciéramos a ella esa pregunta, su respuesta no podría ser más honesta: "Creo que tengo miedo de descubrir que es indiferente cómo se comporte uno, que la moral sea un fenómeno superficial. No creo que pueda averiguarse, es tan sólo una preocupación; la imposibilidad de averiguarlo es muy profunda en la filosofía moral. No creo en Dios, pero creo que la moral es fundamental en la vida humana".
Y para acabar, una imagen que a menudo acudía a sus labios: "El arte es fuego frío".