Yo antes me acordaba de las cosas y ayer entré en un cine.
Un hombre corría por un túnel, perseguido por otros hombres que disparaban, y creo que el hombre perseguido también disparaba, aunque no tanto, y entonces vinieron a buscarme, que es lo que pasa últimamente porque dicen que doy dinero a los desconocidos y que me pierdo por ahí y que no voy a encontrar el camino de vuelta, aunque ellos, los que vienen a buscarme, también son desconocidos para mí la mayoría de las veces, o a veces sí y otras no del todo, da igual, y me sacan de los sitios y me dicen cosas que solo ellos entienden y les pregunto que quiénes son y qué quieren y me dicen: venga, vamos a casa.
Yo antes me acordaba de las cosas y sabía distinguirlas, hasta que las cosas empezaron a ser misterios, cosas que de repente se convertían en un enigma sorprendente. Ahora te preguntas qué es esto y lo sabes y a la vez no lo sabes o no quieres saberlo, porque todo se convierte en un enigma sorprendente. Cosas sorprendentes. Un vaso de agua que antes estaba lleno y ahora está vacío es un enigma sorprendente y no sabes quién se ha bebido el agua que estaba en el vaso que ahora está vacío. Una calle es un enigma sorprendente. Y quien te para por esa calle convertida en un enigma sorprendente es también un enigma sorprendente y te pregunta: ¿cómo estás?, y se trata de alguien sorprendente que te habla de cosas sorprendentes. Cosas sorprendentes que dejan de serlo en cuanto te olvidas de ellas porque nada permanece y eso es de esa manera y siempre será así.
[Cuento de junio: 'Fabuloso Material Polivalente®', de Elena Medel]
El médico que me ve me pregunta cosas sobre las cosas. No estoy seguro, pero creo que siempre me pregunta lo mismo, las mismas cosas, y a veces le respondo y otras no o le digo que me encuentro bien y qué quiere que le diga, a pesar de que reconozco que hay veces en que se me olvidan algunas cosas, como por ejemplo… No sé… Esas cosas –algunas, otras no– que no son lo que eran y eso no es culpa mía ni de nadie sino de las cosas, que tampoco tienen la culpa de ser como son.
Anoche, cuando me dieron una pastilla y decidieron acostarme muy temprano porque habían invitado a cenar a una gente, me dije: hoy no voy a dormir porque tengo muchas cosas que hacer. Y salí al pasillo para espiar. Hablaban de cosas y de mí. Decía uno: está al principio, lo que venga será peor. Decía otra: ya no se acuerda de las cosas.
Parece ser que lo fundamental de esto son las cosas.
Ya no me dejan ir al cine. Yo antes sabía los nombres de los directores y de los actores y hasta del peluquero de la película
Yo antes me acordaba de las cosas y me sigo acordando, pero el desorden de las cosas no está tanto en mí como en las cosas. Habría que estudiar si lo que ha cambiado son las cosas o yo, porque a mí lo de las cosas me da igual. Si las cosas se convierten en misterios, en enigmas sorprendentes, ¿quién tiene el problema, las cosas o yo? Está claro.
Ya no me dejan ir al cine. Yo antes sabía los nombres de los directores y de los actores y hasta del peluquero de la película. Pero de pronto hubo un día en que no supe qué película estaba viendo, y eso me preocupó un poco, claro está, pero no se lo dije a nadie, porque me gustaba entrar en la sala, quedarme a oscuras y ver aquello sin entender nada de lo que estaba pasando, pero ellos se preocuparon cuando supieron por el portero del cine que yo invitaba a todos los que estaban haciendo cola en la taquilla. Yo de eso no me acuerdo ni creo que sea verdad. Y entonces me llevaron al médico que me pregunta. Empiezo a sospechar que el médico es siempre el mismo médico, no sé. Eso es raro, porque lo normal es que ningún médico sepa de todo y es mejor que te vean muchos médicos en vez de un mismo médico. Si es el mismo o no, el caso es que una vez me metió en un tubo que hacía mucho ruido y yo dije: eh, esto hace mucho ruido, y me dijeron que aguantara un poco y entonces me meé y me salí. Del tubo.
Hace un rato vino mi padre a verme, pero al momento mi padre era mi hermano, el que vende cosas. Me dijo: no soy padre, soy yo, y le dije que sabía que era él, el que vende cosas, aunque un momento antes mi hermano era mi padre, porque mi padre ya murió y mi hermano se parece a mi padre y también va a morirse cualquier día.
Antes, cuando yo iba al cine y no me sacaban de allí a la fuerza, las cosas que pasaban en la pantalla tenían un fundamento, hasta que caí en la cuenta de que aquello era todo mentira y me daba por reírme si mataban a alguien. Había espectadores que me chistaban para que no me riese pero yo no podía remediarlo y después de reírme me entraba mucho miedo.
[Cuento de mayo: 'Un fantasma de andar por casa', de Andrés Neuman]
Me han quitado las llaves y la cartera y ya no tengo el coche porque dicen que no me hacen falta y resulta que ahora no tengo esas cosas y eso es peor y no puedo ir al cine porque el portero dice que no puede dejarme entrar gratis y le digo que llevo muchos años pagando entradas y que todo lo que pasa allí dentro es una mentira muy grande y que las mentiras se regalan y el portero me dice: no se ponga usted violento. ¿Yo? Yo creo que le han dicho al portero que no me deje entrar porque el médico recomendó una vez a quien me acompañaba que me evitasen el contacto con los mundos ficticios porque eso podía agravar las pesadillas esas en las que ellos dicen que grito por las noches como si me estuvieran matando igual que matan a la gente en el cine. Una muerte de mentira. Pero ayer cogí dinero, me escapé y fui al cine, a otro cine.
Yo antes me acordaba de las cosas en la medida en que uno se acuerda de las cosas y ahora no es que no las recuerde, sino que las cosas ya no son lo mismo que antes. Ahora las cosas parecen tener vida propia y suceden fuera de mí y yo las entiendo hasta donde pueden entenderse, porque todo esto es imaginario y no sé qué pinto en medio de todas esas cosas que ni siquiera se entienden a sí mismas. La gente también son cosas, por supuesto. Me preguntan: ¿me conoces, sabes quién soy? Claro que sí: no eres nadie.
Yo también me hacía la ilusión de ser alguien hasta que las cosas cambiaron y me di cuenta de que ni tú tienes nada que ver con el mundo ni el mundo contigo. No hay punto de contacto entre una cosa y otra. El mundo está en una dimensión y tú estás en una dimensión diferente y no hay punto de intersección entre esas dimensiones ni nada.
Por ejemplo: ayer me hice un corte cuando me afeitaba y me han comprado una maquinilla eléctrica. Eso no había pasado nunca.
Yo antes me acordaba de las cosas, pero ya las cosas son las mismas mentiras que en el cine y ayer entré en un cine.
Premio Loewe por Sombras particulares (1992) y Nacional de Poesía y Nacional de la Crítica por Vidas improbables (1996), Premio Ateneo de Sevilla por la novela Humo (1995) y Nadal por Mercado de espejismos (2007), Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960) es autor de una extensa obra que toca todos los genéros literarios, incluído el columnismo. Traductor así mismo de T. S. Elliot y Vladimir Nabokov, su último libro es el poemario La ocasión y el homenaje (Fundación José Manuel Lara, 2023).