Familia, teatro y canto. La vida de Víctor Jara transcurrió sobre estos tres pilares, a los que no renunció ni en las peores circunstancias. Ni siquiera en los últimos instantes de su vida en el Estadio Chile (hoy Estadio Víctor Jara). Poco antes de ser asesinado consiguió escribir y salvar su última canción. Eran estrofas, igual que otras que escribió durante su fecunda existencia, que le permitieron hacer “brotar el momento” de entrar en la historia de la dignidad y del arte. Fue su heroica y silenciosa venganza.
Poco después, a los cuatro días del criminal golpe de Estado de Augusto Pinochet, sus verdugos dejaban abandonado el cadáver mutilado del autor de Te recuerdo Amanda junto al de su camarada, el abogado Littré Quiroga.
Cómo lo encontró Joana Turner, su mujer, y cuál fue su calvario, tanto en la fuerte represión que siguió a su asesinato (y al de miles de personas) como en el largo e inacabable proceso judicial para conseguir identificar a los culpables (culminado hace unos días por la Corte Suprema de Chile con la condena a 25 años de cárcel a siete exmilitares), queda plasmado en este retrato vibrante y documentado del historiador Mario Amorós (Alicante, 1973), que no solo demuestra que conoce a la perfección los rincones oscuros de la historia de Chile sino que es, además, un minucioso exégeta del país que vio a Salvador Allende y la Unidad Popular ganar democráticamente las elecciones de 1970 y, tres años después, bombardear el palacio de La Moneda durante un ominoso 11 de septiembre.
Este fue el trágico desenlace de una de las figuras esenciales que ha dado la cultura latinoamericana de las últimas décadas, pero Amorós no se olvida en esta biografía de trasladar al lector el hombre vital y apasionado que fue, incapaz de mirar hacia otro lado ante las injusticias seculares de su país.
El historiador recorre su pasado rural, su relación con el Teatro Experimental de la Universidad de Chile (consiguió ser uno de los directores escénicos más importantes, conviene recordarlo, con estrenos como Parecido a la felicidad o Ánimas de día claro, de Alejandro Sieveking), su rápido aprendizaje del folclore latinoamericano que permeabilizó su música, su temprana relación con voces como las de Violeta Parra o con los componentes de formaciones como Quilapayún (grupo que llegó a dirigir), Cuncumén o Inti-Illimani.
[Víctor Jara, el poeta del pueblo]
Víctor Jara, nos muestra el relato de Amorós, no solo fue un cantautor que recorrió Chile al encuentro de su pueblo, sino que sirvió además de argamasa creativa en una convulsa época en la que el Nobel de Literatura Pablo Neruda colocaría su patria en lo más alto de la cultura mundial.
Se equivocan, viene a decirnos esta biografía, quienes consideran a Víctor Jara como un simple “cantante protesta” víctima de su compromiso y de su caducada ideología cuya silueta forró carpetas e ilustró pancartas en los 70 y alrededores. Jara, intérprete de temas como A desalambrar, Duerme, duerme negrito, El derecho de vivir en paz, Ni chicha ni limoná, Luchín o Juan sin tierra se ganó a pulso su lugar en el olimpo artístico no solo por su inimitable voz, su enorme talento y su inconformismo, sino por la calidad, la sensibilidad y la belleza de sus composiciones, antes incluso de convertirse en mártir de unos tiempos en los que una canción clandestina podía hacer temblar hasta la dictadura más sangrienta.