Escribió Hemingway en una carta que España era “el último país bueno que ha quedado”. Ya fuese por eso, por los amigos que hizo, lo mucho que disfrutó en los Sanfermines y lo que vivió en el Madrid asediado de la guerra civil, nuestro país se convirtió en algo más que un simple escenario de algunas de sus mejores novelas.
Producto de su fascinación por la tauromaquia, Hemingway publicó en 1932 Muerte en la tarde, una novela-reportaje sobre el arte del riesgo, la naturaleza del valor, la metafísica de la fiesta nacional y la profunda relación entre arte, dolor, muerte y crueldad.
Por quién doblan las campanas (1940) narra la historia de un profesor de español nacido en Montana, Robert Jordan, que durante la guerra civil combate con el bando republicano como experto en explosivos. Su nueva (y quién sabe si última) misión es volar un puente, pero mientras, conoce a María, de la que se enamora, y a personajes inolvidables como Anselmo o Pilar. Su éxito fue tal que tres años después se estrenó su versión cinematográfica, protagonizada por Gary Cooper (Robert) e Ingrid Bergman (María) y dirigida por Sam Wood.
['Fiesta', la novela de Hemingway inspirada en su experiencia en los Sanfermines]
Publicado póstumamente, El verano peligroso (1985) es la crónica, en el estío de 1959, de la rivalidad entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, que eran las mayores figuras de la Fiesta. Sin embargo, aunque muchos celebran el autorretrato que esconde el libro, nada refleja mejor la personalidad del escritor que la visita que el 9 de octubre de 1956 hizo a un Pío Baroja agonizante (murió poco después).
Tras pedirle disculpas por haber ganado el Nobel, y no el autor de La busca, le regaló un ejemplar dedicado de Adiós a las armas, un jersey, unas zapatillas y una botella de whisky escocés, sin que Baroja entendiera muy bien qué hacía en su casa ese americano tan pesado.