Mística y libre, visionaria y naturalista, compositora de ochenta obras que aún resuenan en abadías y catedrales... Hildegard von Bingen (1098-1179) fascinó por su talento y audacia a millones de lectores y melómanos. Conocida también como la Sibila del Rin, Hildegard von Bingen nació en 1098 en Bermersheim (al sur de la actual Alemania).
Era hija de un matrimonio noble y, ya fuese por el diezmo (era la menor de diez hermanos) o por su mala salud desde nacimiento, a los catorce años (algunos biógrafos apuntan que fue a los ocho, y otros, a los diez), fue enclaustrada con Jutta von Sponheim (1091-1136) en la celda de clausura situada junto al monasterio de monjes de Disibodenberg.
Allí, Jutta, anacoreta de familia noble, la tuteló y educó, enseñándole algo de latín, canto gregoriano y salterio, y despertando su interés por la ciencia. Cuando Jutta murió, Hildegard fue elegida magistra o abadesa.
Visiones ocultas desde niña
Entregada al cuidado del convento, de los enfermos que acudían en busca de remedios y del huerto, todo cambió en 1141. Es entonces cuando, como escribe en Scivias, su primer libro profético, “vino a mí una luz de fuego deslumbrante; inundó mi cerebro todo y, cual llama que aviva pero no abrasa, inflamó todo mi corazón y mi pecho, así como el sol calienta las cosas al extender sus rayos sobre ellas. Y, de pronto, gocé del entendimiento de cuanto dicen las Escrituras: los Salmos, los Evangelios y todos los demás libros católicos”.
No era su primera visión. Como ella narró en sus escritos, base de Vida y visiones de Hildegard von Bingen que ahora reedita Siruela, “a los tres años de edad vi una luz tal que mi alma tembló, pero debido a mi niñez nada pude proferir acerca de esto”. Aunque científicos como Oliver Sacks atribuyen las visiones de la monja a sus migrañas, lo cierto es que la soledad y el terror a que procedieran del demonio la habían hecho callar hasta entonces.
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Pero en 1141, en las visiones, la Sabiduría le ordena escribir “cuanto vieras y oyeras”. Y quizá para evitar suspicacias y envidias, le pide que no lo haga “como si fueran palabras tuyas, sino mías”. Así, podrá dirigirse a papas y emperadores en tono profético y obtener de ellos, sobre todo del Papa Eugenio III, aprobación y respaldo. Para escribir sus libros contó además con la ayuda de Volmar, monje de Disibodenberg, como secretario y amanuense, y con otra monja benedictina, Ricardis von Stade.
A lo largo de su vida, Hildegard se cartearía con Bernardo de Claraval, Federico I o Leonor de Aquitania, que le pedían consejo. Tampoco fue fácil su labor como fundadora: en 1148, otra visión la impulsa a independizarse del convento masculino de Disibodenberg y marchar a un lugar “donde no había agua y donde nada era placentero”. Se trataba del futuro convento de Rupertsberg, al que en 1150 se traslada con una veintena de sus monjas.
Un año después, concluye al fin el Scivias. De esa misma época son sus dos libros sobre ciencias naturales (Physica) y medicina (Cause et cure), en los que demostró sus conocimientos sobre el funcionamiento del cuerpo humano y la herbología. Hildegard clasificó ingentes variedades de plantas por sus propiedades (entre ellas, el lúpulo, lo que hace asegurar a Anne Lise Marstrand-Jørgensen, autora de su biografía novelada, que gracias a ella existe la cerveza tal como la conocemos).
Sobre el orgasmo femenino
En sus tratados médicos demuestra además profundos conocimientos sobre la fisiología femenina, pues escribe, desde un prisma científico, sobre relaciones y disfunciones sexuales, es considerada la primera mujer europea en describir el orgasmo femenino.
También hacia 1150 se dedica a componer obras musicales como Ordo Virtutum, uno de los primeros dramas litúrgicos, y una compilación de 75 piezas intitulada Symphonia armonie celestium revelationum. Con todo, su obra más enigmática es la Lingua ignota, constituida por más de mil palabras, primera lengua artificial de la historia.
De su feminismo y valor da cuenta el conflicto que la enfrentó a sus 80 años a las autoridades eclesiasticas, por haber permitido que un noble excomulgado fuese enterrado en Rupertsberg. Hildegard afirmó que el hombre se había reconciliado con la Iglesia y se negó a exhumar el cadáver. Fue su última victoria, tal vez su última visión. Murió el 17 de septiembre de 1179. Casi un milenio después, en 2012 Benedicto XVI le haría justicia nombrándola Doctora de la Iglesia.
La pluma en la penumbra
Aunque ella misma aseguraba sentirse como “pluma en la penumbra” arrastrada por Dios, ya en su propia época, Hildegard “fue objeto de gran interés y atención”, no solo por su fama de santa, sino porque, como apunta Victoria Cirlot, “vivió en una época que empezaba a explorar al individuo”. (Además, algunas mujeres, las beguinas, eligieron vivir sin hombres en cenobios laicos).
El hecho es que quienes rodearon a Hildegard von Bingen recogieron datos biográficos y ella misma sintió la necesidad de explicar lo que le sucedía. Esas palabras en primera persona resuenan en la biografía que elaboró Teoderich von Echtermann tras la muerte de la monja. A partir de ese libro, “de primera magnitud” según Cirlot, ella editó en 1997 Vida y visiones de Hildegard von Bingen, que Siruela acaba de recuperar.
Años después, la misma Cirlot lanzó Hildegard von Bingen y la tradición visionaria española (Herder, 2005), en el que analiza su universo simbólico. Más polémica resulta la premiada biografía novelada Hildegarda (Lumen, 2021), de Anne Lise Marstrand-Jørgensen, un fenómeno editorial paneuropeo de ventas millonarias.
En cuanto a las obras de la propia Von Bingen, Trotta publicó en 2003 Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales y en 2013 Scivias. Conoce Los Caminos, mientras que Herder lanzó en 2016 El libro de las obras divinas.
Por lo que a su abundantísima discografía se refiere, David Lynch participó en la grabación de Lux Vivens, y Margaret von Trotta llevó al cine su vida en Visión, un biopic protagonizado por Barbara Sukowa en 2009.