¿Quién fue Leslie Charteris? El peculiar escritor detrás de 'El Santo', héroe de la cultura popular
Se cumplen treinta años de la muerte del autor, creador del popular personaje de acción. Un narrador tan fantástico como su propio personaje.
3 septiembre, 2023 01:33Todos los jueves, a las diez de la noche, a partir de un glorioso diecisiete de diciembre de 1964, las afortunadas familias españolas que poseían un aparato de televisión se reunían devotamente frente a él. Convertido en altar de una nueva religión catódica y apostólica que, esta sí, daba casi todo lo que prometía, a través de su pequeña pantalla se colaba en las vidas de todos, grandes y pequeños, el divino Roger Moore como Simon Templar, alias El Santo. Un héroe a la justa medida de la década prodigiosa.
Alto, elegante, con pelazo siempre repeinado, irresistible para las mujeres (y para muchos hombres), este Robin Hood del siglo XX, como a menudo lo definiera su creador, no era el típico detective privado, policía honesto o enmascarado justiciero al uso. Aventurero internacional, siempre en defensa de los oprimidos, de los injustamente acusados, humillados y ofendidos, no dejaba, sin embargo, de sacar también algún provecho siempre de sus hazañas, tanto económico como erótico. El Santo era bueno, desde luego. Pero también lo estaba y se aprovechaba de ello. Su bondad empezaba, como debe ser, por él mismo. Desconfíen de quienes dicen lo contrario.
Por todos estos motivos y, naturalmente, por la emoción, el suspense, los puñetazos, los disfraces, los tiros, las chicas, el exotismo, la música y el humor, siempre mucho humor —al límite a veces del surrealismo y hasta rompiendo la cuarta pared—, Simon Templar se convirtió en favorito de todos. Roger Moore se divertía y divertía a su audiencia salvando damas en peligro, resolviendo asesinatos misteriosos, organizando golpes perfectos, apoyando o evitando revoluciones, atrapando espías, buscando tesoros y, sobre todo, burlando a las fuerzas del orden, representadas a menudo por el torpe y simpático inspector Teal de Scotland Yard, interpretado habitualmente por Ivor Dean.
El Santo se emitió originalmente en Gran Bretaña de 1962 a 1969, con sus dos últimas temporadas, la quinta y sexta, en espléndido color. Convirtió a Roger Moore en icono del género, llevándole casi directamente a convertirse en James Bond, tras pasar con Tony Curtis por la divertida serie Los persuasores.
Entre los estupendos directores que se curtieron en las aventuras de Simon Templar nos encontramos con veteranos de la Hammer como John Gilling, Roy Ward Baker o Freddie Francis, profesionales de la mejor televisión como John Llewellyn Moxey, Robert Asher o Jeremy Summers, de la Serie B como Alvin Rakoff y con el mismísimo Peter Yates, poco antes de irse a Hollywood para rodar Bullit (1968).
Los actores y actrices que compartieron pantalla con Sir Roger Moore llenarían un libro, incluyendo chicas-Bond, chicas-Hammer, villanos de Serie B y prestigiosas estrellas: Shirley Eaton, Barbara Shelley, Honor Blackman, Anthony Dawson, Jack Taylor, Julie Christie, Samantha Eggar, Ferdy Mayne, Oliver Reed, Anthony Quayle, Julian Glover, Nigel Stock, Michael Gough, John Carson, André Morell, Donald Sutherland, Lois Maxwell, Yootha Joyce, Barry Morse, Niall MacGinnis, Francesca Annis, Kate O´Mara, Valerie Leon, Alexandra Bastedo, Stephanie Beacham, Sheila Keith, Freddie Jones, Andrew Keir, Veronica Carlson, David Prowse… Casi la historia misma del cine británico de la segunda mitad del siglo XX.
Pero lo que muchos espectadores no sabían es que, en realidad, este héroe paradigmático de los años sesenta había nacido, ni más ni menos, que en 1928, gracias al genio e ingenio de un curioso personaje y prolífico escritor, llamado Leslie Charteris (1907-1993).
Menos que un santo
El Santo apareció por vez primera en la novela El Santo contra el Tigre (1928), que hubiera podido ser también su última aventura. Su autor había nacido como Leslie Charles Bowyer-Yin en Singapur, de madre británica, Lydia Florence Bowyer, y padre chino. Pero no un chino cualquiera: el Dr. Yin Suat Chuan no solo era miembro de la alta sociedad de Singapur, habiendo destacado en su lucha contra la introducción del opio en el país, sino descendiente en línea directa de los emperadores de la dinastía Shang, que se remonta al siglo XVII a. c. O, al menos, eso decía él.
Aunque Leslie había empezado a escribir desde temprana edad, su carácter inquieto le llevó a vivir una loca juventud: marino mercante, camarero en un pub rural, buscador de oro y perlas, minero, trabajador en una plantación de caucho y en una destilería, artista de feria errante, conductor de autobús, jugador profesional de bridge en un club de Londres y torero aficionado en España, uno de sus países favoritos. Todas estas experiencias se reflejan en sus novelas y relatos de El Santo, cosmopolita trotamundos con conocimientos de lo más absurdo y variopinto.
Sin embargo, en ningún momento Leslie dejó de escribir, enviando sus obras a distintas editoriales. Cuando tenía solo diecinueve años, en 1927, su novela de misterio X-Esquire fue por fin aceptada y publicada. Quizá tuviera algo que ver que tan solo un año antes cambiara legalmente su apellido, pasando a llamarse Leslie Charteris. Según la leyenda, en homenaje al aventurero, soldado, jugador y libertino escocés Francis Charteris, juzgado y condenado por violación en 1730. Según su hija, tomándolo al azar de la guía telefónica.
El verdadero éxito le llegaría con El Santo contra el Tigre. Contra todo pronóstico y después de varios intentos, había dado en el clavo. Siguiendo los pasos de autores populares del momento como Edgar Wallace o Sapper, había añadido a su fórmula más humor, acción y, sobre todo, el carácter singular de su protagonista.
A partir de su siguiente aparición, en Entra El Santo (1930), compuesta por tres relatos largos, la mayoría de la producción literaria de Charteris estaría consagrada a su héroe, hasta abarcar unos cuarenta libros entre novelas, relatos largos y colecciones de cuentos. Desde los sesenta, las aventuras de Templar serían escritas por otros colaboradores, supervisados por el propio autor, a menudo basándose en episodios de la serie de televisión.
Pero Charteris debía sufrir algún tipo de hiperactividad galopante. En 1932 decidió instalarse en Estados Unidos, donde pronto comenzó a trabajar también como guionista de cine, radio y cómics. No sólo escribió para el serial radiofónico de El Santo (donde tuvo la maravillosa voz de Vincent Price), sino también para el de Sherlock Holmes, protagonizado, como las películas, por Basil Rathbone y Nigel Bruce como Holmes y Watson. Además, escribió guiones para las historietas tanto de El Santo como de el Agente secreto X-9 de Alex Raymond, creado por Dashiell Hammett, uno de sus autores favoritos.
Las aventuras de Simon Templar llegaron pronto a la gran pantalla. Allí fue interpretado, entre los años treinta y los cincuenta, por Louis Hayward y Hugh Sinclair, en dos ocasiones cada uno, y por George Sanders en otras cinco. Además de pasar a la televisión en los sesenta, los franceses rodaron al menos dos adaptaciones del personaje, en la segunda de ellas, Le Sant prend l´affût (Christian-Jacque, 1966), encarnado por Jean Marais.
Entretanto, el incansable Charteris, aparte de crear personalmente El club de fans de El Santo, tuvo tiempo para casarse cuatro veces, la última en 1952 con la actriz Audrey Long; inventar un lenguaje universal de imágenes, al que denominó Paleneo y con el cual publicó también un libro; escribir columnas periodísticas; prestar el nombre de su héroe para una revista supervisada por él: The Saint Mystery Magazine, componer el tema musical de la serie de televisión... Y traducir al inglés el libro de Manuel Chaves Nogales Juan Belmonte: matador de toros, una de sus obras favoritas.
Pese a su éxito y popularidad en los Estados Unidos, Charteris acabaría retornando al Reino Unido, viviendo plácidamente en Surrey con su esposa e hija, hasta su fallecimiento, el quince abril de 1993, con 85 años de edad. Quizá nunca perdonara a su segunda patria el que durante muchos años no le permitiera tener un permiso de residencia continuado, debido a la siniestra ley conocida como Acta de Exclusión China, que prohibía a quienes tuvieran un cincuenta por ciento o más de sangre china asentarse en el país por un tiempo superior a la duración estándar de un permiso de trabajo.
Durante años, uno de los escritores más conocidos y queridos del público estadounidense, que aportaba de paso sus buenos ingresos a la Hacienda americana, se vio obligado a renovar continuamente, cada seis meses, su permiso de residencia, hasta que, finalmente, el Congreso le garantizó el derecho a su permanencia y la de su hija en Estados Unidos, nacionalizándose en 1946.
Pero los años cincuenta del macartismo y la Caza de brujas debieron resultarle bastante incómodos a Charteris, quien prefirió volver a las más verdes y tranquilas colinas de Inglaterra. Porque, de forma bastante sorprendente, tanto El Santo como su creador, se cuentan entre los relativamente escasos autores del género en la época con actitudes abiertamente liberales, progresistas e incluso con más que ocasionales simpatías izquierdistas.
El santo sí puede
Para quienes estén familiarizados con el Simon Templar de Roger Moore, inmerso en las tensiones políticas de la Guerra fría, puede ser toda una sorpresa que en las novelas y relatos originales, más de veinte publicadas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, este se manifieste a menudo no solo antifascista y antinazi, sino pacifista, antimilitarista y poco amigo de las clases altas.
El principal archivillano de la saga, Rayt Marius, prominente en la tercera entrega, El último héroe (The Last Hero, 1930), es un traficante internacional de armamento, inspirado en la figura real de Basil Zaharoff. Pero no es el único: en El Santo juega con fuego (1938), sus enemigos son de nuevo aristócratas, empresarios y hombres de negocios dispuestos a apoyar un golpe de estado fascista en Francia, para asegurar su negocio. Templar se implica en la aventura para encontrar a los asesinos de dos jóvenes militantes comunistas ingleses que, para su desgracia, habían descubierto la trama.
La actitud de Templar y Charteris creó más de un problema a traductores y editores españoles. Tan inmensamente famoso en nuestro país como en el resto del mundo, desde los años treinta las novelas de El Santo fueron publicadas en España por editoriales populares como Molino, Juventud, Plaza y Janés o Bruguera. Al llegar a El as de los truhanes (1937), se tropezaban con un bonito dilema ya en el primero de sus tres relatos: “La guerra española”.
Mientras el lector español se llevaba la idea de que Simon Templar se enfrentaba con un grupo de “rojos” que intentaba conseguir fondos falsificando bonos en Londres, a fin de comprar armas para la República, la realidad es que, en el original inglés, El Santo luchaba con una banda de espías franquistas que hacía exactamente eso. No le quedó más remedio al traductor que cambiar Sevilla por Madrid, y dar la vuelta malamente a todos los diálogos, de forma tan artificial como confusa. De hecho, en el original pueden leerse perlas como esta, de boca de Templar: “Para mí, amigo, falsificadores y fascistas son todos lo mismo”.
Aunque el propio Simon Templar pertenece a la clase alta, con modos y maneras aristocráticas un tanto autoparódicos a veces, es un renegado. Un caballero andante sin dueño ni señor. Un pirata de los tiempos modernos. Un desperado del Oeste, vestido de etiqueta. A diferencia del personaje de películas y series, es implacable. Con todo su humor, novelas como El Santo en Nueva York (1935), le pintan tan violento y vengativo como Sam Spade, el Agente de la Continental o hasta los mismísimos Mike Hammer o James Bond (aunque en las antípodas ideológicas de estos últimos). Pero lo que le diferencia de todos es que no se ampara ni tras una licencia de detective privado, ni tras una organización o gobierno.
Algo de esto quedó en la serie de los sesenta. Aunque lastrada a veces por la coyuntura de la Guerra fría, Roger Moore busca más a menudo la concordia con rusos y comunistas (exceptuando, paradójicamente, a los perversos chinos) que el enfrentamiento. Persigue implacable a los criminales de guerra nazis y suele echar una mano para derrocar dictaduras en países tropicales u orientales. Donde quizá se distancia más el Simon Templar televisivo del literario es tanto en su menor violencia, más limitada a golpes y puñetazos que a los tiros y cuchilladas que abundan en las novelas, y en la ausencia de sus peculiares compinches y socios. Especialmente la de Patricia Holm.
Aunque es inevitable encontrar ramalazos de racismo o machismo, aquí y allá, entre sus páginas, las novelas de El Santo son mucho menos adictas a estos que muchas de sus contemporáneas de la Edad de oro del policial. Ya desde la primera aventura, El Santo contra el Tigre, su pareja femenina, la también aristócrata rebelde Patricia Holm, se muestra tan atrevida, resuelta y generalmente eficaz como el propio Templar. Después, hasta la desaparición del personaje, dejará de ser la “novia” de El Santo para asumir el papel igualitario de socia, manifestando ambos a menudo un acuerdo mutuo de pareja abierta, sorprendente para la época. De hecho, en ciertos aspectos, las novelas de los treinta son más modernas y liberales que las series y películas que inspiraron en los sesenta.
Quizás, haber vivido el racismo y el clasismo en primera persona, debido a su ascendencia china, diera a Charteris el impulso peculiar para crear un héroe de acción liberal y hasta un poco libertario, anarquista y antiautoritario, que lucha contra un crimen que, a menudo, toma la forma y características del totalitarismo, el abuso de poder y el desprecio que millonarios, capitalistas —a quienes en El Santo juego con fuego equipara con los fascistas— y aristócratas demuestran por el resto de la humanidad.
El crepúsculo templario
El Santo mantuvo de una u otra forma su popularidad a lo largo de las últimas décadas del siglo XX, especialmente en los años 70 y 80, donde fuera encarnado en sendas versiones televisivas por el guapo Ian Ogilvy y el carismático Simon Dutton. Sin embargo, los días de Simon Templar estaban contados. Por más que fuera, aunque muchos lo ignoren, un moderno Dick Turpin liberal y un tanto izquierdista, el estilo y carisma de Simon Templar no podían resistir el crepúsculo del héroe masculino y viril, que amenazaba ya al género pulp desde finales del siglo pasado.
El primer intento de resurrección del personaje, El Santo (1997), resultó un fracaso relativo de taquilla y crítica, y absoluto de cara al seguidor del personaje. Enfocado como un superthriller romántico, ni Val Kilmer (que se disfraza constante y ridículamente, sin disimular ni por un instante su rostro real) ni Elizabeth Shue resultan más creíbles que su rocambolesco, fluctuante e inverosímil argumento de política ficción, que pone a prueba la credulidad del más bobo.
Lo peor es que el filme de Phillip Noyce cede a la tentación de contarnos un dramático, trágico y traumático “origen del héroe”, tan innecesario como aburrido. Por supuesto, El Santo es aquí más blando y romántico que nunca, además de increíblemente estúpido, y aunque el epílogo final intenta recuperar el aire divertido, canalla y juguetón de la serie de los sesenta y las novelas, llega tarde.
Curiosamente, El Santo (Ernie Barbarash, 2017), fallido piloto para una nueva serie de televisión que no cuajó, resulta más divertido y fiel a sus orígenes, recuperando personajes de la saga como Patricia Holm (Eliza Dushku) o Rayt Marius (Thomas Kretschmann), y con el simpático detalle de incluir como villanos a los dos “Santos” más célebres: Ian Ogilvy y Sir Roger Moore, en la que sería su última aparición.
Por desgracia, el telefilme, con un resultón Adam Rayner como El Santo, insiste de nuevo en un “origen del héroe” no menos trágico y dramático, calcado de personajes como Batman o Spiderman. Dejándose arrastrar también por las tentadoras implicaciones del apellido Templar a las turbias aguas de El Código Da Vinci y sus conspiraciones. Simon Templar no tenía ni necesitaba pasado. Era un hombre misterioso, eternamente joven y guapo, que se definía a sí mismo por sus amigos y enemigos, por sus actos y estilo. Gran parte de la diversión son precisamente los retazos que sobre sus antiguas actividades al otro lado de la ley suelta de vez en cuando, dejando que imaginemos su violenta y exótica juventud. En todo caso, la serie nunca pasaría de proyecto.
En un panorama donde la literatura y el cine de aventuras, crimen y acción ha decidido dar el pasaporte, apiolar al mismísimo 007. Donde Tarzán se esconde detrás de manifiestos ecológicos y canciones Disney, donde los superhéroes nos matan de aburrimiento con culebrones sentimentales y parrafadas filosóficas interminables y sólo ancianos como Harrison Ford pueden interpretar héroes pulp como el viejo, pero que muy viejo Indiana Jones, ya no hay sitio para Simon Templar.
Hoy, casi nadie sabe que Leslie Charteris fue un nombre tan importante para la cultura popular y de masas como los de Agatha Christie, Edgar Rice Burroughs o Ian Fleming. Su criatura, El Santo, un héroe atípico, violento y mortífero, amigo de los necesitados y enemigo implacable de capitalistas, fascistas, traficantes de muerte, mafiosos y dictadores. Sus historias, singular cruce de caminos entre la novela de la Edad de oro detectivesca y el hard boiled de Carroll John Daily y Dashiell Hammett, con solo quizás un heredero: el Travis McGee de John D. MacDonald.
Simon Templar, un hombre sin pasado, de alrededor de treinta años, alto y ancho de hombros. Noventa kilos de aventurero experto en el manejo del puñal, guapo, de ojos azules, pelo moreno, verbo ágil e ingenioso y rostro siempre sonriente, irresistible para las mujeres. O sea: veneno para la cultura pop actual. Quizá sea mucho mejor para él y para la memoria de Leslie Charteris que le dejemos descansar en paz… Antes de que alguien decida reeditar sus novelas como en tiempos de Franco: censuradas.