Con calculada intención reúne Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) toda su obra narrativa breve bajo una palabra cabalística, Los abracadabras. En orden cronológico de edición, aparecen Un mundo peligroso, Maneras de perder, Fragilidades y desórdenes (tres títulos ya agrupados en Oficios estelares), Cada cual y lo extraño y Por regiones fingidas. La compilación rescata las salidas primitivas con mínimos cambios y abarca casi tres decenios de actividad del gaditano como cuentista.
En una nota final rebosante de ironías comenta Benítez Reyes que todos sus libros de relatos están compuestos por piezas dispersas, aclara que algún cuento se quedó fuera de esas colecciones por la misma razón por la que podría haber ido, “es decir, por ninguna razón ”, y reniega de quienes piden que los libros de relatos mantengan una unidad (lo que vendría a ser lo mismo que exigírsela a un bosque o a una ensalada: con tal desenfado se explica). De modo que el propio autor autoriza a considerar el centenar y medio de “relatos reunidos” como un cajón de sastre de historietas de todo pelaje.
Sin quitarle la razón, y más allá de humoradas, tampoco hay que dársela del todo. La tiene en varios aspectos. La compilación semeja un popurrí de asuntos y formas al punto de parecer el libérrimo encadenamiento de piezas producto del juego y el capricho. Dispersa es también la temática. Tanto que no cabe en estas líneas dar noticia de su variedad. Un motivo recurrente es la propia literatura. Una serie de piezas imitan géneros literarios, otras retuercen convencionalismos bestselleros con sátira que linda en la denuncia.
[Felipe Benítez Reyes, contra el tiempo y la fugacidad]
También sobresale la afición a la fantasía sin límites, a los sueños, a la quimera, al bestiario inverosímil; a pensar lo impensable. Y a urdir anécdotas fabulosas: un enamorado de un reptil, un taxidermista que diseca a sus alumnos, marineros que sueñan con hacer el amor con una sirena, una orquesta de animales disecados…
La diversidad afecta asimismo a la forma. Los relatos oscilan entre la extensión habitual de unas pocas páginas y la minificción. Algunos tienen andadura convencional; otros son simples insinuaciones de una intuición. Y no deja de latir un aliento vanguardista sin pruritos ni extremos experimentales porque la creatividad formal espolea a Benítez Reyes, ya sea para confeccionar un “almanaque de historias” breves o para emparejar presuntos informes noticiosos y estrafalarios collages decimonónicos.
En estos relatos no deja de latir un aliento vanguardista sin pruritos ni extremos experimentales porque la creatividad formal espolea al autor
Un fondo unitario sí que existe, sin embargo, en los relatos de Benítez Reyes, solo que viene de otras fuentes distintas de los temas y las formas. Procede de una particular mirada sobre el mundo. Es por ello fundamental advertir que no le interesan ni el testimonio ni el documento realista común.
Se ocupa de la vida desde una actitud literaria, o, mejor, artística. Humor mediante, con ella destapa la sustancia misteriosa de la realidad, un reino de la extrañeza que guarda un caleidoscopio de sorpresas. Todo puede suceder: hacer invisibles las apariencias, abismarse en el sueño, ensoñar ilusiones, vivir en la inmortalidad, sentirse preso en un laberinto…
El elemento unitario definitivo reside en la actitud del autor no ya ante el mundo sino ante la propia escritura. Repudia Benítez Reyes en dicha nota final “el prestigio de la creatividad angustiada y penitencial”. Él es partidario de disfrutar escribiendo. Tal gozo y alegría contaminan al lector.