Ana Rossetti redescubre a Catalina e Hipatia de Alejandría, mártires por sabias y rebeldes
La poeta relata que creció “entre dioses y santos” hasta comenzar a interesarse por las mujeres que desafiaron “la autoridad masculina”.
16 diciembre, 2023 03:04En su nuevo libro, Ana Rossetti (San Fernando, Cádiz, 1959) nos advierte de que “no es una ruta fiable”, sino “un itinerario personal”. En efecto, la poeta retrocede hasta su infancia para contarnos que creció “entre dioses y santos” hasta comenzar a interesarse por las mujeres rebeldes que desafiaron “la autoridad masculina”. Es el caso de estas dos mártires de Alejandría. Catalina, la santa que pintó Murillo y se enfrentó al emperador Maximino reclamándole la libertad de culto, e Hipatia, una erudita en los campos de la ciencia y la literatura que llegó a ser considerada la sucesora de Platón.
La peripecia vital de la primera, engalanada de leyendas que refuerzan su propia figura, fagocita casi todo el texto. No es hasta las últimas páginas cuando emerge la pagana Hipatia, que, según nos cuenta Sócrates Escolástico, “sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su tiempo”, de modo que fue asesinada por cristianos que se sentían amenazados por su sabiduría. Sus historias no son tan reveladoras como el impacto que generan en la educación sentimental de la poeta, que se explica a través de ellas como mujer e intelectual.
Rossetti aprovecha para reflexionar sobre cuestiones sociales que se imbrican en la actualidad. Combina el rigor de los datos con sus aportaciones personales y analíticas para labrar, al fin, un interesantísimo texto que se apoya, en el cuarto capítulo, en una suerte de diccionario donde se desarrollan conceptos vinculados al hilo central del relato: el culto, el martirio, el mito…
Además, los personajes principales se proyectan hacia figuras como Santa Bárbara, Juana de Arco, Sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Jesús o Jeanne Eyquem, hermana de Michel de Montaigne. Son algunos de los iconos que desfilan por las páginas de este libro impetuoso, sí, pero sobrio y madurado. “Hay que cuidar la llama de nuestra vocación personal como un deber irrenunciable”, concluye Rossetti.