“¡Madera a la chimenea! ¡Corred las cortinas! ¡Acercad las sillas al fuego y sed todo oídos!”, arenga el narrador de uno de los escalofriantes e invernales relatos que se dan cobijo bajo el Solsticio siniestro con el que Impedimenta nos deleita este último mes del año. Reunidas, alrededor del fuego, las Navidades pasadas, los fantasmas presentes y futuros, el mudo eco de los pasos sobre la nieve, que lo abarca todo, se expande y arropa sus historias.
Fuera, en la calle, los seres del Inframundo se deslizan entre las grietas de estas casas encantadas, entre los árboles decrépitos y las cumbres de los montes, entre lo real y lo ilusorio, la vida y la muerte, el delirio y la cordura, mientras, como un susurro, una vieja e hipnótica letanía persigue a sus protagonistas, seduce a los lectores e incluso maldice a sus autores.
Al más puro estilo victoriano, casi todas ellas ambientadas en Navidad, la atmósfera y época de estas historias funcionan como un manto que envuelve sus palabras como un todo, un mosaico de luces, árboles y nieve, que aboga por la tradición oral del cuento. Con nombres como Muriel Spark, Daphne du Maurier, Hugh Walpole o Robert Aickman, entre otros, Solsticio siniestro rinde, además, un brillante homenaje a la literatura gótica de entre finales del XIX y mediados del XX, con doce lúgubres y maravillosas historias, capaces de convencer a cualquier agnóstico del género.
Fantasmas dentro y fuera de las páginas
Tal es el hechizo de estos cuentos ‘para las noches más largas’, como reza el subtítulo, que los propios autores, algunos célebres, otros desconocidos, se nos presentan brevemente como personajes misteriosos o malditos en ocasiones. De Lettice Galbraith, por ejemplo, se desconoce la fecha de nacimiento o fallecimiento, e incluso su verdadera identidad.
Autora de una novela y varias colecciones de cuentos que publicó a finales del XIX, tras La habitación azul, una atractiva historia de casa embrujada, nunca más se volvió a saber de ella. “Resulta casi increíble —reflexiona paradójicamente uno de sus personajes sobre uno de esos sucesos paranormales que escapan a la razón— que algo así pueda suceder a finales del siglo XIX, en estos tiempos científicos y racionalistas en los que pensamos tanto; en los que miramos las supersticiones ignorantes de la Edad Media con la condescendencia de nuestra superioridad intelectual”.
También hay escritores fantasma como Frederick Manley del que se desconoce absolutamente todo, salvo que es el autor del relato El fantasma de la encrucijada. Publicado en 1893, y de corte más tradicional, este cuento que hunde sus raíces en la Navidad irlandesa.
Nos habla de “promontorios de patatas, lagos de caldo y montañas de rosbif, pichones presos en celdas de hojaldre, pilas de pan y mantequilla” y de “la familia Pastel al completo, desde la plebeya Manzana hasta la exquisita señora Compota, todas con sus crujientes trajes”, en un cálido ambiente festivo que se ve interrumpido inesperadamente por el grito de una banshee, espíritus que anuncian con sus gritos una desgracia familiar, y la llegada de un misterioso hombre.
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Traducidas por Cé Santiago, Olalla García, Enrique Maldonado Roldán e Isabel Márquez Méndez, estas historias, de hecho, componen un curioso fresco navideño. De las cenas copiosas irlandesas a la Sociedad para la Abolición de la Navidad creada por el autor de "Prohíban la Navidad o moriremos todos", el divertido personaje del maravilloso relato de Muriel Spark, El barrendero.
Escrito por la célebre autora británica después de haber sufrido una sobredosis de pastillas de anfetaminas que había tomado para adelgazar, y tras superar un episodio depresivo, en este cuento Spark aborda temas como la salud mental o la identidad.
Y de los espectros a los "cuentos de lo extraño", como denominó Robert Fordyce Aickman (1914-1981) a su ficción. En La aparición de la estrella, firma un texto ambientado en el mundo del teatro sobre una enigmática actriz, a la que rodea una aura misteriosa, que interpretará una obra el día de Nochebuena. O al cuento de Hugh Walpole (1884-1941), El señor Huffman, el clásico cuento victoriano de fantasmas, que cierra este libro con un aire alegre y enternecedor.
Unos escritores proféticos
Por medio de esta fantástica antología, descubrimos también una curiosa galería de escritores visionarios y malditos. Como el prolífico Ernest Temple Thurston (1879-1933), poeta y dramaturgo, que llegó a casarse hasta en tres ocasiones y que, en La mujer de Ganthony, reivindica la tradición oral con una curiosa profecía: “La costumbre de contar historias en Nochebuena alrededor de la chimenea se está perdiendo, como la de escribir cartas y todas las manualidades domésticas o del pasado siglo. Las historias nos las cuentan profesionales y gracias a la imprenta se publican a miles. Cedemos nuestras cartas a dictáfonos y estenógrafos. El toque personal está desapareciendo de la vida, si no ha desaparecido ya. En una época en la que se inventa toda máquina imaginable para ahorrar tiempo y trabajo, no nos queda tiempo que destinar a cosas como estas. El manejo de nuestras máquinas nos deja demasiado exhaustos como para dedicarles atención”.
Mientras tanto, tras las sombras proyectadas por la pared, se esconden gatos siniestros como el que protagoniza El gato negro de W. J. Wintle (1861-1934), escrito con el objetivo de entretener a sus ocho alumnos durante las veladas nocturnas, o sesiones de espiritismo como la que narra Margery Lawrence (1889-1969) en El hombre que volvió. Comprometida espiritista en la realidad, esta escritora es recordada hoy por sus historias de fantasmas y su dedicación a los fenómenos paranormales.
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Más conocida particularmente por títulos como Rebeca y Los pájaros, que Alfred Hitchcock inmortalizó en la gran pantalla, la célebre Daphne Du Maurier juega con el terror sobrenatural y el thriller psicológico en el hipnótico El manzano.
Se trata de la historia de un hombre algo misógino que, tras la muerte de su mujer, por la que no expresa ningún tipo de pesar, se empieza a obsesionar por este árbol frutal “encorvado, por así decirlo, de dolor”, “triunfante, presuntuoso”. “Un recordatorio perpetuo de todas las cosas que detestaba y siempre había detestado –escribe–, no era capaz de decir cuáles”.
Tan blanco y tan vacío
Si uno agita levemente Solsticio siniestro, además de sucesos paranormales lo que encontrará será nieve. Nieve como la que envuelve al magnate Charles Foster Kane en Ciudadano Kane. Un enigma, una amenaza también, por qué no, como la que asola al protagonista del relato de James Turner (1909-1975).
Jardinero de profesión, poeta y novelista, durante parte de su vida este escritor vivió en un pequeño terreno de Norfolk, donde se ubicaba la antigua rectoría de Borley, que ostentaba el curioso título de ser “la casa más embrujada de Inglaterra”. Testigo junto a su mujer de varios fenómenos inexplicables, el inquietante relato que aparece en esta antología, Una nevada, fue publicado un año antes de su muerte.
“Me había esperado que sucediera algo horrible. Estaba convencido de que ese ‘milagro’ de la nieve, que tanto me había emocionado cuando podía contemplarlo desde la casa o el coche, era malévolo –relata en él–. Para alguien que no estuviera acostumbrado a verla, resultaba antinatural y aterradora. La nieve no me quería allí. Me sentí incómodo en cuanto me adentré en ella junto a David. A mi primo nunca se le habría ocurrido que pudiera haber algo escondido en esa manta blanca y sofocante que lo oscurecía todo. Algo que estuviera esperando a precipitarse sobre él, igual que una puerta abierta al inicio de una escalera oscura puede ocultar algo listo para abalanzarse sobre ti cuando te acercas”.
Acechante, la nieve acompaña a esa misma amenaza en La tercera sombra, de H. Russell Wakefield (1888-1964), que al contrario que la mayoría de los escritores de esta antología se desvincula de la Navidad para centrar su relato en las nieves estivales que rodean, tal vez presagien, un trágico y maldito ascenso a la cima del Diente del Gigante en las cercanías del Mont Blanc.
Aunque, quizás, quien mejor lo exprese sea Elia Wilkinson Peattie (1862-1935), periodista reconocida que promovió la independencia de las mujeres y que llegó a escribir 800 artículos, además de varias novelas y relatos cortos. En su breve y hermoso cuento En los hielos boreales, nos deja una de las imágenes más bonitas que encontramos en este libro: “El mundo estaba tan blanco y tan vacío como si Dios acabara de crearlo y aún no lo hubiera coloreado el sol ni mancillado el hombre”.