Un verano más el calendario cultural está copado de festivales a lo largo y ancho de nuestro país. El periodista Nando Cruz (Barcelona, 1968) reflexiona a través de su libro Macrofestivales, el agujero negro de la música (Península, 2023) sobre el panorama que dejan los grandes eventos musicales: un mar revuelto en el que se incluyen los componentes idóneos para un hartazgo generalizado. Masificación, precariedad, precios prohibitivos en las entradas... De todo ello se empezó a hablar a través de las malas experiencias del público, muchas veces plasmadas en redes sociales, que ahora han dado pie a este ensayo.
Pregunta. ¿Cómo hemos llegado a la situación actual?
Respuesta. Seguramente porque muy poca gente se ha hecho la pregunta del millón, que es hasta dónde puede crecer un festival sin que ello signifique perjudicar la experiencia del público e incluso la de la de los propios artistas. Esta es una pregunta clave cuando decides montar cualquier tipo de negocio, sea un restaurante, sea una funeraria o sea un festival: hasta dónde puedes crecer sin que aquello que se suponía que tenía que ser el paraíso se convierta en un infierno.
P. Esto lo cuenta en el libro de una forma muy sencilla y muy clara: “Estas espirales de crecimiento infinito a todos los niveles pocas veces se traducen en una experiencia satisfactoria para el público..."
R. Claro, es que los macrofestivales viven en un contexto capitalista que no solo no discute, sino que acentúa. Esta idea de crecer es, sobre todo, para que no crezca el de al lado y si puede ser, incluso engullirlo. Ahora estamos en un momento en el que hay mucha gente que monta festivales, trae a los mejores grupos, pero no hace más que generar obstáculos, impedimentos y problemas para que la gente pueda disfrutar de esos grupos que tanto dinero ha costado atraer.
P. ¿Hemos pasado de la cultura del macrobotellón a la cultura del macrofestival?
R. Yo no había hecho este paralelismo, pero sí que en el libro hablo en algún momento de esa ‘sanferminización’ de los festivales, comparándolo con las fiestas mayores o patronales, que también son espacios en los que parece que vas a consumir la música que quizá no puedas consumir durante el resto del año. Yo no quisiera infravalorar los festivales porque son espacios donde en muchos casos se programan artistas interesantes, pero son cada vez más unos recintos donde buena parte de los ingresos llegan a través del alto consumo de bebidas.
P. ¿Cuál es el leitmotiv a la hora de escribir un libro de estas características?
R. Yo soy arquetipo de aficionado a festivales. Me he gastado mucho dinero para ir a festivales, también fuera de España. Llegó un momento en que empecé a percibir que no los disfrutaba. Aunque estaban mis grupos favoritos ahí tocando, yo estaba reventado y quería que hubiera de repente una tormenta y el concierto se cancelara para volver a casa, sin el remordimiento de conciencia de haberme ido a medio concierto. Esto inicialmente lo consideraba una derrota personal pero, dándole vueltas, empecé a ver que igual no era todo culpa mía, que igual era el modelo mismo de macrofestival y la propuesta de ocio que conlleva implícita.
P. ¿Qué componentes o qué características diría que comparten estos macrofestivales?
R. Para acotar lo que es un festival estamos hablando siempre de concentraciones de mucha gente en dos o tres días en un mismo recinto por el que pasan decenas o centenares de artistas. Vemos macrofestivales enfocados a una clase media, pero cada vez más otros con entradas carísimas, en algunos casos de 300 y 400 euros, destinados a un público con mayor poder adquisitivo, e incluso al turista extranjero. También hay otro perfil de macrofestival que es mucho más económico, con artistas más baratos, con una producción mucho más barata y que están dirigidos a un sector de público mucho más joven y con menos poder adquisitivo. Y en medio están los festivales de todos los géneros imaginables. Hace 15 años nadie hubiese imaginado que uno de los festivales con más público en este país fuese un festival de música punk-rock y metal, ni tampoco habríamos imaginado que existirían franquicias de festivales de reguetón.
P. Hay diversificación pero el modelo es el mismo...
R. Sí, no hay otro interés que juntar a un montón de gente en un recinto a ver muchos conciertos, muchos de los cuales no los van a poder ver porque coinciden, pero sobre todo el interés reside en que el público consuma todo lo posible para que cuando salgan las arcas de la promotora estén llenas.
P. Y este modelo o sistema parece que forma una burbuja a punto de estallar o a la que, al menos, se le ven las grietas...
R. Yo insisto en que el debate sobre 'la burbuja' lo arrastramos desde hace 15 años como mínimo. El año pasado teníamos más de 1.000 festivales y se volvió a hablar de la burbuja. El otro día se publicó un artículo que hablaba de que ya rozamos los 1.200 festivales en España. Y la burbuja sigue sin explotar. Creo que hay indicativos de que el tamaño de estos festivales empieza a ser un problema social y psicosocial para el público. Esto puede verse ya en festivales potentes que han empezado a perder público, porque hay gente que ya no aguanta determinadas condiciones ni determinados precios. Pero no sé si eso es un indicador de que la burbuja vaya a explotar.
P. ¿Se están copiando tendencias en España de festivales como el Coachella de Estados Unidos?
R. Yo creo que en el Festival de Coachella se ha demostrado que existe un perfil de público relativamente interesado en la música, pero con gran poder adquisitivo. También que pueden subir cada año los precios de las entradas, ya que existe ese perfil de público dispuesto a pagarlas. Creo que es un festival en el que en el que se miran algunos macrofestivales españoles, si bien no creo que sea el único. Lo que está claro es que actualmente es el festival que marca la pauta y que paga los cachés que permiten que algunos grupos se reúnan y salgan al escenario. Les ponen un cheque en blanco prácticamente, como pasó con The Jesus and Mary Chain.
P. En España sí que hay festivales que buscan la actuación exclusiva de una banda, como fecha única en el país.
R. Sí, y esta es la prueba de que no hay tanto público interesado en estos artistas, porque si un artista tuviera tantísimo público en España como para poder tocar en tres festivales en Bilbao, en Madrid y en Barcelona, pues seguramente lo haría. Estos macroeventos están sobre-pagando a estos artistas en algunos casos, porque saben que la única manera de llenar el recinto es atraer a todos los fans de España de este artista, por lo que buscan esa exclusividad. Y esta práctica es el abecé del promotor de festivales.
"Hace 15 años nadie hubiese imaginado que uno de los festivales con más público en este país fuese un festival de música punk-rock y metal"
P. Por lo tanto, ¿qué modelo cultural nos deja este tipo de eventos?
R. El modelo cultural que proponen los festivales es el de un consumo compulsivo de cultura, en este caso música, durante pocos días. Y generar esta idea de que la música es algo ocasional, puntual en un momento del año, en un momento del calendario que te consigue una especie de de gurú capaz de atraer a los mejores artistas del planeta. Yo creo que esto es muy nocivo, porque generar este consumo anómalo, compulsivo, enfermizo, extenuante, que provoca ansiedad y que muchas veces lo que deja después es una sensación de vacío y de extenuación.
P. La guitarrista de Ginebras hace poco denunciaba en redes que le parecía una falta de respeto del público que había en su escenario esperando otra actuación de un artista más importante le diera igual lo que ellas estaban tocando, ¿cómo sintió la descripción que ella hacía?
R. Yo creo que los festivales nacen inicialmente como una aglomeración de grupos más o menos de un mismo perfil. Y conforme crecen, más quieren diversificar y acaban metiendo artistas de muchos géneros diferentes. Creo que el público no tiene ninguna culpa, porque al fin y al cabo quieren ver a un gran artista y se encuentran en un contexto en el que están tocando un montón de músicos que es probable que no les interesen.
P. ¿A qué se debe esa diversificación de estilos que acaba siendo un totum revolutum?
R. Esto ocurre porque se ha hecho un diseño de un macroconcierto de varios grandes artistas disfrazado de macrofestival: la única manera de llegar al máximo es tener artistas súper famosos como cabezas de cartel. Y esto seguirá pasando si se diseñan los festivales de esta manera, pensando en que haya cabezas de cartel y poniendo grupos de relleno, que lo que hacen es básicamente activar el consumo de cerveza en las horas previas.
P. Otra de las problemáticas de las que habla también en el libro es la precariedad y la brecha de cachés que hay entre bandas.
R. Esa es la gran vergüenza de este país. Se están pagando cifras descomunales por bandas extranjeras, y por otro lado se está infrarremunerado a artistas locales que en algunos casos sí tienen ese poder de convocatoria que otras bandas foráneas no tienen. En todo caso, estas bandas locales tienen que cobrar unos mínimos porque están trabajando y tienen unos gastos que hay que cubrir. Además, esto pasa en festivales organizados por empresas que en muchos casos trabajan con dinero público, lo que debería servir para equilibrar un poco la balanza y que los que cobren menos se acerquen un poquito a los que cobren más.
P. ¿Qué cree que se promueve con este modelo?
R. Se promueven negocios que tienen la música como como materia prima, pero cuyo beneficio no desemboca en la propia música. En esta cultura del pelotazo festivalero quien se está llenando los bolsillos, muchas veces no son los grupos españoles que están tocando. El error de base que se comete desde la Administración es entender la música, la cultura, como una actividad ocasional para un momento del año. Haciendo este paralelismo con el de la fiesta mayor, en los años 80, los ayuntamientos se encargaban de traerte a Radio Futura, a Alaska y Dinarama, y ahora se encargan de asegurarse de que en su municipio exista un festival que en este caso ya no es gratuito, sino que la gente tiene que pagar.
P. Organismos públicos y empresas convirtiendo festivales y ciudades en un parque de atracciones...
R. Los macrofestivales son una mezcla entre parque de atracciones y calle comercial de grandes capitales, donde tienes anuncios de todos los de todos los productos imaginables y donde las marcas más importantes del país están ahí, invirtiendo para parar clientela o ganar cuota de mercado. Al final, por mucho que discutan y se peleen los festivales entre sí por el artista que va a tocar en uno u otro, quien paga la fiesta acaba siendo los mismos: bancos, marcas de cervezas...
P. ¿Qué papel tienen las redes sociales en todo esto? Está la parte más amigable, la de contar experiencias, pero también vemos que las principales críticas se realizan por estos canales.
R. Hay festivales que se molestan cuando se les dice que se han convertido en un pack de experiencias, pero es que en muchos eventos de este tipo están vendiéndose a sí mismos de esta manera y te lo explican activamente. Si no, los festivales no se estarían llenando de tantísima gente a la que la música le interesa relativamente. Pero no se está pagando una entrada por ver a estos artistas, sino por estar ahí dentro y disfrutar más o menos.
P. ¿Por el "postureo"?
R. Me parece un poco viejuno hacer esta reflexión, pero realmente cuando ves vídeos antiguos de conciertos en macrofestivales, cuando no existían los móviles, veías a la gente súper metida en el concierto. Ahí no había nadie despistado. Eso es muy difícil actualmente y es obvio que las que los móviles y las excepciones que tenemos constantemente, incluso durante el concierto, inciden claramente.
P. ¿Un festival de pantallas?
Claro, tú puedes estar muy metido en un concierto cuando ves la cara del músico y más o menos lo ves a una escala proporcional a la tuya. Pero si lo ves a tamaño guisante, pues es difícil empatizar con una bola pequeña al fondo de un escenario. Con lo cual, acabas viendo una pantalla. Evidentemente, el impacto que recibes a través de la pantalla es distinto. Además, la calidad del sonido tampoco es la misma. Si encima el evento en un recinto cercano a zonas residenciales, la música tiene que ser una voz más baja, porque si no estás afectando al vecindario, con lo cual estás timando al público, ya que estás haciendo una experiencia que no es tan potente, ni siquiera a nivel acústico.
"Estos espacios son cada vez más hostiles y cada vez la cultura se consume de una manera más enfermiza y ansiosa"
P. Parece que son todo obstáculos...
R. Y hacen que tú tampoco puedes estar muy metido en las actuaciones, cuando además tu cabeza está totalmente fragmentada, pensando que te estás perdiendo otros tres conciertos. Pero por otro lado, las redes sociales han sido la válvula de escape para muchísimas quejas que hasta ahora estaba quedando silenciadas en los medios de comunicación, porque el periodismo cultural se ha girado completamente de lado y no ha atendido ninguna de las problemáticas que se generan en este tipo de espacios. Gracias a las redes sociales, algunos músicos han empezado a quejarse, también los trabajadores. Por fortuna, los medios de comunicación se están empezando a hacer eco de estas quejas.
P. Y la otra pregunta del millón: ¿cómo parar esto? ¿Cuál es la alternativa?
R. ¿Qué alternativa hay al capitalismo? Pues de momento no se ve. No se ven muchos brotes verdes que nos inviten a pensar que este modelo de funcionamiento pueda ser sustituido. Los profesionales están totalmente inmersos en esta dinámica y difícilmente se van a bajar del y el resto del mundo sigue avanzando en la misma dirección. Quisiera que el libro sirva para que al menos las administraciones se den cuenta de que están echando gasolina al fuego y están contribuyendo a que a que esos espacios sean cada vez más hostiles para la gente a la que le interesa la música y que cada vez la cultura se consume de una manera más enfermiza y más ansiosa.