Virginia Woolf, Henri Focillon, Thomas Mann, Wilfred Thesiger, Joseph Brodsky y Cees Nooteboom. Seis escritores que viajaron con pasión por conocer otras ciudades, otros mundos, otras culturas, y así lo reflejaron en sus libros. Esta temporada los seis coinciden en las librerías para guiarnos por sus caminos.
Gran Bretaña en coche, por Italia en tren, un viaje en barco a Nueva York, el desierto de Arabia en camello, Venecia en invierno y Japón son los destinos de estos célebres viajeros que narraron con entusiasmo los lugares por los que pasearon, las gentes que se cruzaron en su camino y sus propias vivencias.
Pionera del road trip
No era Virginia Woolf (1882-1941) una escritora de viajes. Era una escritora a la que le gustaba viajar, observar y sentir lo diferente. Tampoco fueron los suyos viajes lejanos ni exóticos. Su radio de acción fueron Europa y Gran Bretaña.
Así nos lo cuenta la editora y traductora del volumen, Patricia Díaz Pereda, que reúne por primera vez en español lo que la autora de Las olas escribió mientras viajaba, en su diario o en cartas. La primera entrada es de julio de 1897, cuando una Virginia adolescente pasa las vacaciones de verano en Gloucestershire.
La última misiva es de junio de 1939 y la envió desde Bayeux, Normandía. Fue el último viaje que hizo con su marido, Leonard. En septiembre empezó la guerra y en marzo de 1941 se suicidó. Entre ambas fechas, carreteras de Gran Bretaña, Italia, Francia, Grecia, España y un más que patente itinerario vital y emocional.
En tren con Piranesi
En la primera carta que Henri Focillon (1881-1943) escribe a sus padres desde Italia, el profesor e historiador del arte tiene 25 años, ha sido becado para pasar 6 meses en Roma (1906), en el palacio Farnesio, y otros dos en Venecia (1908).
La tesis sobre su admirado Piranesi ocupa gran parte de sus investigaciones, desvelos y escritos. Pero no todo gira en torno a “ese veneciano convertido en romano”. Hay paseos, museos, calles, palacios, jardines, todo llama la atención de este joven hijo de un grabador y entrenado desde niño para admirar la belleza y el arte.
El autor de Arte en Occidente presenta sus respetos al Inocencio X de Velázquez en el romano palacio Doria y oye misa en San Giovanni, cerca de San Marcos en Venecia, donde “la literatura me parece una distracción para necios”, escribe.
Estas Cartas desde Italia, editadas por Lucie Marignac, muestran a un hijo afectuoso y a un investigador incansable.
Arribar en el río Hudson
El 19 de mayo de 1934, Thomas Mann embarca en Róterdam rumbo a Nueva York. Va acompañado por su mujer, Katia, y en su maleta lleva cuatro tomos de color naranja que contienen la novela que ha elegido como lectura para esta travesía de diez días: Don Quijote.
“Tengo nervios de noche de estreno” confiesa el escritor alemán (1875-1955) al iniciar su primer viaje transatlántico, “más allá de la curva de la tierra”. Así, las reflexiones sobre el tiempo o sobre cómo disfrutar una velada cinematográfica se alternan con referencias constantes al libro de Cervantes (“un producto curioso, ingenuo, de magnífica arbitrariedad y soberano en su contradicción”).
Pasan los días, con sus tormentas, sus paseos por cubierta y sus juegos de pelota, siempre acompañado por las locuras del cervantino. Al final, la entrada del barco en Nueva York: “una amontonada ciudad de gigantes”.
Atracción por el desierto
Siete años después de volver de Arabia, el escritor y aventurero británico Wilfred Thesiger (1910-2003) se dispone a dar cuenta del lustro que pasó en el desierto. “Viajé a sur de Arabia justo a tiempo”, escribe.
Y es que la suya es una marcha por el Territorio Vacío antes de que los buscadores de petróleo agujereasen la tierra y “abandonasen allí su chatarra”, así como una defensa de los beduinos, con los que viajó entre 1945 y 1950 (“los bedu necesitaban muy poco para mantenerse vivos”).
El último explorador, como le llamo Manuel Leguineche, recorrió en camello dieciséis mil kilómetros, vestido como ellos para no ser reconocido como infiel, y con ellos pasó hambre, sed y frío.
Por lugares con nombres que suenan a desierto, de Salalah a As-Sulaiyyil, no tomó ninguna nota, pero sí muchas fotografías, algunas de las cuales vemos en esta edición de su libro más famoso.
Memoria del Gran Canal
Es invierno, hace frío y en el embarcadero de la stazione huele a algas heladas la primera vez que Joseph Brodsky (1940-1996) pone un pie en Venecia. Tiene 32 años y ya es un exiliado de la URSS establecido en EE.UU.
Estamos en 1972, aunque no será hasta 1989 cuando el Nobel ruso rescate estos recuerdos de la ciudad de los canales a la que acudirá, fiel como un buen amante (“mi romance con esta ciudad comenzó hace mucho tiempo”), cada Navidad durante 17 años (“mi idea de Edén no depende del tiempo ni de la temperatura”).
Tomar una copa en el Florian, el repiqueteo de las campanas los domingos, alguna fiesta en un palazzo, la densa niebla... Una Venecia diferente y única se nos aparece a través de la mirada de Brodsky.
Aunque un infarto acabó con su vida en Nueva York, sus cenizas descansan en el cementerio de San Michele. En Venecia. Claro.
Estampas japonesas
Después de treinta años de lecturas (Tanizaki, Kawabata, Kenzaburo Oe, Mishima) Cees Nootheboom (La Haya, 1933) se propone averiguar si Japón “existe de verdad” y si es tan “diferente”.
Aterriza en Tokio la primera semana de mayo de 1977 cuando “una sucesión de días festivos hace que la mitad de Japón viaje a la otra y viceversa y, en el medio, me encuentro yo”, en un abarrotado avión hacia Osaka.
A partir de ese momento, ocho viajes más se suceden hasta el año 2020 para acercarnos a las tradiciones y la cultura japonesa, desde los ritos samuráis hasta una visita al actual Parlamento, desde los haikus de Basho a Murakami, desde la antigua ciudad imperial de Kioto a las ciudades futuristas.
Un libro que destila admiración y que nos acerca a una cultura milenaria que mira hacia delante de manera muy distinta a Occidente.